La peste bubónica o peste negra, una cepa de la bacteria Yersinia Pestis, fue la pandemia más devastadora que ha conocido la humanidad.
La enfermedad afectó a la práctica totalidad de Asía, Europa y norte de África, llevándose la vida de casi 100 millones de personas, en un tiempo en el que la población era una décima parte de la actual. Como comparativa baste saber que China tenía en aquellos momentos 125 millones de habitantes, de los cuales lograron sobrevivir 90 millones de personas.
La epidemia apareció por primera vez en el Desierto de Gobi hacia 1320 y fue extendiéndose hacia el noreste. En 1328 arrasaba Mongolia y algunas partes del sur de Rusia para pasar a China y Birmania en 1330, arrancando la vida a buena parte de su población. Solo China perdió más de 35 millones de habitantes. De regreso hacia el oeste, ya camino de Europa, mató la mitad y hasta dos tercios de la población de todos los países por lo que pasaba, que fueron prácticamente todos.
De camino al Medio Oriente, azotó la India y todos los países intermedios, subiendo después hacia el noroeste extendiéndose por toda Europa y Rusia occidental. En el continente europeo, entre 1346 y 1361 y mató más de 50 millones de personas, más de la mitad de la población.
En realidad la peste no avanzaba, sino que eran las rutas comerciales las que la transportaban de un lado a otro. Su puerta de entrada en Europa fue el puerto de Mesina (Italia), en ese momento lugar de gran importancia comercial con Oriente Medio a través del Mediterráneo. Otro punto de entrada a Europa fue la península de Crimea, en aquellos años atacada por los mongoles. En el asedio a Teodosia los mongoles lanzaban con catapultas los cadáveres infectados dentro de la ciudad.
Curiosamente la enfermedad no afectaba a todos por igual y mientras unas zonas eran diezmadas, otras se vieron afectadas muy ligeramente.
En la región florentina apenas sobrevivió un quinto de la población, mientras que en Alemania solo perdieron la vida el 10% de sus habitantes. Una vez más los judíos sufrieron las consecuencias de una epidemia que poco o nada tenía que ver con ellos. En algunas ciudades, en las que se les maltrataba deliberadamente, se les acusó de envenenar los pozos de agua mediante el lanzamiento de cadáveres putrefactos afectados por esta enfermedad. Una especie de guerra biológica que no sabemos hasta que punto pudo ser cierta. En muchos lugares de Europa se les persiguió con saña y hasta se llevaron a cabo linchamientos multitudinarios.
La peste negra fue sacrificando vidas humanas hasta finales del siglo XIV, aunque ninguno de los brotes posteriores tuvo la gravedad de la década de 1340. En principio podría pensarse que la mayor mortalidad podría haberse dado entre la población de escasos recursos y peor alimentada, pero no fue así. No fueron pocos los representantes de la Iglesia y los propios reyes a quienes también les fue arrebatada la vida por el virus. Alfonso XII de Castilla, Juana II de Navarra, Margarita de Luxenburgo, Felipa de Lancaster, etc., etc. murieron de la peste negra. El principal transmisor eran las ratas, pero también las pulgas. La escasa limpieza y la continua proximidad de personas y animales, caballos y perros en el caso de los nobles, impedían que nadie estuviera a salvo de sus picaduras.
Nadie pensó en las pulgas como transmisores de la enfermedad. Se pensó en las ratas e incluso en los gatos que fueron diezmados por la población, pensando en su superstición que estaban asociados con el Diablo. No andaban desencaminados puesto que eran animales especialmente portadores de las contaminadas pulgas, pero no los causantes directos. Acabar con los gatos empeoró la situación puesto que esto dio mayor supervivencia a la ratas y éstas a la enfermedad. Con los cementerios llenos y las ciudades repletas de cadáveres sin sepultar, un olor nauseabundo impedía la normal circulación de sus habitantes. La propia enfermedad desprendía un olor fétido, al reventarse las ampollas que cubrían el cuerpo de los afectados. Poco a poco la virulencia fue amainando y a la llegada del siglo XV todo volvió a la normalidad, aunque sin estar erradicada.
RAFAEL FABREGAT
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