ALEJANDRO MAGNO. Relieve de su sarcófago. |
El desastre fue total para las tropas persas. Ante la inminente derrota, Darío III huye con su carro del campo de batalla pero, cuando el suelo se hace inestable, salta sobre uno de los caballos. Cuando los persas ven huir a su rey abandonan la lucha en desbandada y la caballería de Alejandro les persigue hasta acabar con todos ellos en una masacre sin precedentes. En su avance imparable, Alejandro Magno somete Siria y sigue a Egipto que también cae a sus pies en el 332 a.C. Nombrado faraón, funda Alejandría y el año siguiente (331 a.C.) regresa a Tiro (Líbano) donde le espera su flota. De allí marcha a Antioquía y tras cruzar el Éufrates se entera que Darío III está preparando tropas para atacarle en Gaugamela, una amplia llanura que favorece el movimiento de tropas montadas.
Le dicen a Alejandro que Darío ha allanado el campo de batalla y eliminado los obstáculos para que sus carros con guadañas en las ruedas, se desplacen con mayor facilidad. Las cifras de los historiadores difieren notablemente en el número de fuerzas combatientes, pero los historiadores modernos dan por bueno un número de 250.000 hombres para el ejército persa, de los cuales menos de la mitad eran soldados. La mayor parte eran reclutas con escasa preparación y de ellos 25.000 simples campesinos reclutados a toda prisa y sin instrucción alguna. Se suman 100 carros con guadañas y algunos elefantes indios.
Las tropas de Alejandro sumaban 7.000 jinetes y 40.000 infantes, entre ligeros y pesados. La superioridad de las tropas persas era aplastante pero Alejandro era todo un estratega. Mientras las tropas persas presentaban batalla en línea recta, el ejército de Alejandro lo hacía en semicírculo para evitar un posible ataque envolvente. Trás el semicírculo una segunda formación recta en retaguardia prestaría apoyo allá donde se precisara, novedad determinante para el resultado de la contienda. La noche del 30 de Septiembre del 331 a.C. los dos ejércitos tenían las tropas sobre el terreno y preparadas para la lucha.
Sabiendo que Darío estaba en posición defensiva, Alejandro dijo a sus hombres que podían descansar sin mayor problema. Por el contrario Darío, preveyendo la posibilidad de un ataque nocturno, mantuvo en guardia a sus tropas. A la mañana siguiente Alejandro, en lugar de atacar al frente como se esperaba, movió sus tropas hacia el ala izquierda y traspasó el terreno que los persas habían nivelado rompiendo la formación persa. Darío mandó sus carros hacia la falange macedonia, pero ésta arrojó flechas y jabalinas al tiempo que se abría y las cuádrigas que consiguieron atravesar las líneas quedaron aisladas y a merced de la formación de retaguardia.
Darío mandó su caballería central para detener el avance de Alejandro pero, al hacerlo, dejó una importante brecha en el centro de su formación y Alejandro aprovechó para lanzar hacia allí a su caballería. Al final del día Darío abandonaba el campo de batalla aterrorizado ante las embestidas de Alejandro. Al atardecer los persas habían perdido la batalla pero, una vez más, Darío había logrado escapar. Imposible conocer las bajas de las fuerzas contendientes. Tampoco en eso se pusieron de acuerdo los historiadores y señalaron cifras dispares, pero las estimaciones modernas son de 40.000 persas y 5.000 macedonios.
Tras la batalla Alejandro marchó a Babilonia y de allí siguió en persecución de Darío escondido en una satrapía del sur del mar Caspio desde la que tenía previsto pasar a Bactra. Sin embargo al tener conocimiento de la proximidad del ejército macedonio, el sátrapa Besos lo apuñaló y escapó. Se dice que cuando Alejandro vio el cadáver de Dario exclamó: "No era esto lo que yo pretendía". Al parecer su duelo por Dario fue sincero puesto que ordenó el embalsamamiento y traslado del cuerpo hasta Ecbatana, donde vivía su madre, para que pudiera llevar a cabo los funerales pertinentes. Cuando posteriormente capturó a Besos, Alejandro le condenó y ejecutó según las leyes persas.
RAFAEL FABREGAT
Darío abandona la batalla. |
La familia de Dario agradece el gesto de Alejandro. |
RAFAEL FABREGAT