Nuestros viajes casi siempre han sido precipitados, pero nunca improvisados. Nos gusta salir de casa con los cabos bien atados, siempre sobre la base de una buena organización, aunque el viaje sea de hoy para mañana. Planificación de la ruta, hasta el más pequeño detalle y cerrada la reserva de los hoteles elegidos. Sorpresas sí, las que el viaje depare, pero con una cuidada planificación y reserva de Hoteles y análisis de los más importantes lugares a visitar, junto a la información suficiente de lo que su visita puede depararnos, incluídos los horarios más aconsejables para realizarla.
Hecho esto quedan en el aire sorpresas, siempre agradables, como visitar una quesería artesana que venda al público en el Valle de Roncal, o un agricultor particular del valle de Echo que venda los famosos boliches de Embún, etc. Son estos detalles los que hacen grande un viaje sencillo. La animada charla con estos personajes y la de aquellos amables vecinos que gustosos dejan su trabajo para acompañarte a la casa de los primeros. Detalles de antaño, que ya no existen en nuestra zona y que invaden de agradable nostalgia los pensamientos de aquellos que ya tenemos una cierta edad. No es menester visitar grandes ciudades, sus interesantes museos y sus grandiosas catedrales que, por supuesto, también visitamos y estamos encantados con ello pero, tanto para mi mujer como para mí mismo, entablar unas frases con los lugareños, adquirir sus artesanales productos y visitar una simple ermita románica, olvidada entre las montañas pirenaicas, compensan sobradamente el largo viaje.
Era viernes y ese fin de semana acogía el "puente del Pilar". Nada teníamos hablado ni previsto pero, a falta de quebraderos de cabeza, se me ocurre que podríamos irnos 3 o 4 días al Valle de Arán. Mi mujer siempre acoge bien estas propuestas y en lugar de marchar a nuestra casita de La Ribera marchamos hacia Castellón donde la Agencia acostumbrada nos aconsejará al respecto. Aunque nuestro deseo es viajar siempre por nuestra cuenta, nos entregan folletos y nos reservan hoteles en cada uno de los puntos donde pernoctar.
A la mañana siguiente ya salimos hacia el pirineo catalán; serán cuatro días y tres noches.
No vamos a sufrir, sino a disfrutar, por lo que no madrugamos y ya en la brasería del Rte. Vicente, de Sta. Magdalena de Pulpis, paramos a almorzar. Con el cuerpo caliente y tras los oportunos cafés salimos con dirección Lérida. Una vez allí la N-230 nos lleva hacia el Puente de Montañana, en cuyo punto se une al río Noguera formando ambos frontera entre Aragón y Catalunya hasta el mismo túnel de Vielha. Los Pirineos, con sus cumbres superiores a los 3.000 m. se vislumbran imponentes a lo lejos. Pasado el espectacular túnel, la panorámica del inmenso Valle de Arán se abre antes nuestros ojos incrédulos ante el espectáculo de un mundo diferente. Aldeas inexpugnables y el armonioso negro de sus tejados de pizarra, salpican las laderas de aquellos valles inmensos.
Todo es nuevo y diferente para el visitante primerizo y especialmente si viene del sur. Llaman también la atención aquellas altas cumbres permanentemente nevadas.
Llegamos a Vielha al final de la tarde, pero todavía con un par de horas de luz solar. Localizado el hotel y dejadas las maletas, como jóvenes quinceañeros, salimos a la calle ávidos de nuevas experiencias. Las primeras no se hacen esperar puesto que muy próxima está la Plaza Mayor y en ella, un espectáculo folklórico donde músicos y danzantes dan la bienvenida al viajero. Visitamos todavía una buena parte de la zona antigua de la ciudad y volvemos a la plaza, todavía impregnada del interesante espectáculo que saboreamos desde la terraza de uno de los bares allí ubicados. La agenda está repleta, en la misma plaza se encuentra la iglesia parroquial de San Miguel del románico tardío. (XII/XIII) No hay tiempo que perder, pues esa primera noche tenemos cena en el hotel y ya nos han advertido que las mesas no se reservan más tarde de las 22 horas.
