28 de julio de 2010

0123- LOS INTOCABLES Y ALGUNOS MAS.

Seguramente defraudaré a alguno de los lectores, pero ni estamos en los tiempos de la Ley Seca Norteamericana (1919-1933) ni voy escribir sobre los gánsters. 
Al Capone, Salvatore Maransano o Vito Genovesse tendrán que esperar; también Eliot Ness, líder de los agentes de Chicago denominados Los Intocables, policías que perseguían a los antedichos maleantes intentando acabar con sus negocios ilegales.
No, no, los "tiros" no van por ahí, lo mío es mucho más próximo y sencillo que todo eso.
Yo sitúo la acción en España, en la provincia de Castellón, en el pueblo de Cabanes y, en principio, en la partida de La Ribera de Cabanes, aunque con algunos "acompañantes" más. Corría el año 1965, quizás alguno más. La pandilla de "Fransuà"  (Paco Julve), nombre que se le dio a este chico por haber nacido en Francia, había decidido comprar un viejo coche para sus correrías. 

Se trataba de una pieza casi de museo, un modelo anterior a la guerra civil, pero que funcionaba perfectamente y que les ofertaron a muy buen precio: 5.000 pesetas (30 €). El problema es que todos eran menores (15/17 años) y nadie tenía Permiso de conducir, ni coraje para inscribirlo a su nombre, responsabilizándose de los problemas que pudiera acarrear su conducción.
Sin embargo, aunque ellos todavía no lo sabían, la solución se presentaría rápidamente. El padre de Fransuà era el propietario del Bar Julve, en el barrio de l'Empalme y aquel mismo día se dejó caer por allí uno de sus principales clientes. Hilario el de Frontonero, soltero de unos 50 años de edad y permanentemente borracho, en conversación con los jóvenes, se ofreció a que se inscribiera el vehículo a su nombre a cambio de unas rondas de vino. 

Entonces las cosas no estaban como ahora y los chicos, en un acto de inconsciencia juvenil, hicieron la compra del coche y lo pusieron a nombre de este sujeto. En base a su antigüedad, al coche lo "bautizaron" con el nombre de Los Intocables y fue él quien dio nombre a la pandilla.
El llamado Fransuà (de 14 años y el más joven de la "banda") tenía abuelos en Cabanes y pasaba largas temporadas con ellos, hasta el punto de ir aquí a la escuela. Esas temporadas formaba parte de mi pandilla (Los chupetes). Su pandilla de la Ribera no subió jamás al pueblo, pero la nuestra si que bajó en varias ocasiones y llegamos a salir de marcha con ellos. Nosotros alquilábamos alguno de los dos taxis que funcionaban en Cabanes en aquella época: (José el Quinto, con un CITROEN del año 47 y Daniel el de Batalla, con un SEAT-1400) mientras ellos iban con su flamante coche de Los Intocables.

Eran desplazamientos cortos: unas cervezas en el Bar Caña, de la Torre la Sal, o alguna verbena en un pueblo vecino: Oropesa, Benicasim, Torreblanca o Alcocebre eran lo más habitual. En Alcocebre había un Bar con pista de baile en la misma playa y era cita obligada en el verano. De todas formas sea cual fuere el destino elegido, la vuelta siempre era con prisas y maldiciones de los propietarios de los bares y de alguna buena mujer puesto que teníamos la mala costumbre de llenar los vehículos de toda clase de cosas que no queríamos para nada: macetas, ceniceros, servilleteros, etc. Como en las películas de gánsters el coche arrancaba a la máxima velocidad y se perdía en la oscuridad con las carcajadas de sus ocupantes y las maldiciones de los afectados por las gamberradas.

Nuestra pandilla no tenía vehículo alguno, pero los teníamos todos. Aparte los aludidos taxis Enrique el de Sodilluns, aprendiz de mecánico en el taller de Adolfito frente al Bar Tony, abrió prontamente taller propio en los bajos de la casa de su abuela en el carrer Castelló y allí nos reuníamos la pandilla, estudiando la forma de tener disponible para el fin de semana alguno de los vehículos en reparación.
Por su amistad con el propietario, la Montesa-BRIO de Paco el Greixo siempre estaba disponible para Enrique y lo mismo la Montesa -110 de Tonico el de Canina para su sobrino Fransuà pero, si habíamos de ser más, no eran suficientes. 
El "pato" lo pagaban el Gordini de Vicent el de Roc, el Gogomobil de Don Enrique el metge, el Biscuter del Ros de Martino y un largo etcétera que precisaban de vez en cuando de alguna reparación, cuya "complejidad" obligaba casi siempre a tener el vehículo en taller hasta el lunes siguiente.

En cierta ocasión, viernes por la tarde, a un tendero de San Mateo se le paró el Seat-600 a la entrada de pueblo y preguntando a un vecino, éste le dijo que había un taller a la vuelta de la esquina. 
Se dirigió el tendero al taller de Enrique que lo dejó todo para atenderle. 
El mecánico le dio al arranque sin resultado alguno y estando a punto de pasar el último coche de línea con dirección a San Mateo, el cliente comentó la posibilidad de marchar con el autobús y recoger el coche el lunes siguiente. 
Enrique, que ya había visto que solo se trataba de apretar una de las bujías, aprobó la idea y el coche quedó aparcado frente al taller. Con aquel 600 el sábado marchamos a Vilafamés que había verbena y al siguiente día domingo la pandilla de Montsín, chicas con las que organizábamos algunos guateques, propuso alquilar el taxi de Daniel el de Batalla al tiempo que los chicos iríamos con el 600 del señor de San Mateo. Fuimos al Mas de Roures, en el Plà de l'Arc, donde hacían baile con un viejo tocadiscos. Después de divertirnos un buen rato, parece ser que alguien se pasó de la raya con los massovers que allí estaban y tras la acalorada discusión subimos a los coches y arrancamos, tirándonos ellos algunos terrones de tierra de un bancal recientemente arado. Aquello era una especie de huida deshonrosa y así lo comentamos chicas y chicos cuando paramos los coches a escasa distancia de la masía.
Enrique, que durante la reparación del 600 había visto que el maletero estaba repleto de huevos, dio orden de regresar. 

