19 de octubre de 2009

0010- SETAS Y NIEBLA, COMO AGUA Y ACEITE.

No se puede decir nunca, ¡de este agua no beberé!
Aunque no me sentí nunca perdido, ni mucho menos preocupado, lo cierto es que necesité "que alguien me encontrara" y que me dijera dónde estaba mi coche. Quien lea este comentario pensará, como es natural, que... ¡si eso no es estar perdido!
Calculé mal el tiempo que necesitaba para desplazarme desde mi casa al bosque elegido para buscar ese día las deseadas setas. Era la primera vez que iba a buscarlas en dicho lugar y llegué a mi destino a las siete y media de la mañana, cuando apenas si empezaba a clarear el día por el horizonte, por lo que tuve que esperar dentro del coche hasta las ocho, que es cuando empieza a haber la luz mínima necesaria para buscar. Hasta ahí todo normal.

Con las primeras luces del día empecé a escalar la montaña aunque apenas ascendidos doscientos metros, y una hora de búsqueda, la cesta estaba a más de la mitad. Se trataba de buscar subiendo la montaña (en zig zag) y por lo tanto alejándome del coche en pendiente, por lo que decidí que lo más prudente era vaciar en el coche la media cesta encontrada y seguir buscando un poco mas arriba. Así lo hice y poco más de una hora después tenía otra vez la cesta llena.
Las cosas, aunque con gran alegría, se complicaban. Había que volver a bajar la montaña y, sobre todo, como apenas eran las once de la mañana, había que subirla de nuevo... Para más inri, la niebla se había echado encima y apenas se veía nada a treinta metros. Volví pues al coche y vacié el contenido de la cesta subiendo por tercera vez la montaña, situando el inicio de la búsqueda unos cuatrocientos metros más arriba de donde tenía el vehículo.

Subir la montaña buscando no es en absoluto cansado, pero hacerlo por terreno que ya no te merece interés y por lo tanto deseando llegar al nuevo punto de inicio, sí que lo es, al menos para mí que tengo cumplidos los sesenta años y (además) no estoy en absoluto en forma.
Llegué arriba, con la lengua fuera, pero contento al saber que en el coche tenía ya un "botín" que contentaría al más exigente y por delante terreno excelente donde seguir buscando y con la "garantía" de ampliarlo, todo ello a escasa distancia de mi vehículo. Como he dicho antes la niebla me tenía rodeado, pero no me impedía en absoluto la búsqueda, aunque sí la visión más allá de una treintena de metros. Seguí buscando, con parecido éxito y llegué a la cumbre, una amplia zona casi llana, donde completé la tercera cesta antes de que el reloj señalara la una del mediodía. ¡Objetivo más que cumplido! -me dije.

Con gran alborozo empecé a bajar la montaña (apenas me separaban del coche unos seiscientos metros) deseando llegar a mi casa, para mostrar a mi familia el resultado de la "hazaña" en un par de fases, como es mi costumbre cuando la recogida es especialmente buena. Al decir en dos fases quiero decir que enseño la mitad de lo encontrado, haciendo creer que es la totalidad y al poco rato, cuando ya no se lo esperan, el resto.
Llegué al camino sí... pero no vi el coche.
- Estará un poco más a la derecha -me dije al no reconocer las características del camino y con la cesta a rebosar caminé unos trescientos metros en esa dirección, sin resultado alguno.
- Vaya, me equivoqué y debí encaminarme hacia la izquierda -pensé.
Desanduve el camino recorrido (300 m.) y otro tanto más, desde el punto de partida, también sin rastro del coche...

Aunque en toda la mañana (cosa rara) no había visto a nadie y la niebla estaba bastante cerrada, no me sentía perdido, puesto que me encontraba en un camino "trillado" por las huellas de cientos de vehículos. Simplemente estaba perplejo por la simplicidad ó tontería de mi extravío. Cuando subes una pendiente es "imposible" perderte, me he dicho siempre. Cuando te cansas de buscar no tienes otra cosa que hacer más que bajar y ya está. Sí, sí...! esta es la teoría, pero no la práctica, si haces cumbre. Yo había subido ¡tres veces! pero solo dos encontré mi coche, al volver. A la tercera no había coche, ni camino reconocido... ¿Qué había pasado?
- A ver Rafael -me dije. ¡Piensa! Has subido la montaña, la has bajado y aunque has encontrado el camino no sabes dónde está el coche. Seguramente te has desviado y los trescientos metros de búsqueda en cada dirección, no han sido suficientes. Vuelve a empezar de nuevo con algo más de distancia.

