Sveti Stefan ya era aldea de pescadores en el siglo XV, pero en la década de 1950 los pocos habitantes que quedaban marcharon a golpe de talonario y alguna que otra amenaza. No es que aquellos desgraciados cobrasen cifras desorbitadas del Grupo Amanresorts, interesado en convertir la paja en oro, sino que sin duda fueron los gobernantes (nacionales o locales) los que se encargaron de desalojar a los molestos ocupantes. El resultado fue convertir aquella antigua aldea en el destino más exclusivo de Montenegro. Exteriormente todo fue restaurado pero sin grandes cambios. El complejo hotelero mantuvo las antiguas casas, las calles y las plazas pintorescas en el mismo lugar que ocuparon durante siglos, pero con el glamour que la élite demanda.
Todo el interior de las casas fue demolido y sustituido por modernos espacios donde el lujo no tiene límites. Cada casa es diferente y exclusiva. Además de las dos piscinas del complejo, algunas de ellas cuentan con piscina privada y climatizada. Aparte de las habitaciones, el hotel tiene a disposición de los clientes seis cabañas-spa donde se ofrecen todo tipo de masajes y tratamientos corporales. Una revista sobre destinos turísticos de lujo escribía que "Sveti Stefan es el patio de recreo de los ultra-ricos". Fuera del alcance de la mayoría (1500 €/noche) combina el encanto de su apariencia antigua, con la modernidad y el confort de sus interiores, la blanca arena y el azul turquesa de sus aguas.
No se hubieran podido dar adjetivos más exactos ni merecidos. Para los menos favorecidos por la fortuna, la costa del entorno se ha visto plagada de hoteles, pero no es lo mismo. También las villas particulares de cuidado jardín y amplia piscina, no aptas para bolsillos de clase media-baja, miran al horizonte. Apenas 2 Km. de costa, donde no hay lugar para mediocres y menos aún para mendigos. Son muchos los que se aproximan a la sombra del árbol frondoso, pero son pocos los que se cobijan bajo sus ramas. Nada es comparable con lo que acontece dentro de la antigua isla, ahora istmo de Santo Stefano. Ese es otro mundo, solo reservado para los más pudientes.
En la isla solo cincuenta habitaciones, una decena de cabañas y cuatro suites. Son pocas, pero suficientes para que nadie pueda sentirse solo o masificado. No hay temporada alta o baja en la isla de Santo Stefano. Independientemente de la estación del año, los ricos disponen de tiempo y juegan con él, mientras otros trabajan para mantener el nivel de quien les paga. Los más afamados artistas de cine, los más destacados deportistas y los millonarios de la industria o el petróleo, han pasado por esta isla de ensueño, alguno de ellos rodeado de su séquito. Nada es demasiado, si el objetivo es codearse con la élite mundial o firmar un contrato millonario.
RAFAEL FABREGAT
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