No hizo falta pensar ni razonar y parando a escasos metros del Mas de Roures, donde los "enemigos" todavía permanecían en la calle riéndose de nuestra rápida retirada, abrimos el capó y empezamos a lanzarles huevos consiguiendo que, alguno de ellos ya manchado por los impactos, huyeran a través de los bancales o escondiéndose en la masía. El honor había quedado restablecido.
Exceptuando un par de chicos que tenían "rollete" con alguna de las chicas, el resto regresamos por Benlloch con tan mala fortuna que a la entrada de la población chocamos con un coche destrozando nuestro parachoques y el suyo. El otro conductor quiso solucionar el incidente por medio del seguro, pero Enrique no tenía carnet ni era propietario del vehículo por lo que, para empezar, se imponía hacerse cargo de los costes de reparación de la parte contraria. 

Enderezamos un poco la chapa para poder continuar y regresamos a Cabanes, donde Enrique le contó a su abuela el accidente y ésta le proporcionó el dinero para evitar la denuncia del propietario cuyo coche había abollado. Pero quedaba una segunda parte por solucionar. El 600 también estaba con el parachoques roto y un poco abollado el capó... sin contar las 4/5 docenas de huevos que faltaban.
El lunes a las diez de la mañana, el tendero de San Mateo bajó del autobús para recoger su vehículo, pero para entonces Enrique ya tenía preparada su estratagema. La noche anterior había ido a la higuera del Trinqueté, bajo la cual estaba el 600 y abriendo el capó destrozó con un palo casi todos los huevos que quedaban en las hueveras, impregnándose el maletero de todo un engrudo de huevo y cáscaras rotas.

Apenas se asomó el tendero a la puerta del taller y sin darle tiempo a dar los buenos días, Enrique se abalanzó sobre él increpándolo:
- Asesino, criminal!
El hombre, espantado, no sabía como reaccionar.
- Però... què passe? -preguntó perplejo el tendero.
- Què passe?, casi em mate per culpa seva i encara em pregunte què passe? -respondió Enrique aparentemente acalorado.
- Jo no sé de que em parles -balbuceaba el tendero.
- Deixar-me un coche sense frenos, sense dirmeu, que no me he matat de milacre i encara em pregunte què passe pocavergonya? -remató Enrique.
- Jo dels frenos no li notà mai res -se defendía el de San Mateo.
- Ah no? Pues allà baix d'una figuera està tot esclafat i jo viu de miracle -dijo Enrique.
- Bueno, lo important és que tu no et feres res, el mal ja s'arreglarà -dijo el tendero intentando calmar los ánimos del acalorado mecánico.
Eran las palabras que Enrique esperaba oir. Poco a poco fue bajando el tono de sus reproches y fue contándole lo que se le ocurrió. El coche, aunque abollado, podía circular y solo faltaba saber si el cliente le encargaba a Enrique la reparación o si quería llevárselo y arreglarlo en otra parte. El de San Mateo optó por llevárselo y apañarse por su cuenta y a cambio Enrique le dijo que no le cobraría el material (una bujía) ni la mano de obra (un minuto).

Al marchar el tendero, Enrique exclamó aliviado:
- Hostia!. M'he escapat de sort... Més de dos mil duros de mal!
Seguramente al pobre vecino de San Mateo no se le habrá olvidado nunca que, con aquella avería, no solo se quedó sin coche, sino que perdió... ¡hasta los huevos!.
Otro día el Ros de Martino, ya propietario de un Biscuter, le llevó una nueva adquisición: una anticualla de 1.920 pero bastante bien conservado. El vehículo, mucho más antiguo que el que tenían nuestros amigos Los Intocables de la Ribera, funcionaba perfectamente pero tenía el inconveniente de que el depósito del agua del radiador iba parejo al del aceite, por lo que cada vez que se usaba debía abrirse un pequeño grifo que había bajo el radiador y cerrase tras su uso. Al parecer el coche tenía un pequeño problema eléctrico que Enrique arregló rápidamente pero, siguiendo la costumbre, le dijo al cliente que faltaba una pieza que no llegaría hasta el lunes y el coche del Ros quedó en depósito bajo la higuera de Paco el Trinqueté y el cliente marchó hacia su casa agradeciendo el detalle de protegerlo de los rayos del sol.

El sábado por la noche, tras tomarnos unas cervezas en el Bar Tony (Enrique, como siempre, con berberechos) bajamos por el carrer Castelló y girando por la esquina de la antigua ferrería de Manuel el de Pipa nos encaminamos a la higuera de El Trinqueté donde nos esperaba la flamante antigualla.
Enrique abrió el pequeño grifo del agua y le dio al contacto, Paquito el de Basilia hizo girar con fuerza la manivela y el motor arrancó con alegre sonido. Con sonrisas de oreja a oreja nos instalamos todos en el interior y arrancamos en dirección a Benlloch. El coche iba como un reloj y al poco rato paramos en el Bar de Perito a tomar la primera ronda. Era la fiesta de los quintos y había una verbena que nos mantuvo ocupados hasta altas horas de la madrugada. Finalizada ésta y ya sin más interés decidimos regresar, por lo que nos acomodamos en los mullidos asientos y nos dirigimos hacia Cabanes dejando el coche nuevamente bajo la higuera del Trinqueté. No fue hasta la mañana siguiente cuando Enrique se acordó de no haber cerrado el grifo del agua. Ya era demasiado tarde, el agua había entrado en el motor mezclándose con el aceite y el problema era inevitable. 

