Carlos I el Grande (Carlomagno) fue rey de los francos y de los lombardos, emperador de Occidente y primer emperador del Imperio Romano Germánico. Nació en Herstal, ciudad natal de su padre Pipino el Breve, en las inmediaciones de la ciudad belga de Lieja. No se conoce su fecha exacta de nacimiento, que diferentes historiadores ubican entre el 742 y el 748. Su madre fue la bellísima Berta de Laon, hija de los condes del mismo nombre. La leyenda cuenta que cuando llegó para casarse con Pipino el Breve, mandó a una de sus damas para que se hiciera pasar por ella mientras descansaba de tan duro viaje. Recibida la dama con gran satisfacción del rey, cuando al día siguiente se presentó Berta como princesa a desposar fue acusada de impostora y sin llegar a ver al rey fue condenada a muerte, aunque impresionados todos por su belleza le fue perdonada la vida, entrando a trabajar de doncella en la posada de un tal Simón. Tiempo después, estando el rey de cacería, paró a descansar en aquella posada y viendo a Berta quedó prendado de su belleza. Explicole ella quien era y lo que había sucedido y al descubrir la verdad Pipino ordenó ejecutar a la impostora y se casó con ella.
Una de las acciones de contención de Carlomagno contra los musulmanes que dominaban la Península Ibérica, fue la creación de la Marca Hispánica. El año 777 Carlomagno recibió en la ciudad germánica de Paderborn a los representantes musulmanes de Zaragoza, Gerona, Barcelona y Huesca, arrinconados por el emir de Córdoba Abderramán I. Los gobernantes sarracenos ofrecieron homenaje al rey de los francos a cambio de su ayuda militar y éste acordó dirigirse hacia la Península Ibérica a la mayor brevedad posible. Al año siguiente dos grandiosos ejércitos cruzaron los pirineos por oriente y occidente, sitiando Zaragoza. Sin embargo, ante la dureza de la contienda y temiendo su derrota, Carlomagno decidió retirarse pero cuando cruzaba el paso pirenaico de Roncesvalles los vascones atacaron su retaguardia inflingiéndole numerosas bajas.
Con el fin de mantener a raya al enemigo musulmán, Carlomagno nombró a su hijo Luis I rey de Aquitania y al frente también de la Marca Hispánica, mientras su primogénito Carlomán controlaba el norte y el este del imperio. La lucha en Hispania contra los musulmanes no bajó de intensidad. El año 785 las tropas de Luis I conquistaron Gerona, Cerdaña, Osona y Urgel a los moros y la frontera franca siguió expandiéndose hasta el 797 cuando cayó Barcelona, la ciudad más importante de la región. Reconquistada dos años después por los moros, Luis cruzó nuevamente los Pirineos y asedió nuevamente la ciudad hasta su rendición en el 801. El año 810 moría Carlomán, el hijo mayor de Carlomagno, por unas fiebres adquiridas en los pantanos venecianos, motivo por el cual convocó a Luis I, rey de Aquitania, único hijo superviviente y lo coronó como rey sucesor del Imperio.
A principios de Enero del 814 Carlomagno enfermó de pleuritis y murió el día 28 del mismo mes. Su gran Imperio solo duraría una última generación, la de su hijo y sucesor Luis I.
Quizás para evitar rebeliones y guerras futuras, Carlomagno nunca permitió que sus hijas se casaran aunque les facilitó relaciones extramaritales, honró a sus concubinos y tuvo gran aprecio a los nietos bastardos engendrados. Tras la muerte de Carlomagno, su hijo Luis las desterró de la corte y las encerró en conventos.
Pese al frío de aquel crudo invierno, Carlomagno fue enterrado el mismo día de su muerte en la catedral de Aquisgran en lugar secreto. No sería su lugar definitivo pues tres veces más serían exhumados sus restos y cambiados de lugar.
A pesar de su empeño, Carlomagno no logró dotar al imperio de una organización capaz de subsistir a las muchas amenazas que se cernían sobre él. Todo el Imperio descansaba sobre la fidelidad de los nobles a su emperador y la autonomía de los condes a su servicio se hizo más fuerte a medida que la debilidad del reino aumentaba. En el reino Franco no había un ejército real y permanente que obligara a mantener la disciplina de los condados. Dominado el Mediterráneo por los árabes, la economía estaba basada en una agricultura de subsistencia y cada condado debía resistir con sus propios recursos, motivo por el cual entre el rey y los hombres libres cobró fuerza una casta intermedia, la de los nobles. Era una cuestión de proximidad. En un imperio tan extenso y mal comunicado, los vasallos temían más las órdenes del conde que las del propio emperador.
Muerto Carlomagno y con la sucesión en manos de su hijo Luis I el Piadoso, la disgregación del imperio se precipitó. La mágica fidelidad que se le debió a Carlomagno no continuó en la figura de Luis I y el imperio, herido de muerte, naufragó por la sublevación de los nobles que dieron paso al auge del feudalismo. Solo Carlomagno había podido mantener a los nobles controlados. Se perdió el poder efectivo, que se trasladó a los señores feudales, y finalmente se perdió el propio trono. En Germania la corona pasó a la Casa de Sajonia y en Francia a los Capetos. El año 833 Luis I fue derrocado por sus propios hijos. Varias guerras civiles entre ellos llevaron el imperio a su partición y a la debacle más absoluta. La parte occidental y la consiguiente Marca Hispánica correspondió a Carlos el Calvo pero la semilla de la insurrección ya estaba sembrada. Era cuestión de tiempo.
A mediados del siglo IX los normandos asentarían también un duro golpe a los condados de la Marca Hispánica, subiendo por el Ebro y llegando hasta Pamplona. En el 877 Carlos II el Calvo, intentando captar el apoyo de los condes y su plena disposición a la defensa de sus intereses, acepta su petición de que los condados y sus cargos pudieran cederse a los descendientes de sus titulares. Es lo que los condes estaban esperando y lo que favoreció su independencia de facto. De occidente a oriente todos ellos van independizándose y su autonomía va acompañada de un proceso de unificación y formación de entidades más amplias. La disgregación del Califato de Córdoba y la independencia de los marquesados hizo que se ampliaran territorios. Para luchar contra eso nacían las tropas mercenarias, a las órdenes de las taifas moras y, entre ellos y no por gusto, el más grande de sus caudillos: Rodrigo Diaz de Vivar, el Cid Campeador, pero esa es otra historia...
RAFAEL FABREGAT
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