Empecé otra vez hacia la derecha y más de quinientos metros, sin resultado alguno. Desandé esos quinientos metros y caminé otros quinientos en la dirección contraria y tampoco.
- ¡Tranquilo! -me dije, una vez más. ¡Esto no tiene más que una explicación!
Cogí una ramita y en el propio camino dibujé un círculo que representaba el monte donde había buscado las setas. Situé el camino de acceso que rodeaba el monte por la izquierda y enseguida creí ver la luz que necesitaba... ¡Había otro camino que rodeaba el mismo monte por la derecha! De todas formas, subir de nuevo el monte para comprobar que el coche estaba en el otro lado me parecía muy arrisgado, con niebla y no conociendo la zona.
Eran las dos de la tarde y empezaba a tener frío; se mantenía la niebla y empezaba a lloviznar. Si iniciaba la búsqueda del coche, monte a través, podía encontrar el camino correcto y el coche... ¡o perderme de verdad!
No lo dudé ni un instante más y llamé al 112.
Batería a tope y cobertura total me hicieron tomar la decisión que creo fué la correcta, pero... ¡Una verdadera odisea!

Si lo que hacen es para evitar llamadas frívolas, excelente. Desde luego, que si no hay una verdadera necesidad, nadie que haya llamado una vez volverá a repetirlo. El tiempo de espera es interminable y la ineptitud (aparente) de cada uno de los diferentes organismos que contactan contigo (más de media docena) te pone mil veces más nervioso que el motivo que te lleva a llamarles. De una Comunidad a otra y de éstas a los diferentes organismos provinciales: Policía, Bomberos, Guardia Civil, etc., todo ello aliñado con las llamadas posteriores de cada uno de ellos y una espera entre llamadas (con musiquita, eso sí) no inferior a los 15-20 minutos haciéndote repetir, cada uno de los interlocutores, todos los datos personales y de ubicación posible y quedando patente que no conocen, no ya el paraje en que (más o menos) pueda uno encontrarse, si no, tampoco el término municipal en cuestión.

Uno ya duda de que puedan localizarle a pesar de estar en un camino de paso frecuente y solo pide que (por favor) le pongan de una puñetera vez en contacto con el Ayuntamiento de la localidad, a sabiendas de que el menos listo de sus habitantes puede (con los datos proporcionados) encontrarte con los ojos cerrados.
Cuando uno, ya cansado y desanimado por tanta incompetencia, empieza a subir el tono de las respuestas (por no mandarles directamente a freir espárragos) resulta que, quien tiene que ir a buscarte, sabe perfectamente dónde te encuentras... (?)

Hasta entonces nadie parecía entender los datos proporcionados para tu localización, pero entonces... ¡Milagro! Te llama la Unidad de Emergencias de que dispone la localidad en cuestión y te dice que están a cinco minutos de donde tú te encuentras y ya tienen incluso localizado tu coche.
Pero... ¿Será posible? -me pregunté. 
Hace un instante nadie parecía saber de que les hablaba y ahora resulta que me tenían perfectamente localizado, ¡Dios sabe desde cuando...! En efecto, a los cinco minutos el coche de la Unidad de Emergencias estaba conmigo. 
Me llevaron a donde yo tenía el coche estacionado y todos para casa.
Agradecido sí, ¡y mucho! pero... no sé, te queda como un regustillo amargo. En mi caso no hubo serias dificultades como para tan gran despliegue de fuerzas. Te da la impresión de que las cosas podrían hacerse de otra manera.

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15 de octubre de 2009

0009- LOS MUCHOS "POQUITOS".