Enrique le dio una y otra vez al contacto y a la manivela pero el coche no arrancó. Después de cien intentos y revisiones, el coche no arrancó jamás por lo que fue obligado avisar al Ros explicándole el problema (no las causas que lo provocaron) y, no habiendo solución, unos días después éste tuvo que ir con una enorme jaca torda que tenía y con unas cadenas llevárselo a rastras a un patio que tenía, donde se pudrió con los años.
La última que voy a contar fue con el Biscuter del mismo cliente anterior, el Ros de Martino. Parece ser que este hombre no escarmentaba. Habían operado de una fístula anal a Fransuà en Castellón y la pandilla decidió ir a visitarle. El único vehículo disponible era el Biscuter del Ros, pero no le funcionaba el alternador. Enrique cargó la batería a tope y después de cenar nos dirigimos a la Clínica particular donde el paciente se había operado, en la calle Cardenal Costa, muy cerca de la Estación.
El cochecito iba perfectamente pero, al no funcionar el alternador, solo en el viaje de bajada agotó la batería y apenas pudimos llegar, ya empujando, hasta uno de los talleres del paseo de Morella que todavía tenían abierto. 

Lo dejamos allí cargando la batería y fuimos a efectuar la visita al amigo, que estaba con el culo hacia arriba y muy dolorido. Tras un par de horas de consuelo, ya de madrugada, nos despedimos del enfermo y fuimos hacia el taller. El dueño ya había cerrado pero, muy amable, por debajo de la puerta había pasado un cable y nuestra batería seguía cargándose. Nos felicitamos por ello y tras fumarnos un pitillo emprendimos la marcha hacia el pueblo a punto de dar la una de la madrugada.
- Amb el rato que ha estat conectada no és prou -dijo Enrique, conocedor del asunto.
- Tindrem que fer el viatge a fosques o no arribarem -remachó.
Profanos en la materia, aprobamos su propuesta y el Biscuter se encaminó hacia Cabanes con todas las luces apagadas, aunque acompañados de una luna nueva espectacular.
Entonces había pocos coches y solo dos o tres vehículos encontramos en el camino de regreso, cruzándonos o adelantándonos y lógicamente todos nos pitaron sorprendidos e indignados, pero nosotros ni caso. La idea de Enrique había sido "buena" y gracias al método empleado pudimos llegar hasta la misma plaza del Generalísimo en Cabanes, aunque ya empujando en el carrer de Castelló todos los pasajeros. Una vez más resulta obligado repetir que el hambre (en esta ocasión la falta de medios) aguza el ingenio.

RAFAEL FABREGAT

26 de julio de 2010

0122- PAPA BENEDICTO III O "LA PAPISA JUANA".

Suponiendo que la Papisa Juana no fuera el papa Juan VII (872-882), pudo serlo Benedicto III, que ejerció su pontificado durante poco más de dos años. (855-857). 
Otros historiadores dicen que no fue uno ni otro, ya que ambos figuran en la Lista oficial de los Pontífices de Roma, mientras que la Papisa, debido a su sexo y a lo irreverente del caso, fue eliminada de esta relación.
La supuesta Juana nació el 822 en Ingelheim am Rhein y era hija de un monje.
Su padre, llamado Gerbert, era predicador y la pequeña Juana creció rodeada del ambiente religioso. Como el estudio estaba vetado a las mujeres, intentando seguir los pasos de un amante estudiante, se hizo pasar por varón e ingresó en la carrera eclesiástica con el nombre de Johannes Anglicus (Juan el Inglés).
Después de algunos años, Juana se trasladó a Roma (848) para ocupar un puesto docente, siempre disimulando su verdadera identidad, llegando a ser recibida por la Curia. Su reputación de erudita le valió el nombramiento de secretaria para asuntos internacionales del Papa León IV y posteriormente el de cardenal.

En aquella época la elección de pontífice todavía se hacía a través de las votaciones de todos los fieles de la ciudad y determinadas por las corruptelas de las grandes familias romanas. 
Tras la muerte del Papa, en 855, la alta opinión que de ella se tenía en Roma la hicieron valedora para ser electa y posteriormente elegida como sucesora con el nombre de Benedicto III.
Después de año y medio de papado Juana, aventurera al fin y al cabo, se enamoró del oficial Lamberto de Sajonia y unos meses después vio horrorizada que había quedado embarazada. 
Los hábitos y las largas vestiduras, así como lo inimaginable de la situación, hizo que el hecho pasara desapercibido.
Naturalmente hubiera podido dar a luz en secreto y ocultar a la criatura sin que el hecho trascendiera, pero la suerte no le acompañó y durante su presidencia en una de las habituales procesiones, empezó a sufrir contracciones. 
Intentó sobreponerse y evitar la catástrofe, pero sin poder evitarlo dio a luz en plena calle en el portal de una calleja contigua.
La primera reacción de la muchedumbre fue de sorpresa y después de cólera. 
Unos lo vieron como una manifestación diabólica, otros como profanación repugnante. Antes de poder evitarlo, la muchedumbre se abalanzó sobre ella y la despedazó. 
Según Martín el Polaco murió a consecuencia del parto, pero otros muchos cuentan que fue lapidada allí mismo por el gentío enfurecido.
Fue Papa durante dos años, siete meses y cuatro días.
Según la leyenda, durante algunos años, la suplantación de Juana obligó a la Iglesia a realizar un ritual de verificación de virilidad, previo al nombramiento de papa. 
Dado el obligado recato, un eclesiástico estaba encargado de examinar manualmente los atributos sexuales, a través de una silla perforada y si todo estaba correcto debía exclamar: Duos habet et bene pendentes. (Tiene dos y cuelgan bien).
En cuanto a las obligadas procesiones entre el Vaticano y Letrán, se evitaba el paso entre el Coliseo y la iglesia de San Clemente por ser allí, en una estrecha calleja, el lugar del parto de Benedicto III.
Aunque tiene el trato de leyenda, fue dada por cierta por la propia Iglesia hasta el siglo XVI. 
Ninguna crónica contemporánea acredita la historia y la lista de papas oficiales no deja resquicio donde insertar el pontificado de Juana por lo que, o bien la Iglesia borró perfectamente su paso por San Pedro (lo más probable) o se trata de una simple leyenda. 

