Pocas cosas hay tan satisfactorias como el sexo. Ya no digamos cuando éste va unido a un amor verdadero y verdaderamente correspondido. Vamos, yo no conozco ninguna. No solo es pasión, sino mucho más que todo eso. Es... la ilusión, la fusión de dos almas gemelas, el goce de dos cuerpos que se complementan desde lo más hondo del sentimiento humano. Lo físico es importante, claro está, pero cuando ese acto amoroso está lleno de amor la sensación es mil veces más placentera. Cuando el amor interviene en el acto sexual, es cuando también el alma participa, multiplicando por mil todas las sensaciones.
Para conseguir de forma artificial todo eso se han inventado mil historias, todas ellas inciertas y por lo tanto decepcionantes. Cada uno a lo suyo, los herbolarios nos hablan de mil remedios naturales: alimentos, bebidas, infusiones de diferentes plantas, del uso del azafrán, el ginseng, el chocolate, la miel, la jalea real, las ostras... En fin, ¿qué voy a contaros que no hayáis leído mil veces?. Todo una estafa tras otra. Ninguna solución, que no pase por fármacos o drogas peores, es capaz de crear lo que solo la juventud y el amor crean de forma natural. Todo lo demás son paparruchas de charlatanes de feria, estafadores potenciales.
Alimentos y bebidas afrodisíacas... ¿Para qué?. Ni existen ni hacen falta. Timos de cuatro espabilados que juegan con la ilusión de quien está falto de amor o de fuerzas para llevar a buen puerto lo que solo de forma natural satisface debidamente. Cuando el amor no ha llegado nunca, o se ha escapado entre las manos de la rutina o la edad, ¿de qué puede servir un afrodisíaco natural o químico?. Que una pastilla, azul o rosa, te ponga a punto una pequeña parte del cuerpo, no elimina tus muchos años acumulados, ni el recuerdo de momentos celestiales pasados cuando verdaderamente correspondía.
Los mejores afrodisíacos son la juventud, el amor y la ilusión. Esas pastillas que por unos instantes ponen duro lo flácido y mojado lo seco, no hacen otra cosa que aumentar la frustración de quien ya ha puesto punto y final a todo lo más bonito de esta vida y que, curiosamente, es también lo único gratis de este mundo y por lo tanto al alcance de ricos y pobres. Yo diría incluso que más alcanzable para los pobres que para los ricos pues estos últimos, cansados de todo y de todos, posiblemente no sepan apreciar la sensación del verdadero amor. El que se entrega de forma recíproca, sin que medie interés alguno y único al que podemos llamar amor con mayúsculas.
RAFAEL FABREGAT
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