Son muchas y muy antiguas las leyendas que corren en las proximidades de la capital de España.
La Sierra de Guadarrama y la construcción de El Escorial dieron pie a todo tipo de leyendas sobre las orientaciones del Diablo al rey Felipe II.
A poco más de un kilómetro del lugar donde el rey, sentado en confortable silla desde la que divisar la marcha de las obras, una imponente roca de extraña morfología dio pie a la leyenda de "la pisada del Diablo". Un simple hueco en la piedra que aparenta ser la huella de una pisada sobre fango y que se dice la produjo el mismísimo Demonio cuando una niña se negó a blasfemar.
La niña en cuestión se llamaba Martiña, una feligresa de la Virgen de Gracia de la que era muy devota.
El Demonio, disfrazado de agricultor, entabló conversación con ella con la abyecta pretensión de adueñarse de su alma. Sin embargo, a pesar de su insistencia, no consiguió en ningún momento que la niña se doblegase ante él por lo que, enrabietado por el fracaso, dio tan fuerte pisotón sobre la roca que dejó marcada su huella para siempre.
Más que una leyenda, yo diría que es fantasioso cuento que nos habla de las creencias y supersticiones que durante siglos acompañaron las culturas de los pueblos del medievo.
Quiero acabar este relato con unas palabras que no pretenden ser consejo para nadie. Sin duda tenéis sobrada capacidad para discernir sobre la verdad y la mentira y especialmente sobre el bien y el mal de las cosas. Pocos dudan ya sobre la existencia o no del Cielo y del Infierno. Yo no sé si el cielo existe pero sí tengo claro que el Infierno no tiene ninguna razón de ser. Si es verdad que hay Dios, está clarísimo que en su infinita misericordia nos perdonará todos nuestros pecados y para todos habrá un lugar a sus pies. Somos lo que somos porque así nos han hecho, de tal manera que nadie es culpable de sus pecados, ni merecedor de premio por sus buenas obras.
RAFAEL FABREGAT
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