Entre la muerte de León IV (17 de Julio de 855) y la elección de Benedicto III (29 Septiembre 855) transcurrió muy poco tiempo y está confirmado por monedas y documentos de la época por lo que, o no existió o fue Benedicto III.
El mito quizás fue ideado a partir del sobrenombre que posteriormente también recayó sobre Juan VIII pero lo que asegura el éxito es la Crónica de los pontífices romanos y de los emperadores, un relato de Martín el Polaco escrito en 1.280.
Cada cual aportó sus conclusiones pero, durante el Gran Cisma de Occidente la historia de "la papisa Juana", para las dos facciones, dejó abierta una puerta a la necesidad legal de una posible destitución papal.
Los luteranos y la polemista Jan Hus también recogieron el hecho, viendo en Juana a la prostituta de Babilonia que se cita en el Apocalipsis:
"Las aguas que has visto,
donde se sienta la ramera,
son pueblos, muchedumbres,
naciones y lenguas.
Y los diez cuernos que viste y la bestia,
aborrecerán a la ramera,
la dejarán desolada y desnuda,
devorarán sus carnes y la quemarán con fuego.
Dios ha puesto en sus corazones
el ejecutar lo que él quiso:
ponerse de acuerdo y dar su reino a la bestia;
hasta que se hayan cumplido las palabras de Dios.
Y la mujer que has visto es la gran ciudad,
que reina sobre los reyes de la tierra".

Ahora, como en tantas cosas de la vida, que cada cual saque sus propias conclusiones...

RAFAEL FABREGAT

23 de julio de 2010

0121- EXCURSIONES AJENAS A LA AVIACION.

Escribo hoy a petición de mis hijas, contando un vacacional fin de semana con sus abuelos maternos. 
Es curioso que, apenas unos meses atrás, mi hija Montse me prohibiera que incluyera nada de su vida en mis escritos y que hoy me pida que haga este relato. 
Ellas tienen carreras universitarias y ordenadores fijos y portátiles para llevar a cabo este breve y simple relato, por lo que no sé el por qué de esta petición que, sin lugar a dudas, ellas narrarían mucho mejor que yo y con más profusión de detalles, puesto que yo no estaba presente.
En fin, allá voy...








Aproximadamente correría el año 1.984 y estábamos a finales de Mayo cuando el abuelo José propuso a sus nietas la posibilidad de, al cerrar la escuela, bajar con ellos a la Ribera donde pasarían tres o cuatro días en la casa de la abuela Fina, en el barrio de la Estación.
Las niñas ya se sabe, con 9, 6 y 4 años, encantadas de salir de casa y alejarse de la vigilancia paterna, por lo que tomaron la propuesta como una colosal aventura. Cada día, para regocijo de sus abuelos, las niñas iban a su casa para saber cuando marcharían...
- Prompte -decía invariablemente el abuelo José.
Las dos o tres semanas que faltaban para la fecha prevista se hicieron interminables y no pasó día alguno en que no sacaran el tema del anunciado viaje. Sin embargo el tiempo pasa y el día señalado terminó llegando.


El abuelo José no tenía coche y por lo tanto el viaje sería con el motocultor, aquel artilugio con el que trabajaba sus tierras y que en alguna ocasión dejó probar a su hija mayor, su madre. A mediados de la semana anterior a las fiestas de "Sant Pere" el abuelo José dijo la frase tan esperada:
- Passat demà, divendres, se'n anirem a la Ribera.
Las niñas dieron saltos de alegría ante la noticia y corrieron a casa para anunciarnos el acontecimiento que, naturalmente ya conocíamos.
A partir de ese momento todo fueron preparativos...
- Jo m'agafaré este vestit i este altre -decía Montse, la mayor.
- Dons jo estos dos i estes sandalies - respondía Ana, la mediana.
- Jo també m'agafaré coses -decía la pequeña Elena con apenas 4 años.
- Els banyadors els possareu en la maleta? -preguntó la madre.
- Sí, sí, sí -responden todas a coro.
Ante la fiesta que se avecinaba, la noche del miércoles las niñas ya durmieron poco, pero la del jueves apenas llegaron a cerrar los ojos. A primera hora del viernes, tal como estaba convenido, tras tomarse el vaso de leche con galletas que les puso su madre, nos fuimos los cinco al pati de los abuelos José y Josefina. 

