En realidad se llama Monasterio de San Miguel. Lo de Escornalbou, es por ser el nombre de la montaña que lo cobija. Lo que ya no todos conocen es que, gracias a su privilegiada situación, fue también castillo musulmán. La montaña de Escornalbou está situada cerca de la localidad de Riudecanyes, en la comarca catalana del Baix Camp, provincia de Tarragona. Situado en los límites de las tierras cristianas y moras, en el siglo XII esta montaña se utilizó como refugio de los muchos sarracenos que huían de la Reconquista. En 1153 Albert de Castellvell dio por finalizada la reconquista de la comarca del Priorato pero lo cierto es que aquellos moriscos que escaparon de la contienda siguieron allí.
No sería hasta nueve años después (1162) cuando se organizó una batida para expulsarles del monte de Escornalbou. Tres años más tarde el rey Alfonso II de Aragón cedería aquellas tierras al canónigo de Tarragona Joan de Sant Boi, con la única condición de que construyeran en la cima una capilla dedicada a San Miguel y un monasterio para que los frailes se encargaran de sus cuidados. Conocido que la zona era propensa a albergar moros fugitivos, recomendó que la obra fuera rodeada por muros que sirvieran de defensa. También el cenobio debería cumplir una posible función militar. Joan de Sant Boi reunió una comunidad de seis monjes y se pusieron manos a la obra. Demasiado cargados de trabajo y obligaciones, en 1198 el prior pactó con el arzobispo de Tarragona, Ramón de Castelltersol, que las obras del monasterio quedasen bajo su tutela reservándose los de Escornalbou la elección de su prior.
Ya liberados de tantas obligaciones, los monjes de San Miguel crearon una cofradía que sirvió para recaudar fondos para terminar el templo y la casa monástica.
En principio ello elevó la religiosidad de la zona, pero no llegó nunca a ser muy importante y con el paso de los años empezó a decaer.
En 1574 tan solo quedaba un canónigo, motivo por el cual el cenobio fue secularizado y cedido a los franciscanos, con la única obligación de dar cuidados y manutención al canónigo superviviente hasta su muerte.
Los franciscanos convirtieron el monasterio en un seminario que estuvo en funcionamiento hasta 1835 cuando fueron exclaustrados debido a la Desamortización de Mendizabal. Todo quedó abandonado hasta que, en 1920, el diplomático Eduardo Toda adquirió la propiedad y la convirtió en una mansión señorial.
Tras la oportuna restauración, Toda trasladó muebles, libros y antigüedades para convertir el monasterio en su residencia habitual pero, por razones que desconocemos, finalmente se trasladó al Monasterio de Poblet.
En el interior del conjunto quedaron interesantes colecciones de cerámica, grabados y objetos de todo tipo, así como una interesante biblioteca. A día de hoy lo más interesante es la iglesia románica, los restos de la sala capitular y el claustro, así como la vivienda del Sr. Tola perfectamente conservada y que en este momento es visitable por cuantos curiosos lo solicitan. Desde el punto donde se establecieron en su día los sarracenos, con restos de una primitiva fortaleza romana, se disfruta de una maravillosa vista de las comarcas tarraconenses. Era tradición que los habitantes de la próxima localidad de Riudecañas subieran al antiguo castillo y monasterio el día de San Jorge pero también eso quedó postergado. Nada, nada es para siempre...
RAFAEL FABREGAT
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