Si tenemos en cuenta que la "esperanza de vida" (aunque sin la más mínima garantía de alcanzarla, claro) está actualmente alrededor de los 80 años y la partimos en cuatro partes iguales, cual si de jugosa manzana se tratara, resulta que personalmente ya me he comido tres trozos y un pequeño mordisquito del cuarto.
No está nada mal, para aquel niño apático y de mediocre salud que he sido desde siempre. Flojedad general y grandes dolores en huesos y articulaciones propiciaron una niñez y juventud unida de forma permanente a diferentes medicamentos, que terminaron por fastidiarme el estómago, sin dar solución al problema.
En mi juventud siempre pensé, como si de una meta se tratara, que difícilmente podría alcanzar a ver el año 2.000 puesto que para ello tendría que cumplir... ¡nada menos que cincuenta y un años de edad!. El objetivo estaba ciertamente lejano, para quién tantos problemas tuvo desde que nació.
Cumplidos los cuarenta años un accidente de circulación vino a echar luz sobre la enfermedad que me había acompañado toda mi vida y que todos, médicos incluidos, habíamos ignorado hasta entonces.





Descubierta esta dolencia, solo tres años antes del accidente, el diagnóstico y adecuado tratamiento fué un alivio importante. 
La enfermedad (Displasia fibrosa poliostótica o Politópica) no tenía curación y los medicamentos no eran fáciles de tomar ni tampoco tenían la eficacia deseada, pero con los años han ido mejorando y al mismo tiempo han disminuído notablemente sus contraindicaciones. 
Aunque se trate de una enfermedad incurable, la medicación elimina molestias y riesgos de fractura, que ya es mucho. 
Todo lo anterior para decir que, aunque con las limitaciones propias de una persona que no ha tenido nunca la salud necesaria, mi carácter ambicioso y luchador han equilibrado la balanza, normalizándola en lo posible. Aún así, no tengo derecho alguno para mostrar a nadie el camino de la verdad (económica, que es el motivo de este escrito) puesto que, como mucho, se trataría solamente de "mi verdad". 
Hoy las cosas no son como cuarenta años atrás. Con el Certificado escolar como única preparación académica y sin medio económico alguno, incluso las metas de mediocre nivel se veían lejanas.




Pese a todo y a todos, cuando eres joven la ilusión ejerce la fuerza necesaria para que las ideas se conviertan en realidades, aún en el caso de que el punto de mira se ponga un poco más alto de lo que cabría imaginar como posible. Personalmente, mi escasa salud no impidió que encontrara la pareja (para mí) ideal y que pudiera criar a tres hijas maravillosas a las que poder ofrecer, siempre con la colaboración y ayuda de mi mujer, los estudios que ellas mismas eligieron, así como otras "facilidades" que les allanaran el camino de su independencia posterior. La receta para conseguir estos objetivos no es difícil de imaginar: ilusión, trabajo y constancia. En mi ignorancia juvenil, creía incluso que a base de trabajo y constancia era posible hacer fortuna. Jamás y hoy menos que nunca, eso ha sido así. Con trabajo y constancia (si tienes salud y mucha suerte) podrás, como yo, aupar a tu familia y a tí mismo a un escalón más alto de aquel en el que naciste, pero nada más. Aún así, conseguirlo no es fácil.


Personalmente mi fórmula ha sido luchar por sumar "muchos poquitos" ya que, si te pasas, solo conseguirás "pocos muchitos" y difícilmente podrás hacer grandes cosas. 
Por la misma razón ganar "muchos muchitos" es todavía más difícil, por no decir imposible, a menos que tu inteligencia, preparación y coraje, te permitan crear de la nada el negocio ideal, es decir: que otros trabajen por tí, que tenga márgenes comerciales importantes y (por si vienen mal dadas) que el dinero y el riesgo lo pongan otros.
Allá pues cada cual. 
Cada persona tiene un punto de vista diferente y nadie tiene la verdad absoluta. Cada uno tiene "su verdad" y tiene que luchar por ella. 
Por consiguiente, lo de los "muchos poquitos" ha sido mi verdad, porque forma parte de mi carácter y porque su aplicación no me ha ido mal del todo aunque, como era de esperar,... ¡rico no me he hecho!, pero quien no se conforma es porque no quiere.