Un almacén donde anteriormente criaron cerdos, como forma de ganar un dinero extra para la casa y otros animales menores (conejos y gallinas) para evitar los gastos de carnicería. Allí guardaba también el abuelo José el motocultor con el que trabajaba las tierras y que sería el vehículo que les proporcionaría el ansiado viaje. Siempre meticuloso, el día anterior, el abuelo comprobó el estado del aceite y llenó a tope el depósito de gasolina. Instaló unas sillas en el pequeño remolque y colocó en el mismo una caja de madera donde meter la comida y los pertrechos necesarios. Todo estaba listo. El perrito, que también les acompañaba, subió el primero. Subió la abuela y las niñas en el remolque y José tiró de la cuerda que ponía en marcha el motor, pero éste no arrancó. José enrrolló nuevamente la cuerda a la polea de arranque y tiró de nuevo, también sin resultado alguno.


- Redeu, sempre plou quant no fan escola -maldijo a media voz.
Como si realmente Dios le hubiera oído, a la siguiente cordada la máquina arrancó con el alegre sonido que denota un motor en perfecto estado. Aplauso de niñas y abuela Fina y sonrisa del abuelo José que de un salto se pone tras el manillar. Nosotros, hijos de unos y padres de las otras, nos despedimos entre risas y recomendaciones.
- Porteu-vos be!
- Sí pare, sí mare, ens portarem be!
El abuelo José coloca la segunda velocidad y arranca en dirección al Plà de les Foies, que es el camino elegido, al tiempo que nosotros quedamos cerrando la puerta del pati o almacén.
¡Pam, pam, pam, pam, pam, pam...! la máquina, cargada a tope de gente y pertrechos, pasa por delante del taller de Pipa y atraviesa el pequeño puente del río Ravaxol en dirección a Miravet. Al llegar a les cases del Calvari, José coloca la tercera velocidad y la máquina se pierde rápidamente de nuestra visión, ¡a casi 20 Km. por hora...!


El viento levanta las melenas y las niñas empiezan a desgranar canciones infantiles mientras el paisaje va cambiando ante sus ojos. Primero son las granjas de Manuel el Pardo y de Dorita la Pascualeta, después las viñas y frutales del Plà i pou de les Foies y tras ellos la Costa de les Santes; después la entrada al Barranc de Miravet, el castell i la font...
De repente una de las niñas exclama:
- Üela, tinc pissera.
- Nosaltres també -dicen las demás.
El abuelo José para la máquina en el entrador de una finca, adyacente a la carretera y abuelos y nietas bajan de la máquina. Todos aprovechan la parada y hacen aguas menores junto a la máquina que José, en previsión de sorpresas, no ha llegado a parar el  motor y tras este obligado y breve descanso se inicia nuevamente el viaje.
Pronto se avista el mar y los huertos de naranjos que hacen presagiar una pronta llegada a su destino. En pocos minutos llegan al aljub d'Orpesa y cogen el camino que, pasando por el Borsseral, les llevará al barrio de El Pintxo y desde allí al de El Empalme. 

Para no tocar la N-340 siguen por el camino que, cruzando la Carrerassa del Cementeri, les lleva directamente a la Venta de Sant Antoni y desde allí a l'Estació.
La máquina para frente a la casa tras un meteórico viaje de una hora y treinta minutos, plagado de paisajes y perfumes que la naturaleza regala. Se impone la apertura de puertas y ventanas así como la descarga de las viandas y enseres que la abuela Fina ha bajado para comodidad de los "veraneantes". Las niñas se dirigen a la enorme higuera que preside el solar adyacente y prontamente alguna de ellas ya está encaramada en sus ramas cogiendo las brevas que salen en esa época del año. Como homenaje y nostálgico recuerdo, me he permitido poner la foto de la higuera y de los abuelos maternos de mi mujer que fueron quienes la plantaron y construyeron la casa.
- Üela, üela, la figuera està plena de figues -dicen todas a coro.
- Ara aniré, després d'entrar-ho tot -responde Fina.
Cuando los abuelos se acercan al árbol, las dos mayores increpan al abuelo.
- Üelo, üelo, fes-mos un gronsador -le dicen.
- Ara després d'entrar la máquina -responde el abuelo.

Al poco rato el abuelo sale de la casa con unas cadenas del viejo carro y unas maderas que las niñas aplauden con alegría. José ata las cadenas a través de una gruesa rama del viejo árbol y las pequeñas maderas a algo más de medio metro del suelo.
- Primera, primera -grita Montse, la mayor.
- Segona, segona -grita Ana, la mediana.
- Jo també vulg pujar -lloriquea la pequeña Elena.
Como tiene que ser, el abuelo coge a Elena y la sienta en el madero balanceándola unos minutos. Las otras seguirán después a su aire.
Se impone preparar la cena y la abuela Fina propone una simple pero riquísima tortilla de patatas que todos aceptan encantados pero, en el momento de la cena, como los niños dicen lo que realmente piensan el comentario no se hace esperar...

- La üela Pilar (abuela paterna) la fà més bona...
Fina sonriendo mira a su marido y, aunque un poquito dolida exclama:
- Però esta també està bona, veritat?
- També també üela, esta també està bona... però aquella, més!
Los niños, ya se sabe...
Se olvida el asunto y se hacen los planes para el día siguiente.
- Üelo, üelo! que demà anirem a la platja? -preguntan las niñas.
- Lo que la üela vullgue -responde José diplomático.
- Va üela, anem! -suplican todas a una voz.
- Vale, vale, anirem a la platja -concede Fina, mirando a su marido que aprueba la idea.
- Bien, bien! -gritan las niñas dando saltos de alegría.
Efectivamente, a media mañana del siguiente día y tras el desayuno, el motocultor con su cajita llena de sillas, ocupadas por la agradecida clientela, enfila hacia la playa del "Cuartel Vell". 

