Todos unidos, unos doscientos, se comprometieron bajo el monte Hermón a respetarse las libertades que en ese acto se otorgaban unos a otros y todos ellos buscaron mujer, fabricaron armas y les enseñaron a ellas el uso de las piedras preciosas, los tintes y la forma de maquillarse para estar todavía más bellas. Se transmitieron todo tipo de conocimientos, magias y sortilegios. Creció la impiedad y la corrupción y todas sus mujeres quedaron embarazadas, naciendo hijos que no eran como los habitantes de la Tierra. Lo que los hijos de los hombres tardaban años en aprender, aquellos lo asimilaban en días escasos. Poco tiempo después aquella nueva raza quiso esclavizar a la Humanidad matando a quien se negara a servirles.
Los arcángeles Gabriel, Miguel y Rafael visitaron a Dios y le informaron de los excesos que estaban ocurriendo en la Tierra y Dios los aniquiló a todos con el Diluvio Universal. Solo Noé y su familia se salvaron, con una pareja de cada una de las especies de animales que poblaban la Tierra, según aviso de Dios. A Rafael le ordenó: "Ve y encuentra a Semyaza y encadénalo de pies y manos y arrójalo a las tinieblas. Que el día del Juicio sea arrojado al Infierno". Después llamó a Gabriel y le dijo: "Acaba con los bastardos, hijos de la fornicación de los Vigilantes, creando una guerra entre ellos. No hay lugar para ellos en mi obra".
Acto seguido llamó a Miguel diciéndole: "Dile a Semyaza que todos sus hijos y los de sus cómplices perecerán". Y añadió Dios: "Encadénalos durante setenta generaciones en los valles de la Tierra hasta que les llegue el abismo de fuego". Así fueron castigados los Vigilantes y sus esposas y exterminados sus hijos. Los que quedaron fueron arrasados por el Diluvio Universal, renaciendo un nuevo mundo controlado por Dios. Sin embargo algunos consiguieron escapar y otros sobrevivieron al Diluvio. Suelen ser los ascendientes de hombres que desde muy antiguo fueron varones de renombre, reyes o presidentes de países, destacados generales, en algunos lugares casi semi-dioses. Unos miles de años después, no tantos como pueda parecernos, el dolor y las guerras poblaron nuevamente la Tierra, pero aquello solo era el principio.
Aunque Dios mandó a su Hijo para salvarnos, la humanidad ya estaba corrompida y poco pudo conseguir. Antes de los dos milenios siguientes, hombres y mujeres perdieron la virtud, al tiempo que nuevos adelantos técnicos serían descubiertos y puestos al servicio de la humanidad.
Los conocimientos prohibidos por Dios, por ser perjudiciales para el hombre, estaban de nuevo al servicio de las masas y más virulentos que nunca. Hombres y mujeres ya no necesitaban casarse para procrear, ni esto estaba unido al acto carnal puesto que el embarazo estaba controlado a voluntad. Otro nuevo Diluvio, esta vez de fuego, habría de venir para purificarles, pero los hombres, justamente los más pecadores, estudiaban ya el Universo y viajaban a otros planetas, buscando como escapar del castigo divino. ¡Joder...!. Uy, perdón, quería decir ¡mecachis!, ¿será esto verdad?.
RAFAEL FABREGAT




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