Es la desgracia del ser humano. Nos tenemos por inteligentes porque somos nosotros mismos los que nos autocalificamos. Siete mil millones de seres, siempre enfrentados entre sí. ¿Qué pensarían de nosotros otras culturas superiores, en el caso de que existieran y pudieran ver nuestro comportamiento?.
En un acto de autocomplacencia y superioridad, con respecto al comportamiento animal, nos calificamos como inteligentes cuando en realidad somos auténticos burros que no sabemos vivir en paz. A la vista está. Siempre metidos en guerras, dimes y diretes, que no sirven para otra cosa que para impedir la paz y romper nuestra tranquilidad. Ese "jardín del Edén", ese Cielo del que hablan las diferentes religiones del planeta, está aquí, en este mundo. Solo nos falta apreciarlo en lo que vale. ¿Acaso no lo veis?. Nada hay, en la inmensidad del Universo, comparable con el planeta Tierra. Es la maravilla de nuestra galaxia y del firmamento en general. Yo no creo que sea tan difícil darnos cuenta de nuestra suerte.
Somos nosotros, los que nos calificamos de inteligentes, los que nos impedimos a nosotros mismos el acceso a tan bello Paraíso. Bien es verdad que en algunos puntos del planeta el Verano es bastante bochornoso, pero tenemos agua para refrescarnos. Ríos, playas y piscinas, para nosotros y para compartir con familiares, amigos y vecinos. Todo el disfrute que esta época de calor nos proporciona, como son las cervecitas en terraza, las cenas al aire libre, las verbenas, los fuegos artificiales, etc. ¿no son una forma de felicidad?.
Después llega el Otoño, meteorológicamente más triste, pero incomparablemente bello por el color rojizo-amarillento de las hojas caducas que van desprendiéndose de los árboles.
Temperaturas agradables las del Otoño, con una cierta humedad que nos trae la inmensa variedad de setas que salpican nuestros bosques de montaña, sin olvidar que en esos mismos parajes abundan los buenos restaurantes de brasa donde el cordero y los chuletones se asan envolviendo las inmediaciones en una fina nube de aroma celestial. Un aroma que no podemos dejar de regar con los mejores caldos de los extensos viñedos de nuestra querida España, a cual mejor... La Rioja Alavesa, la suave Ribera del Duero, el Somontano de Huesca, la garnacha de Toro, etcétera. Nos acercamos luego a finales del año, a la familiar Navidad, a la llegada del Año Nuevo, tiempo excepcional para los amantes de la nieve, que cada día son más.
Ha llegado el Invierno. Chimeneas encendidas con leña de encina y otra vez los buenos asados, los caldos reconfortantes y el buen vino. Cenas familiares al lado del fuego, con nuestros animales de compañía apretujados contra nosotros buscando mejor temperatura y calor humano. En Marzo regresan las setas de primavera y la Primavera misma. Con el rebrote de árboles y plantas, con la inmensidad floral de prados y veredas de caminos, con el alboroto de los pajarillos y demás animales, que sienten bullir su sangre y la imperiosa necesidad de perpetuar su especie. Buscar pareja y hacer su nido es actividad inaplazable. Un nido, del que en pocos días asomarán las cabecitas sus retoños.
¿Alguien conoce algo superior a eso?. Naturalmente ninguna de esa felicidad es posible si no hay salud pero, si la hay, ¿no es acaso un crimen sin perdón de Dios, que teniendo esa felicidad a nuestro alcance, la perdamos por culpa de cuatro locos entre los debemos contarnos?. Sí amigos, también nosotros somos culpables de no alcanzar ese "Cielo" que está al alcance de nuestra mano y que somos incapaces de ver y mucho menos de facilitarnos a nosotros mismos. Porque en esta vida no hay nada gratuito. Para cosechar (trigo, patatas, felicidad, tomates, amor...) primero hay que sembrar. Desgraciadamente, incluso sembrando, alguna vez no hay cosecha. Unas veces no llueve, otras veces la semilla no es buena, otras la tierra no está bien preparada...
Pero hay que perseverar, ¿qué cogerás si no siembras?. Pues bien, el ser humano que con tanta alegría se llama a sí mismo inteligente, quiere cosechar (siempre) sembrando poco o nada. Incluso el que siembra, si fracasa, deja de sembrar. Hay algunos que, simplemente por envidia o porque llevan el mal en sus entrañas, no solo no siembran sino que además pisotean la tierra del vecino para arruinarle la cosecha y que tampoco él obtenga fruto de su trabajo. Estafas, usurpaciones, fraudes, competencia desleal, cuando no daños directos por odios o envidias sin fundamento. De ahí sale la discordia familiar, las discusiones entre vecinos y las propias guerras entre naciones. ¡Y nosotros, nos llamamos civilizados!. ¡Una raza, que no sabe vivir en paz...!
RAFAEL FABREGAT
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