Cruzan la vía del ferrocarril por debajo y, ya dentro del cauce del Barranquet, pasan al otro lado del camí l'Atall. Para ellas, desconocidos paisajes de huertas de negra tierra, plantados de peras, albaricoques y frutales de todo tipo; campos de patatas, melones y tomates; pronto el importante humedal del Prat de Cabanes. La máquina se desliza alegre por el estrecho camino y pronto se divisa el cruce que les lleva al Cuartel Vell, un viejo edificio de Carabineros en estado de ruina total.
José para la máquina al final del camino. Están a escasos metros de las ruinas a cuyas piedras rompen las pequeñas olas de un mar en calma total. La playa está desierta.
Las niñas, unas en bañador y otras desnudas se acercan al agua, ante la mirada vigilante de los abuelos que también se apresuran a prepararse para el baño.

José en calzoncillos y Fina en combinación, meten los pies en el agua y las niñas alborozadas les siguen dando saltos, entre miedosos y alegres por la novedad.
- Açò és vida! -exclama José, ante disfrute tan económico como especial.
A la vuelta de la playa las niñas, metidas en el brozal que había frente a la casa al otro lado de la calle, empiezan a recoger pequeños caracolillos que normalmente la gente destina al alimento de los patos.
- Üelo, mira!. Estes herbes estan plenes de caragols! -dicen las niñas.
- Son massa menuts, pero podeu triar els més grans -dice el abuelo.
Las niñas seleccionan los mas grandes y se empeñan en comérselos.
- Üela, fes-mos-los amb tomata -dicen las niñas alborozadas.

La abuela por no oirlas "engaña" los caracolillos y los guisa con tomate que, tras la cena, todos comen con verdadero deleite. 
Pero, claro, no habiendo esperado las 48 horas mínimas para que los caracoles evacuaran, los retortijones de barriga pronto se hacen notar. 
Los abuelos asustados hacen un perol de té de roca, cuyo manojo cuelga de un clavo en una de las vigas de la casa y rápidamente se alivian las molestias de las niñas y de ellos mismos; al día siguiente ya nadie se acuerda del incidente.
Así pasaron aquellos cuatro días, donde cada una de las cosas relatadas se repitió varias veces para alegría general. 
Una vez más queda demostrado que, para ser feliz, no hace falta dinero sino amor y buena voluntad por parte de todos.
Y cuando alguien, seguramente sin pensar y sin querer ofender a nadie, dice una palabra inconveniente... no lo tengamos en cuenta. 
Analicemos el fondo verdadero de las cosas y no fomentemos rencores por nimiedades que no tienen mayor importancia. 
Seamos todos mejores y aprendamos a querer a quienes nos rodean. La vida no es otra cosa que la convivencia de unos con otros. ¿Qué ganamos haciéndola desagradable?.

Una sola palabra es la solución de muchos infortunios: AMOR. Pero amor en mayúsculas...
Para finalizar, debo señalar que todo lo relatado es fruto de mi imaginación, puesto que ellas no me han dado detalle alguno del viaje. 
Yo, naturalmente no estuve allí ni sé nada de lo que hicieron. Espero haberme ajustado mucho a la realidad.*

RAFAEL FABREGAT
(*)
Mis hijas han dado su aprobación con un 9,9 de nota. Al parecer todo lo escrito por mí, verdaderamente ocurrió. (!)

22 de julio de 2010

0120- CAPITULOS OSCUROS DE LA IGLESIA.

Ni la tradición, ni las Sagradas Escrituras hablan de la forma de decidir como tiene que ser elegido un nuevo Pontífice por lo que, durante siglos fueron los mismos Papas quienes designaban al sucesor.
El cambio se produjo en el año 236 cuando, por creerlo una señal divina, se nombró Papa al que después sería beatificado como San Fabián, por el solo hecho de que una paloma blanca se posara sobre su cabeza durante el cónclave.
A partir de ese momento prácticamente todos cuantos han ocupado el trono de Pedro han introducido cambios al respecto. El cambio más importante lo instauró el Papa Nicolás II cuando decretó que solo los cardenales participarían en la elección del Papa, estableciéndose en el Concilio Laterano (1.179) que tan solo serían necesarios para ello las dos terceras partes de los mismos, lo cual sigue vigente actualmente.
De todas formas sigue siendo impredecible la duración del cónclave. En los casi dos milenios que hace que se instituyó la Iglesia Católica, la reunión que determina la sucesión, ha tenido duraciones extremas que van desde apenas unas horas con la elección de Julio II el 31 de Octubre de 1.503, hasta la más larga que determinó el nombramiento de Gregorio X cuyo cónclave se inició en 1.268 y finalizó en 1.271, de forma totalmente forzada.

Después de tres años sin resultado alguno, para forzarles a tomar una decisión definitiva, las autoridades sellaron las puertas del palacio dejándoles sin víveres ni agua. Sin embargo los dieciocho cardenales aguantaron estóicamente algunos días más y no decidieron sucesor hasta que la población, amenazándolos de muerte y pretendiendo acceder indignados a la clausurada sala, empezaron a arrancar las tejas de la cubierta para poder llegar hasta ellos. Asustados, los cardenales nombraron inmediatamente a Gregorio X, el Papa de origen italiano que el pueblo pedía. Este nombramiento, forzado y con ausencia de gran cantidad de cardenales, significó el inicio del Cisma de Occidente, pero este es otro tema. 