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13 de octubre de 2009

0008- TRAS LOS PASOS DEL PAPA LUNA

Tengo una especie de fijación por este personaje. No sabría decir por qué, pero todo cuanto le atañe me fascina.
Como ya relato en mi entrada "Historia y Leyendas del Papa Luna", he visitado el palacio-fortaleza natal en Illueca (Zaragoza) mansión de la familia materna, los Barones de Gotor y Pérez Zapata, posteriormente Palacio de los Luna; también el Palacio-fortaleza de los Papas de Avignón, en la ribera del Ródano de la Provenza francesa, residencia de los nueve Papas elegidos en esta ciudad pontifical; y por proximidad a mi domicilio he visitado (decenas de veces) el Castillo de Peñíscola, último destino vitalicio de Benedicto XIII.
En algunas de estas visitas y sus pormenores, más desengaños que satisfacciones indican el tiempo trascurrido y las muchas vicisitudes que el mundo ha atravesado a lo largo de los casi 700 años que hace que este ilustre aragonés vino al mundo.
Guerras, incendios y revoluciones de toda índole han destruido y saqueado castillos, entonces inexpugnables, impidiendo a generaciones posteriores poder admirar en detalle los elementos que conformaron la vida diaria de aquellos destacados personajes.


El Castillo Templario de Peñíscola, última etapa de la vida de Benedicto XIII, ha resistido sin grandes problemas el paso del tiempo y los diferentes embates que hubo de sufrir. Aunque con alguna pequeña restauración, su sobriedad y solidez aguantaron no solo las agresiones naturales del tiempo, si no también algunas situaciones de sitio, acompañadas de los consiguientes cañonazos que dejaron huellas inconfundibles y permanentes en sus murallas. Allí permanecen impasibles los espacios que constituyeron la habitación y despacho del Papa Luna, así como el gran salón donde tantas delegaciones recibió con peticiones de abdicación, siempre acompañadas de tentadoras propuestas de readmisión en la Iglesia y sustanciosa retribución, anual y vitalicia, de 50.000 florines de oro. Seguro de la más absoluta legalidad de su cargo, el mismo número de veces se escuchó la misma respuesta de su parte: Non possumus. (No podemos)

Permanece presente la famosa escalera excavada en la propia roca del acantilado, origen de tantas leyendas y los profundos calabozos donde se encerró a quienes le envenenaron, la Torre cuya construcción ordenó él mismo y desde la que oteaba el horizonte que le permitía adivinar Roma en la lejanía, así como la capilla en la que diariamente rezaba y en la que a su muerte fué enterrado.
También el Castillo-palacio de los Papas de Avignón se mantiene majestuoso.
Aunque practicamente destruido en varias ocasiones e incendiado, tras una conveniente restauración, permite disfrutar al curioso visitante de una espectacular imagen exterior, idéntica a la que sus nueve Papas observaron cada día durante aquella convulsa etapa de la cristiandad.

Pero si la fachada y murallas del Palacio son espectaculares, no menos interesante es el interior ya que, si bien no queda practicamente nada del mobiliario y de los lujosísimos ornamentos con que los Papas se rodearon, sí que podemos admirar las diferentes salas que éstos utilizaban cada día. Dependencias personales de los cardenales y del propio Papa, salas de reuniones y cónclaves, grandes salones donde se recibía a los reyes y legados de los más lejanos paises, etc., constituyen la parte esencial de una visita que, acompañada de una completa audio-guía, ponen al visitante en situación y al corriente de todos los pormenores en cada una de las estancias y elementos visitados.
Impresiona pasear por aquellos mismos espacios, que tan reducido número de personas pisaban en los días en que los más grandes dignatarios de la Iglesia habitaban el Palacio: la habitación personal del Papa, su antecámara y vestidor, al que solo sus más directos servidores y cardenales más allegados podían acceder...

