Sí, así están las cosas, con respecto a la "España vaciada". Sin solución presente ni futura. En general, los jóvenes de hoy tienen conocimientos muy superiores a los que alcanzaron sus padres y es por ello que jamás regresarán al pueblo para ejercer los trabajos de los que sus padres vivieron. Ya no es cuestión de que los precios de la agricultura y la ganadería apenas sean rentables o que el minifundismo impida esa rentabilidad tan necesaria. Los sectores agrícola y ganadero, apenas dan para comer y en un mundo como el de hoy nadie se conforma con las migajas que los mayoristas de la distribución les asignan. Nosotros, los viejos, conocimos el hambre de la posguerra y por lo tanto recogimos el testigo de nuestros padres, considerando un gran logro el solo hecho de llenar el plato y seguir adelante.
Todo eso acabó y ya no hay vuelta atrás. Hubo un tiempo no tan lejano en que mucha gente abandonó casa y hacienda en los pueblos de España para instalarse en las grandes ciudades en busca de una vida mejor. Ya entonces, algunos menos lanzados quedaron en los pueblos malviviendo con cuatro parcelas de tierra y un puñado de animales pero, en un momento de hambre por doquier, muchos escaparon para no regresar jamás. Algunos malvendieron lo poco que tenían, pero otros no pudieron ni siquiera malvender y, sin mirar atrás, lo abandonaron todo. Pues bien, habida cuenta las políticas que los gobiernos llevan a cabo, aquello se ha visto multiplicado por mil. Entonces fueron simples aldeas y tierras sin apenas valor pero, en la actualidad, los jóvenes pueblerinos prefieren un empleo mal remunerado en la ciudad antes que trabajar en el campo.
Para colmo de males, estamos inmersos en un mundo globalizado y las políticas nacionales o comunitarias no favorecen en nada condiciones que pudieran revertir esta situación. Hace muy pocos años, en la Comunidad Valenciana, tener un huerto de naranjos era todo un lujo solo al alcance de las familias adineradas. También en estas zonas, otrora ricas, han cambiado las cosas y las cosechas ya no valen apenas nada. Las políticas comunitarias ni siquiera protegen a sus socios, en este caso españoles, y compran al mejor postor. Las naranjas que se comen en toda Europa, antes españolas al 100%, se adquieren actualmente en Marruecos o Sudáfrica y llegan a los mercados europeos como fruta comunitaria por el solo hecho de que, mentira o verdad, los dueños de esas explotaciones son europeos.
No se trata pues de que se abandone el medio rural, de escaso interés económico, sino que incluso las fincas de naranjos valencianos también se están abandonando y, con mejor o peor suerte, sus jóvenes marchan a las grandes ciudades en busca de una vida mejor y más segura. Padres y abuelos vivieron toda su vida mirando al cielo en busca de lluvia o esperando evitar el pedrisco, pero todo terminó. Cuando los políticos se den cuenta del daño causado ya será tarde. Nadie volverá a los pueblos abandonados y menos aún a las pequeñas aldeas. Los prados se habrán convertido en pinares, pero los dueños ni siquiera regresarán para verlo. El abandono rural es imparable y no habrá vuelta al punto de partida. Como sucede en otros muchos países, en España solo las grandes ciudades o las zonas costeras estarán habitadas. El resto quedará abandonado.
Puede ser muy recurrente decir que toda la culpa es de los políticos y de las medidas que éstos toman a favor de la industrialización y el abandono del medio rural, pero somos muchos quienes así lo pensamos. Todos sabemos que del campo es todo lo que se come pero, mientras los mercados estén llenos, nadie piensa en esa verdad indiscutible. Incluso se permiten el lujo de tachar de "cazurros" a quienes se niegan a abandonar las tierras y pueblos que les vieron nacer. Así es la ignorancia de muchos. La marcha de la gente priva, a quienes se quedan, de los servicios básicos. Se cierra la escuela, el único bar, la tienda, la panadería, el servicio médico y el postal, incluso la farmacia. Hasta la iglesia cierra sus puertas y el párroco marcha a lugares donde es más necesario. En el pueblo, años antes importante, quedan cuatro viejos a los que ni siquiera sus hijos visitan.
Quedarse en el medio rural es visto como ignorancia y atraso, del mismo modo que marchar hacia las grandes urbes te califica como persona avanzada, valiente y respetable. Es una forma de viajar hacia la modernidad, facilitar a tus hijos los estudios y oportunidades que el mundo actual ofrece a los más lanzados. La solución solo será posible si las políticas rurales cambian. Solo la dotación de servicios e infraestructuras permitirían que los pocos que quedan dejen de pensar en marcharse. El medio rural es atractivo para quienes se han criado de esa manera, pero el campo y la ganadería deberían estar protegidos a nivel político y que nos diéramos todos cuenta de su auténtico valor. Siendo España un país con tantos recursos de toda índole, todo lo que consumimos es de importación, mientras que lo que aquí se produce marcha hacia otros países. Vendemos el oro a precio de plomo. Así, así están las cosas...
RAFAEL FABREGAT
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