15 de octubre de 2009

0009- LOS MUCHOS "POQUITOS".

Si tenemos en cuenta que la "esperanza de vida" (aunque sin la más mínima garantía de alcanzarla, claro) está actualmente alrededor de los 80 años y la partimos en cuatro partes iguales, cual si de jugosa manzana se tratara, resulta que personalmente ya me he comido tres trozos y un pequeño mordisquito del cuarto.
No está nada mal, para aquel niño apático y de mediocre salud que he sido desde siempre. Flojedad general y grandes dolores en huesos y articulaciones propiciaron una niñez y juventud unida de forma permanente a diferentes medicamentos, que terminaron por fastidiarme el estómago, sin dar solución al problema.
En mi juventud siempre pensé, como si de una meta se tratara, que difícilmente podría alcanzar a ver el año 2.000 puesto que para ello tendría que cumplir... ¡nada menos que cincuenta y un años de edad!. El objetivo estaba ciertamente lejano, para quién tantos problemas tuvo desde que nació.
Cumplidos los cuarenta años un accidente de circulación vino a echar luz sobre la enfermedad que me había acompañado toda mi vida y que todos, médicos incluidos, habíamos ignorado hasta entonces.





Descubierta esta dolencia, solo tres años antes del accidente, el diagnóstico y adecuado tratamiento fué un alivio importante. 
La enfermedad (Displasia fibrosa poliostótica o Politópica) no tenía curación y los medicamentos no eran fáciles de tomar ni tampoco tenían la eficacia deseada, pero con los años han ido mejorando y al mismo tiempo han disminuído notablemente sus contraindicaciones. 
Aunque se trate de una enfermedad incurable, la medicación elimina molestias y riesgos de fractura, que ya es mucho. 
Todo lo anterior para decir que, aunque con las limitaciones propias de una persona que no ha tenido nunca la salud necesaria, mi carácter ambicioso y luchador han equilibrado la balanza, normalizándola en lo posible. Aún así, no tengo derecho alguno para mostrar a nadie el camino de la verdad (económica, que es el motivo de este escrito) puesto que, como mucho, se trataría solamente de "mi verdad". 
Hoy las cosas no son como cuarenta años atrás. Con el Certificado escolar como única preparación académica y sin medio económico alguno, incluso las metas de mediocre nivel se veían lejanas.




Pese a todo y a todos, cuando eres joven la ilusión ejerce la fuerza necesaria para que las ideas se conviertan en realidades, aún en el caso de que el punto de mira se ponga un poco más alto de lo que cabría imaginar como posible. Personalmente, mi escasa salud no impidió que encontrara la pareja (para mí) ideal y que pudiera criar a tres hijas maravillosas a las que poder ofrecer, siempre con la colaboración y ayuda de mi mujer, los estudios que ellas mismas eligieron, así como otras "facilidades" que les allanaran el camino de su independencia posterior. La receta para conseguir estos objetivos no es difícil de imaginar: ilusión, trabajo y constancia. En mi ignorancia juvenil, creía incluso que a base de trabajo y constancia era posible hacer fortuna. Jamás y hoy menos que nunca, eso ha sido así. Con trabajo y constancia (si tienes salud y mucha suerte) podrás, como yo, aupar a tu familia y a tí mismo a un escalón más alto de aquel en el que naciste, pero nada más. Aún así, conseguirlo no es fácil.


Personalmente mi fórmula ha sido luchar por sumar "muchos poquitos" ya que, si te pasas, solo conseguirás "pocos muchitos" y difícilmente podrás hacer grandes cosas. 
Por la misma razón ganar "muchos muchitos" es todavía más difícil, por no decir imposible, a menos que tu inteligencia, preparación y coraje, te permitan crear de la nada el negocio ideal, es decir: que otros trabajen por tí, que tenga márgenes comerciales importantes y (por si vienen mal dadas) que el dinero y el riesgo lo pongan otros.
Allá pues cada cual. 
Cada persona tiene un punto de vista diferente y nadie tiene la verdad absoluta. Cada uno tiene "su verdad" y tiene que luchar por ella. 
Por consiguiente, lo de los "muchos poquitos" ha sido mi verdad, porque forma parte de mi carácter y porque su aplicación no me ha ido mal del todo aunque, como era de esperar,... ¡rico no me he hecho!, pero quien no se conforma es porque no quiere.

EL ÚLTIMO CONDILL

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