Pocas cosas quedan por decir de una cultura tan explotada, comercial y literariamente hablando, como la egipcia. Antigua, rica y larga fue su historia, pero fueron millones los que vivieron de ella, durante décadas, siglos y milenios... y lo que seguramente queda por contar, aunque sea de forma repetitiva.
Cuando el año 800 d.C. los trabajadores del califa egipcio Al-Mamun consiguieron llegar a la cámara del faraón, en el centro de la pirámide de Keops, descubrieron que el sarcófago no tenía la tapa de Diorita, de la que hablaban los jeroglíficos. Roca plutónica, extremadamente dura y pesada, de la familia del granito pero solo frecuente en zonas de plegamiento de la corteza terrestre.
No era lógico que un sarcófago del mismo material y diseñado para llevarla, luciese destapado en mitad de la Cámara Real de una pirámide que se consideraba no profanada hasta entonces. ¿Qué explicación podía darse al respecto?. Aunque al servicio de todo un califa, aquellas gentes eran un grupo de profanadores de tumbas. La pirámide de Keops era históricamente la mayor de todas ellas, pero no tenía el por qué ser la más rica ni tampoco tenía seguro alguno contra tantos profanadores. Un grupo más, de los cientos que esquilmaron durante siglos las tumbas de los faraones milenarios. Aquel grupo quedó estupefacto al descubrir un profundo pozo cerca del punto en el que consiguieron forzar el acceso que les había llevado al pasadizo que conducía a la Tumba Real.
Descubrieron que originalmente aquel pozo estaba sellado, pero ya desde mucho tiempo atrás la piedra que lo cubría había sido forzada desde abajo. Pocas tumbas consiguieron escapar de la codicia de aquellas gentes.
Difícil que los enclaves se pudieran mantener en secreto y más difícil aún que ningún freno fuera suficiente para su acceso a las tumbas repletas de tesoros. Estaba claro que si la pirámide y su tumba fueron profanados en época anterior, la tapa de tan extraña y característica composición también fue recogida como uno más de los abundantes tesoros que allí se encontrarían sin duda. Aquellos primitivos profanadores eran sin duda perfectos conocedores del terreno que pisaban y actuarían con rapidez.
Pocos días después del enterramiento escalaron el pozo de ventilación, se deslizaron hasta la Sala Real y, previa recogida de todo cuanto encontraron de valor, sellaron nuevamente el pozo como si jamás la tumba hubiera sido profanada. El sarcófago era entonces de valor incalculable, pero no cabía por ninguno de los pasadizos y se limitaron a sacar la tapa. De hecho son muchos los escritos que aseveran que el faraón Keops jamás fue enterrado en su pirámide, pero ¿para qué construir una obra de semejantes dimensiones para no ser utilizada?. Y si lo fue, ¿qué o quien pudo haber sido colocado en dicho sarcófago, sino el propio emperador que mandó construir tan colosal estructura?. Sea como fuere, todos los estudiosos coinciden en que nadie fue sepultado en dicho sarcófago...
Si la estructura más grande realizada por la humanidad no era para uso funerario del faraón, ¿para qué se construyó entonces?. Escritores fantasiosos hablan de un posible artefacto extraterrestre, de origen sobrenatural, con grandes posibilidades de que pudiera ser el misterioso meteorito conservado en la Kaaba de La Meca. Si los profanadores de la Gran Pirámide sabían lo que ésta albergaba y consiguieron robarlo, ¿qué era y donde está ahora?. Son muchas las posibilidades que apuntan hacia la piedra negra venerada en Arabia Saudita por millones de musulmanes. También podría ser cualquier otra cosa y estar oculta en cualquier parte del mundo. El destino original de la Gran Pirámide era sin duda ser la tumba de Keoops, pero otra cosa fue el destino final que nadie puede probar. Lo que sí está claro es que la realidad casi siempre supera a la ficción y hasta incluso las supersticiones de unos y otros.
RAFAEL FABREGAT
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