En tiempos medievales y más concretamente entre el año 902 y el 1349, el archipiélago balear fue uno de los lugares de España más codiciado. Primeramente por los musulmanes del califato de Córdoba, después por las taifas independientes, más tarde por los pisanos y catalanes. Finalmente ya en el 1200 se establecieron almorávides y almohades hasta la llegada de Jaime I que conquistó definitivamente estas tierras para la cristiandad del Reino de Aragón. Tras la conquista de Mallorca por parte de Jaime I, rey de Aragón y conde de Barcelona, se repoblaron las islas por valencianos y catalanes en su mayoría.
Naturalmente aquellas tropas fueron dirigidas por los Caballeros Templarios, acompañantes inseparables del rey aragonés. Su ayuda no se limitó a la conquista de aquellas tierras, sino también a las tareas de repoblación y rehabilitación de la cultura cristiana que antecedió a la invasión musulmana. Cuando tiempo después las Islas Baleares se convirtieron en territorio independiente del Reino de Aragón, los isleños autóctonos asentados tras la reconquista fueron adaptando sus costumbres al catalán, por ser el número mayoritario. De todas formas, la sucesión de hasta tres monarcas del Reino de Aragón impidieron no obstante la independencia del territorio insular.
Como consecuencia de ello y entre otras muchas actuaciones, cerca del puerto de L'Alcudia se restauró la antigua cueva-santuario de San Martín, quizás la representación cristiana más antigua de Mallorca y se le añadió al primitivo al altar de San Martín otro más dedicado a Sant Jordi, patrón de los catalanes. La tradición cuenta que sirvió como catacumba paleocristiana a los habitantes de la antigua Pollentia, en tiempos de los romanos. A esta cueva se accede a través de una escalera excavada en la roca de la montaña, en algunos de cuyos peldaños se vislumbran grabados de estilo románico. Aunque es mucho más anterior, el dato histórico más antiguo del que se tiene noticia está fechado en 1266.
Ante la gran afluencia de visitantes, en 1710 se construyó una modesta hospedería en las proximidades, junto a un aljibe romano. Tras su definitivo y prolongado abandono, en 1954 se llevó a cabo una interesante restauración que se prolongó durante dos años. Restaurada la antiquísima escalera, se accede al interior salvando una altura de catorce metros, quedando la cueva al descubierto y sus capillas medievales accesibles. En el centro hay un pozo, actualmente cegado, que sirve de pedestal para la pequeña cruz que preside el patio central del antiguo conjunto monacal. Son muchas las voces que claman en contra de las restauraciones de estos lugares imposibles, pero nunca está de más recordar nuestros orígenes, nuestra historia, algo que dejar a nuestros descendientes.
RAFAEL FABREGAT
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