Queriendo evitar la repetición de estos incidentes, en 1.274 Gregorio X estableció que en el futuro los cardenales participantes en el cónclave para elección de un nuevo Papa, serían encerrados siempre con llave.
A partir de ese momento se establecieron también severas normas que evitaran el alargamiento innecesario de los cónclaves, de tal manera que incluso fuera posible someter a los electores a una severa dieta en caso de alargarse demasiado.
En cuanto a la duración de los papados, el más corto fue sin duda el de Juan Pablo I que fue nombrado Papa el día 26 de Agosto de 1.978 y murió el 28 de Septiembre del mismo año, a los treinta y tres días de papado. 
Ante tan rápido e inexplicable acontecimiento, fueron muchos los rumores que se levantaron y muchas las voces que pedían la exhumación para verificar el motivo de su muerte.
Todos hablaron de asesinato por envenenamiento y pidieron reiteradamente la autopsia del cadáver, pero la Iglesia no lo permitió.
Rápidamente se convocó un nuevo cónclave que eligió como sucesor a Juan Pablo II al cual, según sus propias palabras, se le apareció Jesucristo y le dijo: "Apacienta mis corderos". Claro que eso no convenció a nadie...

Santa Marta, lugar donde se reunió el cónclave para la elección de Juan Pablo II, fue decorado con muebles réplica de los usados en el convento de San Marco, en Florencia, por el dominico Girolamo Savanarola, considerado durante siglos hereje. Frente a la corrupción que reinaba en la Roma de los Papas, Girolamo consiguió hacerse con el poder pero, al recuperarlo nuevamente en 1.498, Alejandro VI hizo que le condenaran a muerte y le quemaran en la hoguera.
Hasta el siglo X todos los Papas ejercieron el apostolado con su propio nombre de pila, siendo el 16 de Noviembre del año 955 cuando Octaviano, hijo de Alberico II y de 17/18 años de edad, fue elegido Pontífice, cambiando su nombre por Juan XII. La Historia dice que hubiera sido mejor que cambiara de vida. 
Era hijo de una bella prostituta (Marozia) y cometió incesto con su madre y hermanas. La residencia pontificia se llenó de mujeres y esclavos eunucos convirtiéndose en lugar de orgías y excesos de todo tipo. 
Sin la más mínima cultura, su grosera forma de hablar le hacía jurar por los dioses griegos y brindaba por los amores del diablo, llegando a nombrar diácono a uno de los empleados en las cuadras y a consagrar obispo a un niño de diez años. 
A las mujeres se las prevenía que no fueran a la iglesia de San Juan Laterano, porque podían ser violadas por el Papa.

El 2 de Febrero del año 962, el emperador alemán Otón I el Grande, tras entrar vencedor en Roma, recibió la corona quedando restaurado el imperio de Carlomagno, sin embargo su confianza en la Iglesia y en los romanos era tan escasa que exigió que, durante toda la ceremonia de consagración, su portaespadas mantuviera el arma desnuda sobre su cabeza presto a defenderle de una eventual agresión.
Otón I confirmó a Juan XII las donaciones hechas a la Iglesia por sus predecesores con la sola obligación de que se le consultara antes de nombrar nuevo Papa. 
Juan XII juró cuanto el nuevo rey lo solicitara pero, apenas abandonada Roma mandó cartas a los enemigos de Otón buscando alianzas para derrocarle. 
Las cartas fueron interceptadas y Otón I fue en su busca, pero Juan XII que ya presagiaba la venganza se dio a la fuga llevándose el tesoro de la Iglesia. 
El día 4 de Diciembre del 963 Otón depuso a Juan XII en concilio celebrado en San Pedro y aquel mismo día nombró el sucesor, que sería León VIII regresando después a Alemania. Tiempos oscuros en una Iglesia que buscaba más riquezas y poder que al propio Jesucristo.

Enterado de la marcha del rey, en Febrero del 964 Juan XII volvía a estar en Roma logrando León VIII escapar, pero no tuvieron tanta suerte sus aliados a los que Juan XII les sacó los ojos y les cortó las orejas y la nariz. 
La venganza del depuesto Papa fue espantosa.
Avisado Otón de los acontecimientos se dirigió de inmediato a Roma, pero no pudo castigar al culpable. 
Se dijo que, sorprendido en el lecho de su mujer, un marido le propinó tal paliza que murió a los tres días.
Lo único seguro es que el día 14 de Mayo del 964 el depuesto Papa Juan XII, aquel llamado Octaviano hijo de Alberico II, murió de forma violenta y sin recibir los Sacramentos. 
Murió pues a la edad de 27 años y se dice que, en toda la historia de la Iglesia Católica, jamás se ha sentado en la silla de Pedro persona más abyecta y ruin.

Otro capítulo interesante de la historia de los Papas cuenta que el llamado Juan VIII (820-882) era realmente una mujer, muy ocupado/a en los negocios temporales de Italia y Francia y pródigo en excomuniones. 
Su figura se asocia a la llamada Papisa Juana, nombre que le daban sus opositores, aunque no hay certificación de que fuera una realidad. 
Murió envenenado el 15 de Diciembre del año 882 pero, como tardaba en morir, fue rematado a golpes de martillo. De todas formas hay otra versión, mucho más amplia y factible que ya relataré otro día con mayor detalle...
Hoy cierro esta entrada al Blog más convencido que nunca de que la vida ha sido y es un abuso total por parte de quienes, Iglesia o Estado, dirigen el mundo. Ambos me reafirman en mi creencia natural de que "los banquetes de los ricos se cocinan con el sudor de los pobres" y en que (como mucho) "Jesús sí, Iglesia no".