No es difícil imaginar a los diferentes personajes deambulando por aquellos interminables pasillos y escaleras. Allí están los retratos de los nueve papas, cada uno de ellos con su escudo personal en un pequeño rincón del lienzo. El último de ellos, Benedicto XIII, en plena madurez pero relativamente joven, lo que indica que fué pintado al poco tiempo de tomar posesión del pontificado.
De la misma forma, el Puente de Saint Benézet, nos permite imaginarlo como única forma de cruzar un entonces indomable Ródano que tantas veces lo destruyó, así como su capilla dedicada al santo y en la que los Papas rezaban cada una de las veces que cruzaban por él. La capilla tenía un pequeño porche exterior donde se cobijaba el funcionario encargado de cobrar "el peaje" que todos habían de satisfacer por atravesarlo. Como en el Palacio de los Papas, una audio-guía, nos da detalles completos de cada uno de los elementos que conforman la visita y de todos cuantos pormenores puedan interesar al visitante.

Todo lo relacionado con el polémico Papa Luna fué extraordinario y su longevidad y "cabezonería" lo aumentaron más si cabe. Si se accede a la "Historia y Leyendas del Papa Luna" se da uno cuenta de que, cuando la Iglesia quiso atajar el problema del Cisma de Occidente, Benedicto XIII era la única autoridad viva y legal de la cristiandad . Sin embargo, de nada le valió puesto que los intereses de reyes y cardenales eran otros. Como en tantas ocasiones de la vida, no siempre es la razón la que prevalece. No todos los criminales están en la cárcel, ni todos los que están en ella son criminales. No todo es blanco o negro... hay muchos matices intermedios.

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1 de octubre de 2009

0007- LA AGRICULTURA... ¿Sin solución?

Los que ya tenemos cumplidos los sesenta años y otros con algunos menos, en una zona rural como la nuestra, por mucho que queramos presumir ahora de Playas y Polígonos Industriales, hemos conocido lo que era vivir casi íntegramente de la agricultura: los naranjos, los almendros, los melocotones, las viñas, los olivos... y, si nos remontamos unos años atrás, los guisantes y hasta incluso algunos campos de trigo y cebada, amén de las nutritivas patatas. Todo era útil y todo aportaba su grano de arena a la despensa y economía familiar... Mil kilos de almendras, cinco mil de uva, cincuenta litros de aceite, unos capazos de patatas, unas cuantas gallinas y conejos, etc. eran suficientes para pasar "cómodamente" el año (me refiero, naturalmente, para la gente humilde).
Los ricos eran otra cosa: Cientos de sacos de almendras, "tropecientas" arrobas de naranjas, miles de kilos de uva, no sé cuantos sacos de trigo, aceite en cantidad, así como vino y varios cerdos que se alimentaban de diferentes hortalizas y legumbres de cosecha propia y todo un zoológico de gallinas, pollos, patos, conejos, etc.

Cada uno a su nivel, casi todos vivíamos de la agricultura y si alguna familia no tenía tierras suficientes para poder comer todo el año de ella, hacía algunos jornales o se "inventaba" un pequeño oficio del que poder ganar un dinero extra, con el que complementarla.
De esa necesidad, nacieron los que hacían alpargatas, capazos de palma, cañizos y escobas, entre otros. Y todavía había niveles más bajos ya que, cuando no lo hacían los propios artesanos antes descritos, estaban los que cortaban la palma, el esparto o el cáñamo, las cañas y el junco o la paja de centeno, abasteciendo a los anteriores de materias primas.
Varios escalones por encima, estaban los profesionales y artesanos de élite, llamados por el populacho "gossos de poble": el metge (médico), el practicant (ATS), "els chupatintes" (funcionarios), la gente de oficio (ferrers, fusters, corretgers,...) así como los detallistas de diferentes ramos, (panaders, tenders, carnissers, etc.)

