Determinadas creencias marcan el devenir, usos y costumbres de los pueblos. Especialmente en tiempos antiguos, por las dificultades de comunicación, las costumbres se convertían en ancestrales y los siglos y milenios se sucedían sin apenas cambios a la vista. La humanidad empezó utilizando las piedras como herramientas y armas, para posteriormente descubrir los metales, de más fuerza y duración. Por extraño que parezca las religiones existieron siempre puesto que los humanos, en su soledad, siempre miraron al cielo en busca de alguna fuerza divina que les amparase, que los protegiera de las fieras, de las fuerzas de la naturaleza y de sus propios congéneres. Todo esto viene a cuento del hallazgo en una zona pantanosa de Dinamarca de un cadáver momificado de alguien que vivió 2.500 atrás.
Se trata del Hombre de Tollund, una momia bien conservada gracias al hecho de haberse mantenido desde siempre bajo el fango del humedal de Bjaeldskov.
El caso es que un matrimonio y sus dos hijos fueron a recoger turba a una ciénaga próxima a Silkeborg (Dinamarca) al objeto de darle fertilidad a su jardín. En pleno trabajo de extracción la pala de uno de los hijos dio con algo duro, extraño en dicho lugar donde no hay piedra alguna. La madre, que también extraía turba junto a ellos, se arremangó la camisa y sacó lo que parecía (era) una cabeza humana. No era tan extraño como pudiera parecer en un primer momento. A finales de la Edad del Bronce y muy especialmente en el norte de Europa aquellos pueblos primitivos solían depositar los cadáveres en las ciénagas, puesto que consideraban que éstas eran Portal a otros mundos.
Por ese motivo las tierras pantanosas eran lugar predilecto para las personas más poderosas o queridas, pero también para enemigos y delincuentes. No era lugar para gente normal, sino para glorificar a los mejores y para purificar a los más abyectos, caso del Hombre de Tollund.
Tras el macabro hallazgo la familia Hojggard llamó a la policía pero su llamada no causó alarma alguna. Desde varios siglos atrás han sido decenas las momias encontradas en lugares similares y concretamente en esa misma turbera ya se habían encontrado otras dos momias en 1927 y 1938. Nada pues de particular. El caso derivó inmediatamente a los encargados del Museo de la ciudad que se presentaron inmediatamente al lugar de los hechos constatando que, efectivamente, se trataba de una momia (una más) aunque con algunas peculiaridades interesantes. El arqueólogo encargado de recoger el cadáver lo examinó con detenimiento y acto seguido ordenó que lo sacaran del barro.
Ya limpia de barro, la momia tenía una expresión apacible, como si estuviera dormida, pero algo llamó su atención... El hombre prehistórico llevaba un gorro de lana de oveja, un cinturón anudado alrededor de su cintura y ¡un trozo de cuerda atado a su cuello!. Estaba claro que aquel pobre hombre murió ahorcado. El caso parecía interesante y el cuerpo, en una caja construida al efecto, fue trasladado al Museo Nacional de Dinamarca, en Copenhague. Medía 1,61 metros, aunque se consideró probable que hubiera encongido, por los muchos años transcurridos dentro del ácido cieno. Estaban en perfectas condiciones la cabeza, los pies y el pulgar de la mano derecha. El resto totalmente deshidratado.
Pelo corto y barba de pocos días. Radiografías y estudio de los huesos revelaron una edad de entre 30 y 40 años. La autopsia posterior indicó que solo había comido grano y alguna planta en las veinticuatro horas anteriores a su muerte. Nada de carne, pescado o fruta, a pesar de que en las zonas nórdicas ya era habitual este tipo de comida en edad tan temprana. Los científicos concluyeron que había muerto a finales de invierno o principios de primavera puesto que no había fruta y a mediados de la primavera era cuando se sacrificaban los animales criados durante el invierno. Las marcas del cuelo y el rastro de tejido hallado alrededor del mismo determinaron su muerte... Murió ahorcado, pero rápidamente fue cortada la soga y llevado el cadáver a la ciénaga donde le cerraron la boca y los ojos, depositándolo con sumo cuidado en la tumba.
No sería un delincuente común, o fueron sus propios familiares los encargados del enterramiento, pues el proceso se llevó a cabo con mucha delicadeza. Con toda probabilidad los vecinos de la aldea estuvieron presentes durante el sacrificio y también en el enterramiento, quedando el cuerpo bajo las ácidas aguas, que esperaban pocos centímetros más abajo.
Protegida durante 2.500 años bajo la turba, la momia emergía ahora a un mundo plagado de bacterias. Durante los últimos años fue sometida a numerosas pruebas, alguna de las cuales hizo pensar que el indivíduo quizás no muriera ahorcado debido a que, la lengua y la laringe no presentaban daño alguno. En todo caso interfecto habría sido izado y no dejado caer con brusquedad, además de ser descolgado inmediatamente después de morir. Solo eso explicaría la falta de roturas en lengua y cuello. Otros no recibieron tales cuidados...
RAFAEL FABREGAT
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