Especialmente en tiempos de posguerra los españoles tenían pocas sobras, pero los bares y tabernas estaban llenos y, al final de la jornada, al menos había para tomarse un chato de vino con los amigos. Esa misma gente, cuando marchaba a Alemania o a la vendimia francesa, de la casa a la viña y de la viña a la casa. Traían algo dinero ¡solo faltaría! pero a costa de mucho trabajo y de todos los sacrificios imaginables. Los milagros, lamentablemente, no existen. En el momento actual de crisis generalizada, los jóvenes marchan al extranjero. Como entonces, muchos sin apenas conocer el idioma, buscando ese milagro que casi nunca llega. La historia se repite, ¿qué le vamos a hacer?.
Hace diez años éramos la envidia de propios y extraños, también de franceses y alemanes. En la actualidad vamos nosotros allí, pero no de vacaciones, sino a implorar un trabajo por simple y mal pagado que esté. Solo cuatro aventajados emprendedores, excelentemente preparados en lo suyo, va con ciertas garantías de éxito. ¿De qué nos extrañamos?. Es lo natural. Buenos profesionales siempre los ha habido, pero esos difícilmente emigran. El buen panadero o el frutero pillo y simpático, siempre están ahí, negando el éxito que les acompaña. ¡Está muy mal la cosa! -dicen ellos. Porque para esa gente el negocio siempre está en crisis, pero compran casas, dan carreras a sus hijos y cambian de coche de vez en cuando...
Las vacas flacas, siempre son para los mismos. Para necios y aventureros que no hacen un correcto estudio de mercado. Que alguien, con pleno conocimiento de causa, abra un negocio a sabiendas del riesgo que corre es harina de otro costal. Muchas veces la inercia de un antiguo negocio familiar, hace que uno de los hijos intente seguirlo dándose un canto en los dientes. Pero en las calles de cualquier ciudad estamos viendo crecer como hongos nuevos negocios que en pocos meses se cierran. Creo que, en el 90% de los casos, eso ya se venía venir y con ese tipo de aventuras el pobre queda más pobre, si no endeudado hasta las cejas. Ser valiente es otra cosa bien distinta.
Lo de los "emprendedores" es una falacia, una burbuja con más peligro que otra cosa. Pero cuando la frustración empieza a calentar cabezas, cualquier peñón nos parece una isla y uno se lanza al agua como podría lanzarse al vacío. La esperanza es lo último que se pierde y se sigue esperando el milagro. Ese futuro que traiga satisfacción y llene la despensa. Incluso se sueña con algunos ingredientes vistos en algún programa de cocina televisiva. Al final la realidad nos muestra un bote de garbanzos precocidos, una lata de sardinas y unos tomates pasados, para los que no salen recetas en el citado programa. Finalmente el menú a preparar es la resta de lo que entra en la casa y lo que sale. Seguiremos esperando que, con el tiempo, el resultado de esa resta sea más favorable.
RAFAEL FABREGAT
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