15 de febrero de 2011

0271- NATURAL COMO LA VIDA MISMA.

Aún hoy, cuando el cine y la televisión nos muestran cada día cosas que jamás hubiéramos imaginado, hay fenómenos que nos sorprenden y apasionan. Muchas veces no se tratan de nada nuevo, pero si de instantes raros, diferentes, espectaculares. Nada tiene de extraño un simple rayo en medio de la tormenta pero, dentro de esa normalidad, está el instante espectacular por su intensidad o su rareza. Personalmente he vivido una noche de rayos fuera de lo normal. Cierta noche de otoño, saliendo de reparto hacia Barcelona hacia las tres de la madrugada, una inusual tormenta estaba situada en la vertical de Cabanes. Para quienes conocen la zona diré que apenas salir del pueblo, cuando pasaba entre las partidas de la Mambriona y el Campello, los rayos y relámpagos se sucedían en una intensidad jamás vista y que (afortunadamente) nunca volví a ver de nuevo. Como enormes lanzas de fuego los rayos caían a uno y otro lado de la calzada, cada pocos cientos de metros del pequeño camión de reparto que yo conducía, acompañándome durante esos casi 5 km. Después... la intensidad amainó hasta desaparecer. No me avergüenza decir que me acojoné de tal manera que lamenté la partida. Sin embargo jamás pensé en la posibilidad de regresar al pueblo y, haciendo de tripas corazón, seguí mi camino en busca de la N-340 como si llegar a ella supusiera la salvación. 


En constante transformación, la naturaleza nos muestra la variabilidad de su frágil y al mismo tiempo poderosa estructura. En cuestión de minutos las aparentemente inofensivas nubes pueden transformarse en amenazantes tormentas, que pueden traer lluvias torrenciales, cuando no el temido pedrisco que acabe con tus cosechas. Sobre este tipo de tormentas, normalmente veraniegas, tengo una simple y breve anécdota de mi niñez, que tampoco he vuelto a ver a pesar de los muchos años transcurridos. Con otros muchos niños del barrio, estábamos jugando en la calle de Las Eras, cuando estalló una fuerte tormenta. Sin hacer mucho caso seguimos jugando y a los pocos minutos vimos subir por la calle y hacia nosotros una amenazante y gruesa cortina de agua. Nuestro primer impulso fue refugiarnos en alguna de las casas del vecindario, entonces todas con las puertas abiertas, pero sorprendidos vimos que, al llegar a pocos metros de nuestra posición, la cortina de agua paró su recorrido. El agua caía impetuosa a unos metros escasos de nosotros y ni una sola gota mojaba nuestra exigua vestimenta. El fenómeno apenas duró unos segundos pero suficiente como para, como si de una ducha se tratara, acercar curiosos nuestra mano a la zona de lluvia mientras la otra permanecía seca. Jamás volví a ver algo parecido. Segundos después la nube siguió su recorrido y tuvimos que refugiarnos, ya un poco salpicados.

Lo anterior son curiosas anécdotas sin más. Sin embargo son muchos los fenómenos con los que la naturaleza nos sorprende, o puede sorprendernos cada día. Unos majestuosos y de aspecto agradable, como puede ser una aurora (boreal o austral) o un simple arco iris; otros trágicos como puede ser un huracán o ciclón. El huracán es uno de los fenómenos más destructivos que pueden afectar a una zona determinada e incluso a todo un país o a varios. Fuertes vientos lo destrozan todo a su paso y miles de viviendas pueden desaparecer o verse convertidas en un amasijo de escombros. Catalogados según fuerza de 1 a 5, se otorga la mayor categoría cuando los vientos superan sostenidos los 250 Km./hora. Sin embargo los daños dependen de muchos otros factores. La tormenta más mortífera registrada a nivel mundial fue el ciclón Bhola que, según estimaciones realizadas, acabó con la vida de casi medio millón de personas el 13 de Noviembre de 1.970. El ciclón tan solo era de categoría 3, pero alcanzó una zona superpoblada del Delta del Ganges, en el actual Bangladesh, lo que determinó la masiva mortalidad. 


Una zona especialmente castigada por los huracanes es el Caribe y el Golfo de México, con fuerte afectación a la zona atlántica de Estados Unidos, México, América central y las islas caribeñas.
Más agradables y sin problemática alguna son los fenómenos luminosos, citados anteriormente, como la Aurora (boreal o austral) y por supuesto el archiconocido Arcoiris. La "Aurora" en un interesante espectáculo, solo visible en latitud próxima a los polos magnéticos de nuestro planeta, que se produce por la influencia de éstos con las partículas que transportan los vientos solares. 

Normalmente solo pueden verse por encima de los 65º aunque, en el caso de grandes tormentas solares, se pueden ver en latitudes más bajas y con duración de una a dos horas. El Arcoiris, sin duda el más popular, es fruto de la concentración de la luz del sol en las gotas de lluvia que, también se da en las grandes cascadas de agua. El Arcoiris se forma cuando la luz solar entra en las gotas de agua y sale dispersa en todas direcciones y en un ángulo de 138º, formándose el arco luminoso que nosotros vemos. 
Por consiguiente, cuando el fenómeno ocurre de forma natural en un día lluvioso, siempre se ve en la dirección opuesta al sol. El pintor del cuadro anterior ignoraba este dato y por lo tanto esta imagen del arcoiris con el sol al fondo es imposible, como imposible es también que la luz del sol se refleje en la cara opuesta de la montaña. Otra curiosidad es que contrariamente a lo que muchos creen el Arcoiris es circular, lo que ocurre es que los observadores no estamos a la altura suficiente para poder verlos completos.

Sí pueden verlos los pilotos de aviones o bien desde montañas de gran altitud. En cuanto a los colores, tradicionalmente se dice que son siete, aunque en realidad son seis puesto que el añil es una tonalidad del azul. Realmente, haber solo hay tres colores (rojo, verde y azul) el resto son variaciones que hace nuestro cerebro. De todas formas, desde este punto de vista, existen multitud de gamas intermedias que llegan al infinito.

RAFAEL FABREGAT

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