Ni la tradición, ni las Sagradas Escrituras hablan de la forma de decidir como tiene que ser elegido un nuevo Pontífice por lo que, durante siglos fueron los mismos Papas quienes designaban al sucesor.
El cambio se produjo en el año 236 cuando, por creerlo una señal divina, se nombró Papa al que después sería beatificado como San Fabián, por el solo hecho de que una paloma blanca se posara sobre su cabeza durante el cónclave.
A partir de ese momento prácticamente todos cuantos han ocupado el trono de Pedro han introducido cambios al respecto. El cambio más importante lo instauró el Papa Nicolás II cuando decretó que solo los cardenales participarían en la elección del Papa, estableciéndose en el Concilio Laterano (1.179) que tan solo serían necesarios para ello las dos terceras partes de los mismos, lo cual sigue vigente actualmente.
De todas formas sigue siendo impredecible la duración del cónclave. En los casi dos milenios que hace que se instituyó la Iglesia Católica, la reunión que determina la sucesión, ha tenido duraciones extremas que van desde apenas unas horas con la elección de Julio II el 31 de Octubre de 1.503, hasta la más larga que determinó el nombramiento de Gregorio X cuyo cónclave se inició en 1.268 y finalizó en 1.271, de forma totalmente forzada.
Después de tres años sin resultado alguno, para forzarles a tomar una decisión definitiva, las autoridades sellaron las puertas del palacio dejándoles sin víveres ni agua. Sin embargo los dieciocho cardenales aguantaron estóicamente algunos días más y no decidieron sucesor hasta que la población, amenazándolos de muerte y pretendiendo acceder indignados a la clausurada sala, empezaron a arrancar las tejas de la cubierta para poder llegar hasta ellos. Asustados, los cardenales nombraron inmediatamente a Gregorio X, el Papa de origen italiano que el pueblo pedía. Este nombramiento, forzado y con ausencia de gran cantidad de cardenales, significó el inicio del Cisma de Occidente, pero este es otro tema.
Queriendo evitar la repetición de estos incidentes, en 1.274 Gregorio X estableció que en el futuro los cardenales participantes en el cónclave para elección de un nuevo Papa, serían encerrados siempre con llave.
A partir de ese momento se establecieron también severas normas que evitaran el alargamiento innecesario de los cónclaves, de tal manera que incluso fuera posible someter a los electores a una severa dieta en caso de alargarse demasiado.
En cuanto a la duración de los papados, el más corto fue sin duda el de Juan Pablo I que fue nombrado Papa el día 26 de Agosto de 1.978 y murió el 28 de Septiembre del mismo año, a los treinta y tres días de papado.
Ante tan rápido e inexplicable acontecimiento, fueron muchos los rumores que se levantaron y muchas las voces que pedían la exhumación para verificar el motivo de su muerte.
Todos hablaron de asesinato por envenenamiento y pidieron reiteradamente la autopsia del cadáver, pero la Iglesia no lo permitió.
Rápidamente se convocó un nuevo cónclave que eligió como sucesor a Juan Pablo II al cual, según sus propias palabras, se le apareció Jesucristo y le dijo: "Apacienta mis corderos". Claro que eso no convenció a nadie...
Santa Marta, lugar donde se reunió el cónclave para la elección de Juan Pablo II, fue decorado con muebles réplica de los usados en el convento de San Marco, en Florencia, por el dominico Girolamo Savanarola, considerado durante siglos hereje. Frente a la corrupción que reinaba en la Roma de los Papas, Girolamo consiguió hacerse con el poder pero, al recuperarlo nuevamente en 1.498, Alejandro VI hizo que le condenaran a muerte y le quemaran en la hoguera.
Hasta el siglo X todos los Papas ejercieron el apostolado con su propio nombre de pila, siendo el 16 de Noviembre del año 955 cuando Octaviano, hijo de Alberico II y de 17/18 años de edad, fue elegido Pontífice, cambiando su nombre por Juan XII. La Historia dice que hubiera sido mejor que cambiara de vida.
Era hijo de una bella prostituta (Marozia) y cometió incesto con su madre y hermanas. La residencia pontificia se llenó de mujeres y esclavos eunucos convirtiéndose en lugar de orgías y excesos de todo tipo.
Sin la más mínima cultura, su grosera forma de hablar le hacía jurar por los dioses griegos y brindaba por los amores del diablo, llegando a nombrar diácono a uno de los empleados en las cuadras y a consagrar obispo a un niño de diez años.
A las mujeres se las prevenía que no fueran a la iglesia de San Juan Laterano, porque podían ser violadas por el Papa.
El 2 de Febrero del año 962, el emperador alemán Otón I el Grande, tras entrar vencedor en Roma, recibió la corona quedando restaurado el imperio de Carlomagno, sin embargo su confianza en la Iglesia y en los romanos era tan escasa que exigió que, durante toda la ceremonia de consagración, su portaespadas mantuviera el arma desnuda sobre su cabeza presto a defenderle de una eventual agresión.
Otón I confirmó a Juan XII las donaciones hechas a la Iglesia por sus predecesores con la sola obligación de que se le consultara antes de nombrar nuevo Papa.
Juan XII juró cuanto el nuevo rey lo solicitara pero, apenas abandonada Roma mandó cartas a los enemigos de Otón buscando alianzas para derrocarle.
Las cartas fueron interceptadas y Otón I fue en su busca, pero Juan XII que ya presagiaba la venganza se dio a la fuga llevándose el tesoro de la Iglesia.
El día 4 de Diciembre del 963 Otón depuso a Juan XII en concilio celebrado en San Pedro y aquel mismo día nombró el sucesor, que sería León VIII regresando después a Alemania. Tiempos oscuros en una Iglesia que buscaba más riquezas y poder que al propio Jesucristo.
Enterado de la marcha del rey, en Febrero del 964 Juan XII volvía a estar en Roma logrando León VIII escapar, pero no tuvieron tanta suerte sus aliados a los que Juan XII les sacó los ojos y les cortó las orejas y la nariz.
La venganza del depuesto Papa fue espantosa.
Avisado Otón de los acontecimientos se dirigió de inmediato a Roma, pero no pudo castigar al culpable.
Se dijo que, sorprendido en el lecho de su mujer, un marido le propinó tal paliza que murió a los tres días.
Lo único seguro es que el día 14 de Mayo del 964 el depuesto Papa Juan XII, aquel llamado Octaviano hijo de Alberico II, murió de forma violenta y sin recibir los Sacramentos.
Murió pues a la edad de 27 años y se dice que, en toda la historia de la Iglesia Católica, jamás se ha sentado en la silla de Pedro persona más abyecta y ruin.
Otro capítulo interesante de la historia de los Papas cuenta que el llamado Juan VIII (820-882) era realmente una mujer, muy ocupado/a en los negocios temporales de Italia y Francia y pródigo en excomuniones.
Su figura se asocia a la llamada Papisa Juana, nombre que le daban sus opositores, aunque no hay certificación de que fuera una realidad.
Murió envenenado el 15 de Diciembre del año 882 pero, como tardaba en morir, fue rematado a golpes de martillo. De todas formas hay otra versión, mucho más amplia y factible que ya relataré otro día con mayor detalle...
Hoy cierro esta entrada al Blog más convencido que nunca de que la vida ha sido y es un abuso total por parte de quienes, Iglesia o Estado, dirigen el mundo. Ambos me reafirman en mi creencia natural de que "los banquetes de los ricos se cocinan con el sudor de los pobres" y en que (como mucho) "Jesús sí, Iglesia no".
RAFAEL FABREGAT
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