Si estudias cualquier carrera relacionada con la medicina, puedes encontrarte con un cadáver sacado de su tumba. Al menos, así sucedía en el pasado. ¿Por qué no ahora?. En el campo de la medicina, la disección de cuerpos humanos es algo imprescindible a la hora de entender cualquier tema relacionado con el funcionamiento de cualquier órgano de nuestro cuerpo. Así pués cualquier día, más pronto que tarde, el profesor os tendrá preparada a la entrada del aula de anatomía uno de esos fiambres que, robados o cedidos por sus familiares, constituyen la base de vuestro estudio. La cosa se complica cuando el profesor, armado de un bisturí, abrirá el citado cuerpo por el lugar correspondiente a la lección que corresponda. Si alguno de desmaya, no pasa nada. Los profesores ya están acostumbrados a que eso ocurra. Lo que no es normal es que haya un perro para comer las sobras...
Antiguamente estas cosas no sucedían porque los médicos sabían muy poco de medicina, pero a partir del siglo XVIII y especialmente en el XIX, la disección de cuerpos se hizo imprescindible en medicina, como única manera de entender el funcionamiento del cuerpo humano. Más aún para los cirujanos que necesitaban practicar en cadáveres la forma de realizar su trabajo con la precisión necesaria, antes de hacerlo con personas vivas. A partir de ese momento los cadáveres se convirtieron en un producto valioso, ya que su acceso no era en absoluto fácil. Generalmente los familiares del difunto son reacios a que se practique, incluso una obligada autopsia y menos aún que el cadáver de ese amado familiar sirva para "trocearlo" aunque sea para beneficio de la ciencia médica.
En esa primera época, solo los ejecutados en el patíbulo podían ser diseccionados en las salas de anatomía, incluso en contra de la voluntad de sus familiares ya que era una especie de escarnio que se le infligía al criminal, pero el número de cadáveres logrados por dicho procedimiento distaba mucho de ser suficiente y así fue como surgió el negocio de los
resurreccionistas. Al igual que Pilatos, los profesores se lavaban las manos por la falta de cadáveres y eran los propios estudiantes los encargados de buscar los cadáveres. Se impuso una cierta vigilancia por su parte para lograr cadáveres relativamente "frescos", o sea, recién enterrados, pero se corría el peligro de que les descubrieran, por las represalias de los familiares y pérdida de su reputación entre vecinos.
Se impuso la solución de encontrar quien se encargara de facilitar los cadáveres de forma discreta y mediante la oportuna retribución, ya que la demanda de cuerpos no paró de aumentar. La forma de operar se reguló rápidamente. La temporada para ello, se estableció de Octubre a Mayo a fin de evitar el calor que aceleraba la descomposición. Al empezar la temporada el "facilitador" visitaba a sus clientes (universidades) para negociar el número de cuerpos que necesitaban para todo el curso. Era un gran negocio ya que en Inglaterra el precio de un adulto era de 4 Libras cuando el salario mensual no alcanzaba las 3 Libras. En la fecha acordada uno de la banda vigilaba el cementerio y marcaba los entierros más recientes. Por la noche desenterraban el cadáver, lo desnudaban y hacían la entrega.
Previamente le sacaban los dientes que se vendían por separado. Como se ha dicho anteriormente, con un solo cadáver sacaban más dinero del que ganaban en un mes de duro trabajo. El riesgo era escaso ya que el nicho o la fosa se arreglaba para que no se notara la extracción del muerto. La Justicia nunca vió a estos ladrones de cadáveres como una amenaza hasta mediados del siglo XIX cuando un escándalo obligo al Parlamento a tomar cartas en el asunto. Ante lo desagradable del trabajo de desenterrar muertos, un par de forajidos decidió asesinar vagabundos o gentes marginales y vender unos cuerpos que nadie notaría a faltar. Más frescos imposible. Los llevaban a su casa ofreciéndole comida y cobijo y allí los asfixiaban y vendían sus cadáveres.
En diez meses asesinaron a 16 personas, hasta que una inquilina de la finca descubrió su última fechoría y avisó a la policía. Hubieran podido negarlo pero uno de ellos confesó a cambio de inmunidad, mientras el otro fue ejecutado por la justicia. El caso causó conmoción pero también generó imitadores. Otros proveedores de fallecidos empezaron a asesinar gente para venderla. Para acabar con estas prácticas el Parlamento puso en marcha la Ley de Anatomía de 1832. Esta ley permitió a las escuelas de medicina que obtuvieran los cuerpos de la morgues y hospitales benéficos, siempre que no fueran reclamados por sus familiares en un plazo de 48 horas, desde su fallecimiento. De esta forma el negocio de la venta de cadáveres terminó, pues ya no tenía razón de ser.
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