Algunos miembros de estos colectivos, ¡iban a almorzar al Bar...! y, aunque en número ya más limitado, hasta incluso iban a tomar café tras la comida...! Los agricultores serán lo que sean, pero no tontos y viendo que eran los primeros para el trabajo y los últimos en la compensación económica y en el disfrute de la vida, dijeron... ¡Basta!
Aunque por lo general las relaciones entre vecinos eran excelentes, supongo que debemos entender que los "de a pié y los de a caballo" se miraran con un poco de recelo. Aunque todos humildes, eran escalones diferentes. Y lo más chocante es que hoy, cuando la agricultura minifundista ya no tiene peso ninguno, al antiguo rico se le respeta como tal; de la misma forma que al antiguo maestro o al "practicante" se le trata todavía de Don y a cualquier joven que va por la calle, con una carrera universitaria de primer orden (ingenieros, abogados, etc.) no se les da tratamiento respetuoso alguno. ¿Lógica?... ¡ninguna!
Pero, bueno... volviendo al hilo de la cuestión, decir solamente que la diferencia, entre "ricos" y pobres era más una categoría social que una realidad, ya que algunos "ricos" tenían que pedir un préstamo para "llegar" a la cosecha y los pobres, como iban a ganarse el jornal cada día, no lo necesitaban ¿quién era pues, el rico...?

Además... entonces (ahora ya no es lo mismo) el pobre, por no tener, no tenía ni quebraderos de cabeza. Apenas había impuestos (14 Ptas. del recibo bimensual de la luz y 50 Ptas. al año de Contribución). Agua corriente no había en los pueblos y otras comodidades tampoco, por lo que, si había salud y la olla estaba llena... ¡a vivir, que son dos días! De lo que fuera, puesto que casi todo era de cosecha propia, pero la cuestión era llenar la olla.
Madrugar, madrugaban pero..., tras lavarse la cara, se plantaban en la puerta de su casa increpándose unos a otros, iniciando la primera tertulia del día. Que si el tiempo, que si el gobierno, etc., etc.
Supongo que todos se lavarían la cara, pero ¡afeitarse!... una vez por semana por lo que, de la cama al quicio de la puerta eran cinco minutos escasos. Recuerdo (esto es verídico) que algunos barberos (ahora llamados peluqueros) luchando por captar algo más de trabajo y por consiguiente de beneficios, disimuladamente, para no enfadar a los clientes, aconsejaban a éstos que... ¡para ir perfectamente presentables, deberían afeitarse dos veces por semana!
Resumiendo..., ¡una felicidad!

El rico, era rico sí, pero mantener ese "título" le suponía más quebraderos de cabeza que beneficios; eran muchas las tierras que trabajar y jornales quería pagar pocos, por lo que el trabajo se le amontonaba. El pobre vestía peor y quizás comía menos manjares, pero podía irse algunos días a buscar setas, otros a cazar, etc. En fin, cosas de antes... ¡y de siempre!
Como todos sabemos, la gente joven no tiene ningún interés por la agricultura y los mayores ya no están en activo, o también han perdido su interés debido a la escasa rentabilidad. Si los productos agrícolas se pagaran razonablemente, la crisis que actualmente estamos atravesando, hubiera podido ser la solución para muchos y una posible continuidad para este oficio, del que todos comemos. Las fincas que todavía se trabajan se hubieran mejorado y aquellas que fueron abandonadas hubieran recuperado su antiguo esplendor, pero si quien las trabaja no consigue ni tan siquiera un módico jornal, las posibilidades son nulas.

Ignoro quien tiene la culpa de todo esto, pero no puedo evitar pensar que, como siempre, la tienen los gobiernos. No hay que ser un lince para darse cuenta de que, si las almendras de California (un pais más avanzado y con una renta más elevada) llegan a España (con unos portes carísimos) a mitad de precio que las autóctonas, será porque el gobierno las protege a fuerza de subvenciones y si esto lo hacen paises con más recursos que nosotros, supongo que con mayor motivo deberían hacerlo los que tienen menos opciones. ¿Y que me dicen de las naranjas de Marruecos, que pasan a Europa sin apenas pagar arancel, algunas veces por nuestras propias carreteras, es decir, por delante de los abandonados huertos valencianos?
Con estas políticas tan nefastas, me pregunto de qué hemos de vivir en España y qué comeremos cuando todos se espabilen y abandonen la tierra...

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