En este lugar la cena suele ser a las 21 h. y cuando llegamos todas las mesas están ocupadas, a excepción de la nuestra que nos espera coqueta en un rincón de la sala. Como sucede en las zonas de alta montaña la cena no es ligera pero nosotros, cansados con el viaje y no teniendo previsto salir posteriormente del hotel, no acabamos las viandas a fin de no sobrecargar el estómago con una cena excesiva y tras un corto paseo posterior, por los alrededores del hotel, marchamos a descansar. Lo programado para el día siguiente no permitía levantarse excesivamente tarde por lo que, tras un interesante desayuno bufé en el propio hotel, partimos en visita a los diferentes pueblecitos del norte del valle: Vilac, Vila, Arrós, valle y cascada Sauth deth Pish, Bossot, Les... Pasamos la frontera de Francia y tras breve visita regresamos para comer en Les.
Esta población es zona de gran afluencia de franceses que entran a comprar algunos productos españoles, muy mejorados de precio, por lo que existen grandes supermercados que atienden esta demanda. Compramos también nosotros algunos productos a modo de souvenir para la familia y regresamos a Vielha. Sin embargo no hay parada en el hotel pues se impone la visita a la parte Este del Valle de Arán, donde interesantes pueblecitos y sus diferentes iglesias románicas nos esperan. Llegamos hasta Baqueira y subimos a Beret, visitando las diferentes pistas de esquí. Al bajar nos impresionan sobremanera las vistas del inmenso valle que se abre a nuestros pies, hasta el punto que decidimos regresar al día siguiente por esa complicada pero interesante ruta. Está atardeciendo cuando regresamos a Vielha, donde pasar nuestra segunda y última noche.
Por la mañana iniciamos el camino de vuelta y, tal como decidimos el día anterior, tomamos la C-28 hasta Baqueira y Port de la Bonaigua. Paralelos al Noguera Pallaresa llegamos a Sort, donde es obligado comprar unos décimos de Lotería y, desde allí, seguimos hasta Pobla de Segur.
Tenemos un pequeño problema... Ensimismados por el espectacular paisaje cambiamos la ruta de regreso y ahora ha quedado atrás el objetivo principal del viaje: la riqueza románica de la Vall de Boí. Todavía estamos a tiempo de enmendar el despiste y cogemos la N-260 que nos llevará hasta Pont de Suert, donde empieza el Valle de Boí, sin embargo... La indicada carretera nacional, que lo sería muchas décadas atrás, es apenas una carretera local por la que no transcurre vehículo alguno y sí muchos ganado caprino y vacuno.
Cincuenta y seis kilómetros de cuestas y curvas sin fin justifican sobradamente el que apenas encontremos media docena de vehículos locales en todo ese recorrido. Sin embargo el premio final valió la pena y hubiera podido valerlo todavía más de haber subido al Parc Nacional d'Aigüestortes, a escasa distancia, pero no era nuestro objetivo y fue un detalle que quedó pendiente para otro posterior viaje. Visitamos los diferentes pueblos del valle y sus interesantes iglesias románicas, con especial hincapié en la de San Clemente de Taüll y sus pinturas románicas, aunque lo que allí se exhibe no sea más que una copia y cuyo original se ubica en el Museo Nacional de Arte de Catalunya y cuyo expolio, una vez más, se justifica como garantía de preservación. Todos los pueblecitos del valle tienen en sus iglesias la más espectacular pureza del arte románico pero San Clemente de Taüll, con diferencia, es la mejor y la más visitada. El objetivo estaba conseguido, pero el día había sido largo y fatigoso.
Paramos a pernoctar en Lérida capital. Interesante Hotel y espectacular cena en una taberna al final de la calle Mayor, donde el buen queso de oveja curado, los diferentes ibéricos de bellota y el pà amb tomaca, acompañados del mejor vino del Priorat, hicieron las delicias de los cansados viajeros. Se impuso un largo paseo, para bajar las viandas, a lo largo de esa misma calle, la más turística de la ciudad; también de un último café en la grandiosa avenida junto al río Segre, donde teníamos el Hotel y que divide Lérida en dos mitades. Sus antiguos barrios y la imponente Seu Vella quedan al Oeste del citado río, al tiempo que toda la parte nueva de la ciudad queda al Este. Esa misma avenida es la principal entrada y salida a la capital, llegando desde la costa mediterránea, por lo que al día siguiente nos fue muy fácil el regreso a nuestra tierra. Así lo hicimos tras el desayuno de rigor. Nos gusta salir, pero más todavía regresar. Invariablemente, como supongo que hacen todos, en nuestra llegada a casa el comentario siempre es el mismo:
- ¡Que be se està en casa teva!. Claro que para saberlo, hay que salir.
RAFAEL FABREGAT
No hay comentarios:
Publicar un comentario