RAFAEL FABREGAT

0119- CABANES Y LOS JUEGOS DE LA NIÑEZ.

Estamos en el pueblo de Cabanes, como bien podríamos estar en cualquier otro lugar. El único dato importante es que, dos años arriba o abajo, corre el año 1.960 y hablamos de niños de entre diez o doce años. Una edad difícil para la época puesto que nadie te escucha, no pintas nada en la casa, donde una sola mirada de tu padre es suficiente para paralizarte. Tampoco en la escuela tienes derecho alguno, puesto que los que tienen uno o dos años más que tú son los que manejan el cotarro. También los maestros te dan alguna que otra colleja, algunos con el puño cerrado y con el anillo situado en el nudillo del dedo para hacerte el mayor daño posible sin sufrir ellos molestia alguna. Otros con una delgada caña, que mantiene en la punta parte de su raíz, o con la regla, previamente unidos tus dedos a modo de cucurucho. ¡Dios mío, que herejías!.

En Cabanes los líderes principales, en cuestión de "armamento", eran Amador y Pepe el de Venancio, repetidores de 3 o 4 años más que nosotros, siempre portadores de las espadas más grandes y las hondas (fones) más potentes, confeccionadas con gomas de cámara de tractor, entonces escasísimas. 
Las expediciones al campo de batalla (Molinet del Vent) eran dirigidas por ellos y como lugartenientes Paquito el de Facundo y Vicente el de Pepita, también uno o dos años mayores. 
El resto (la tropa) pintábamos poco y debíamos limitarnos a obedecer las órdenes recibidas.
Se luchaba con todas las armas a nuestro alcance: grandes cañas a modo de lanzas, espadas de madera de exquisita confección realizada por los carpinteros locales. 
En juegos más modernistas cabían las pistolas y fusiles de madera con gomas de cámara de coche y anclaje de cortina para asegurar la piedra a lanzar y el gatillo de duro alambre de tender la ropa. El armamento siempre guardaba relación con el tipo de batalla, por lo que si era de indios el armamento eran flechas y lanzas, pero el bando de los americanos podía usar las armas "de fuego". También ondas de todo tamaño y potencia, o bien a pedradas directas cuando la guerra era de tiempos prehistóricos. De todas formas, cuando fallaba el "sofisticado" armamento todo valía. Un verdadero peligro...

Los prisioneros, aún tratándose de un juego ejecutado por pandillas locales contra las que no había la más mínima animadversión, nunca eran tratados con benevolencia.
Unos eran azotados con cordeles de esparto crudo (trenilla) y otros atados al tronco de los árboles y, aprovechando que era costumbre el ir entonces con pantalón corto, restregadas por sus piernas ortigas que allí crecían con profusión.
Tras el martirio, los prisioneros quedaban atados en los árboles mientras el "ejército" atacaba la cota más alta del cerro del Molinet del Vent, descendiendo después por la parte contraria en el paraje llamado "El Campet". Fueron varias las ocasiones en que, por este motivo, se olvidó a los prisioneros y después de estar ya todos los chavales en casa y llegada la hora de cenar, algunos padres tuvieron que ir ya de noche a "rescatarles", desatando a sus ya desesperados hijos de los árboles en cuestión. 


Bestialidades que entonces constituían la distracción juvenil.
Si la película del domingo era "del Oeste" y por consiguiente con indios, la semana siguiente y algunas otras más las armas eran arcos realizados con potentes rebrotes de árboles cortados y alambre de paca (bala) de paja; las flechas delgadas cañas con un alambre enrollado en la punta para mayor precisión del disparo y golpe más duro en el enemigo; también lanzas de caña gruesa que en más de una ocasión dio en la cara de algún enemigo, con la milagrosa coincidencia de no sacarle nunca un ojo a nadie.
Otras veces, entonces de moda las películas "de romanos"
(BEN-HUR, QUOVADIS, etc.), la semana empezaba en los recreos escolares con toda la parafernalia romana y hasta con cuádrigas en las que los "Aurigas" o conductores siempre eran los mismos (Amador, Pepe, Paquito y Vicente) y los "caballos" (un largo cordel atado por las puntas y pasado por debajo de los brazos y por detrás de la cabeza) todos los demás.

Es cierto que también se jugaba a otros juegos más recreativos y menos violentos pero, la mayoría de las veces, ir a la escuela daba miedo y a la salida, en los juegos de la tarde,... ¡mucho más!.
Cuando los ánimos estaban más calmados, porque de todo se cansa uno, jugábamos a la trompa, el guá, a las chapas, al buli y dali o als cartonets, pero tampoco en esta clase de juegos podíamos escapar los débiles de los abusos de los mayores. La trompa más grande tenía que ser siempre la suya y el bastón para jugar al buli el más potente; en cuanto al juego dels cartonets (cara anterior y posterior de las cajitas de cerillas) cuando por una mala racha se les acababan a alguno de ellos, siempre sacaban la excusa de que determinado tipo de los que a ellos les quedaban,valían por cinco, o más. 

Como en todas las cosas de la vida, los que permitíamos su jefatura no es que estuviéramos tontos, sino que preferíamos quedar a la sombra y al margen de los inconvenientes que mandar siempre representa. Así eran los juegos y las cosas de entonces y, aunque totalmente diferentes, en las distracciones de ahora también sigue habiendo roles a los que algunos aspiran y de los que otros pasan olímpicamente por simple comodidad.

RAFAEL FABREGAT