Hoy se cierran en España decenas de pactos entre los diferentes partidos, con la única intención de mandar por mandar y por hacer lo que les venga en gana, como todos los que han mandado hasta ahora y como todos los que mandarán de ahora en adelante. En la mayoría de las autonomías ha ganado la derecha (PP) pero el pacto de los diferentes partidos de izquierda y la indefinición del centro-derecha (Cs) darán el gobierno municipal y autonómico a socialistas, comunistas y extrema izquierda. La crisis y las medidas aplicadas por el PP, preocupado solamente por sacar al país de la ruina en la que se había metido, sin valorar la asfixia que provocaba entre los españoles, han propiciado este resultado.
No vamos a señalar aquí todos los abusos económicos que el país ha soportado, porque no hay ni un solo partido que haya salido limpio de algún caso de corrupción.
Se trata simplemente de que, si apretándonos al máximo el cinturón, no hemos conseguido pagar nuestras cuentas con los acreedores, ¿cómo vamos a terminar con esta situación ruinosa, de la mano de quienes proponen mayores coberturas sociales?.
Todos conocemos casos de fraude en compra-venta o servicios cobrados sin facturar y por lo tanto defraudando a la Hacienda Pública y a la Seguridad Social. Si esto ha sido así con un Gobierno que se supone autoritario, ¿qué no va a ocurrir de ahora en adelante?.
Por lo visto, aquí solo se trata de quitar a unos para que manden otros.
Esto del poder parece que es algo tan goloso o más que el dinero, pues por conseguir el poder padres mataron hijos, hijos mataron padres y hermanos a hermanos. El dinero no da la felicidad, pero casi. Ese casi que falta, por lo que se ve, lo da el poder. Por conseguirlo algunos hacen lo que haga falta. Algunos desgraciados alucinamos ante tanta avaricia y poco asco al daño e incluso a la sangre que se derrama por conseguirlo, mucho más cuando hablamos de sangre de tu sangre, pero así ha sido siempre. La felicidad es imposible de alcanzar, pero más difícil es conseguirla haciendo daño a los demás. O eso es lo que pensamos algunos tontos.
En el antiguo Egipto matar a los hermanos para acceder a un trono que no correspondía, era tan normal como tener tantas mujeres como pudieras alimentar. La gente "se moría" de forma inexplicable y en cuatro días todo quedaba en el olvido. Decenas de faraones y alguna que otra faraona, consiguieron hacerse con el trono gracias a estas artimañas y una falta de escrúpulos sin parangón. Así reinó Cleopatra y murieron sus hermanos Ptolomeo XIII, Ptolomeo XIV y Arsdione IV, todos en extrañas circunstancias, motivo por el cual fue ella la que alcanzó el trono de Egipto. Bien hubiera podido ella casarse con alguno de sus hermanos, como era lógico y normal en aquellos tiempos, pero a ella le gustaba Marco Antonio. Solución, matar a sus hermanos...
El harén de los faraones de Egipto, al igual que el de todos los sultanes de oriente, era famoso por la multitud de esposas y concubinas que albergaba. El número de mujeres a su disposición era en buena manera lo que marcaba la categoría de faraones y sultanes. Claro que, como podemos suponer, aquello debía ser una fábrica de celos y envidias que acarrearía sin duda problemas día sí y otro también. A un faraón tan poderoso como Ramsés III parece ser que lo mató una de sus múltiples esposas llamada Tiye, al solo objeto de que su hijo subiera al trono. Apoyada por no pocos conspiradores le cercenaron el cuelo y murió desangrado y asfixiado, según indican sus restos momificados.
A Filipo II, padre de Alejandro Magno, le pasó otro tanto. Con siete esposas y decenas de hijos, todos querían el trono para sí y más pronto que tarde el rey se murió y no precisamente de un resfriado. Algunos dicen que, no teniendo bastantes con sus mujeres y decenas de concubinas, todavía mantenía relaciones con varios jóvenes guardaespaldas, alguno de los cuales pudo matarle por celos... La cuestión es que una de aquellas mujeres, llamada Olimpia y más decidida que las demás, situó a su hijo Alejandro en el trono de Macedonia. También Alejandro Magno, el mayor conquistador de la Historia, acabaría traicionado por sus propios generales. Lo que no pudieron matar las espadas enemigas, lo hizo una copa de vino.
Lo mismo sucedía en países orientales como China o tan occidentales como Inglaterra, donde el rey Enrique VIII mató a varias de sus esposas por el simple deseo de cambiar de partener. Claro que todo esto no es más que grano de arena en el mayor de los desiertos.
A lo largo de la Historia son miles los gobernantes asesinados para usurparles el trono, como ellos lo hicieron antes y después lo harían los demás.
La muerte por causas naturales casi nunca era el motivo de fallecimiento de los nobles, hasta pocos siglos atrás. De la misma manera que el pueblo llano, siempre metido en obligadas contiendas provocadas por la ambición de sus señores, tenían que abandonar familia y tierras dejando sus vidas en los campos de batalla.
Actualmente, salvo accidente, la mayor parte de la gente muere físicamente en la cama. Digo lo de morir de forma física porque, política o profesionalmente, uno puede hacerlo de forma inesperada y por causas muy diferentes. La ambición por el poder y el dinero no ha cambiado y pretendiendo engañar a cuatro despistados, que cada día son menos, los políticos prometen soluciones de imposible aplicación a fin de conseguir el voto que les sitúe en el poder y desde allí ver la posibilidad de arreglar su casa y la de los suyos. Nadie reparte sus beneficios ni se mete en esos berenjenales de forma altruista, lo que sucede es que la gente vive poco y mientras te engañan unos y otros, te has hecho viejo...
RAFAEL FABREGAT
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