Con un día de retraso, pero los Reyes Magos se han portado bien este año. Mi hija Montse nos ha anunciado que espera una niña que nacerá a finales de Mayo, más o menos con tres años de diferencia respecto a Inés, nuestra primera nieta.
Aunque empiezo con esta noticia de alegría general, debo volver al hilo de la cuestión que no es otro que las muchas barreras a saltar para poder llegar a viejo, en unas condiciones mínimas aceptables. No es fácil.
Muchos quedan en el camino y no sería descabellado decir que es probable que sean justo esos los afortunados. Suena pesimista, lo sé, pero la vida es vida mientras hay ilusiones y metas a conseguir. Cuando unas y otras, con mayor o menor fortuna, se han realizado ¿qué queda pues?.
Como todos decimos tras el tradicional Sorteo de Navidad, ¡lo principal es tener salud! Ciertamente lo es, pero no solo salud física. La mental es tan importante o más y ésa no es fácil de encontrar en la gente mayor, que ya empieza a estar cansada de todo.
Está bien lo de gozar del bienestar de los hijos y de ver crecer a los nietos, ¡claro que está bien! y nos alegramos mucho de ello y de poder hacerlo con salud (acompañada de medicinas diarias, claro) pero es inevitable darte cuenta que ya solo eres mero espectador de la vida de los demás.
Nuestra vida ya la hemos vivido. A partir de ahora nos queda una sola etapa (si hay suerte) que es la de disfrutar unos años más, viendo como los hijos y los nietos cumplen las suyas, aquellas que nosotros iniciamos bastante tiempo atrás, aunque parezca que fue ayer mismo.
Los viejos ya se sabe, siempre las mismas historias. Siempre las mismas "batallitas" y los mismos comentarios tristes y melancólicos al ver que los tiempos de alegría propia han finalizado. Solo queda disfrutar de la alegría de los demás, que no es poco.
El mundo no está como para ignorar lo mucho de malo que encierra y lo mucho que hay que agradecer si conseguimos esquivar tanta desgracia. Vivir la última etapa sin problemas importantes, con una cierta placidez, es lo máximo a lo que uno puede aspirar una vez entrados en la senectud. Esta claro que algún día habremos de abandonarlo, como otros han hecho antes y otros lo harán después, pero mientras estemos aquí debemos ser positivos y ver el lado bueno de las cosas. Ser lo más felices posible y transmitir ese positivismo a quienes tenemos cerca, a nuestros familiares y amigos.
Decir ¡te quiero! no es tan difícil pero, por alguna extraña razón, se hace una montaña difícil de escalar para muchas personas. Son muchos los que piensan que manifestar el aprecio hacia los demás nos hace débiles y que, aunque lo pensemos así, conviene ocultarlo. Creo que no es una buena razón para obrar de ese modo pero, naturalmente, cada uno es libre de hacer lo que considere oportuno.
Aunque nadie es imprescindible, todos somos importantes para alguien en algún momento de nuestra vida. ¿Por qué no mantener esa ilusión en los demás? No costaría tanto y todos seríamos más felices. Dar y recibir amor es justamente lo que más se echa en falta en este mundo parco en demostraciones afectivas. Si en nuestro interior sentimos cariño hacia algo o hacia alguien... ¿por qué no lo expresamos abiertamente?. Los demás no son adivinos y posiblemente tienen dentro de sí ese mismo sentimiento. Dicen que amor y odio suelen ir siempre de la mano... pero casi todos callamos nuestros sentimientos, incluso cuando son positivos.
Problema mayor es que, además de no manifestar el amor cuando lo hay y hasta ignorarnos unos a otros en muchas ocasiones, aún nos ponemos zancadillas para que esa felicidad no sea tan completa como podría y debería ser. Y no solo por extraños sino que, a veces, por parte de la propia familia. ¿Qué le vamos a hacer? Así es la vida, pero... ¡podríamos hacer tanto por mejorarla!. Ya sabemos que la felicidad no existe porque el hombre y su instinto animal de supervivencia, en su afán de acaparar el máximo posible en detrimento de los demás, amarga la vida de sus semejantes, pero que pase esto con los familiares más directos... Como consecuencia de estos instintos primarios nacen los recelos, las envidias y hasta el odio. Es decir: todo aquello que amarga la existencia de la humanidad y que impide la felicidad que en teoría sería perfectamente posible si fuéramos diferentes, mejores en suma.
Cuando era más joven creía que, con los años, (naturalmente, muchos...) el mundo podría llegar a cotas de igualdad y por tanto de felicidad nunca hasta ahora imaginables.
Ahora, ya en el ocaso de mi vida, no creo lo mismo.
Este comportamiento es innato del hombre y no puede cambiar. Es más, empiezo a creer que es justamente este egoísmo el que lo mueve todo por lo que, aquel "paraíso" con el que soñé en mi juventud, no solo es imposible sino también inviable.
Es triste comprobar que, sin egoísmo, el mundo no podría avanzar.
Que se pues lo que Dios quiera.
Dicho esto solo me resta agradecer que el mundo, nuestro planeta, no sea una manzana porque, ¡Ay, ay, si así fuera...!
RAFAEL FABREGAT
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