10 de junio de 2015

1787- ATENCIÓN AL DESODORANTE.

Durante los 365 días del año, pero especialmente en verano, viajar en tren o autobús sin aire acondicionado, eliminar grasa en un gimnasio repleto de gente, o estar apretado como lata de sardinas en un concierto de rock, puede ser asignatura difícil y casi nauseabunda para nuestro sentido del olfato. Naturalmente mantener una buena higiene es fundamental, pero esto no siempre fue así. Con falta de agua corriente en las casas y con ausencia incluso de servicio de alcantarillado, en los pueblos la gente se lavaba a cuerpo entero de uvas a peras. Es decir: poco o nunca, a no ser que se viviera cerca del mar o de un río. Con el problema añadido de que, trabajando la mayoría en el campo, sudar todos los días era lo habitual.


Las consecuencias, ya las podemos imaginar. La gente olía como los osos con la única ventaja de que, siendo general y permanente, apenas si debía notarse. Al menos en España, en el medio rural esto seguía sucediendo a mediados del siglo XX. Ante la ausencia del agua potable y duchas actuales, en vísperas de alguna fiesta especial en los pueblos se imponía la ducha consistente en ponerse de pie dentro de un capazo de plástico o goma y echarse agua con una regadera, no había más. Es por eso que a lo largo de la Historia la mucosa olfativa del ser humano habrá conocido situaciones verdaderamente insoportables de las que sería difícil escapar.


Nos cuentan sin embargo que el ser humano siempre estuvo preocupado por su olor corporal. Los egipcios ya lo afrontaron con baños públicos y privados para la gente pudiente. Incluso aromáticos y con aceites de limón y canela que aplicaban posteriormente por todo el cuerpo y especialmente en las axilas. También fueron ellos los que descubrieron la efectividad de eliminar el pelo de los sobacos. Ello contribuyó en gran medida a que se paliara el olor nauseabundo que a menudo despedían. Desde entonces fueron muchos los productos que se inventaron, aunque ninguno de ellos eliminó el problema de raíz por tratarse de perfumes que no eliminaban la sudoración del indivíduo.


No sería hasta 1888 cuando en EEUU se inventó el producto precursor del actual desodorante. Fue llamado antiperspirante o inhibidor de la sudoración axilar y que fue comercializado con la marca MUM, una crema compuesta de zinc que impedía la producción de sudor allí donde se aplicaba. Aunque bastante rústica en principio, la crema funcionó y su venta alcanzó cotas extraordinarias. A este producto siguieron otros, cada día más perfeccionados, cuyo único propósito era el mantener las axilas secas independientemente del perfume que cada uno de ellos llevase en su formulación. La gente se sensibilizó con este problema y las ventas no pararon de aumentar.


Hasta entonces la publicidad había estado especialmente dirigida a la mujer, por lo que ningún hombre quería utilizarlo o, al menos, presumir de su uso para no parecer afeminado. Era como aceptar que la naturaleza del macho era oler mal. En 1919 uno de los productores franceses de este tipo de productos y concretamente el que fabricaba la marca ODORONO, con un simple eslogan publicitario cambió por completo y para siempre esta percepción del problema: "Señores, -decía- por su propia naturaleza el cuerpo humano puede llegar a oler tan mal como un cubo de basura. Procure que no sea el suyo". Posteriormente describía las peculiaridades y ventajas del producto. A partir de ese momento los hombres usaron el desodorante, no para oler bien, sino para no oler mal.

RAFAEL FABREGAT

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