El pasado fin de semana, tras la llegada a casa y limpieza del material encontrado, la obligada ducha y el reparto de algunos platos de rovellones a amigos y familiares, nos encontramos con que no teníamos sitio donde ponerlos. Recordé a mi mujer lo dicho, medio en broma y medio en serio, de comprarnos un congelador de arcón pues en las tres neveras que tenemos en casa no podíamos poner una seta más. Dicho y hecho, el lunes a media mañana nos fuimos a Castellón a comprarlo y el jueves a primera hora nos lo entregaban. Nos vino de maravilla pues el más grande de los frigoríficos, un "combi" viejo de grandes dimensiones que tenemos en el almacén, lo teníamos en marcha exclusivamente por el servicio de congelador. Pasado el material de los diferentes congeladores al arcón, éste quedó a tan solo 30 cm. del borde. Habíamos adelantado mucho, pero no tanto como yo pensaba. De todas formas, al menos en la zona del Maestrazgo, damos la campaña por finiquitada. Está seco, pero si llueve llegarán los fríos y tampoco saldrán nuevas setas.
Como despedida, ayer volvimos al Maestrazgo. Nos quedaba una zona de grandes posibilidades por buscar y todavía no habíamos recogido las patatas que teníamos encargadas al productor. Mi mujer estaba convencida de que íbamos a ese lugar idílico donde no suele ir nadie pero yo, hechizado por el resultado de semanas anteriores, no puede evitar el dirigirme al mismo sitio que habíamos ido hasta entonces. Es algo que me ha pasado siempre. Cuando en una campaña, uno de los sitios habituales de búsqueda nos funciona bien me cuesta mucho cambiar de lugar. Pues bien. Si la pasada semana tuvimos compañía, esta más todavía. Cosa que no nos había sucedido desde hace más de diez años, cuando llegamos al pinar había un todo-terreno parado en el sitio exacto que suelo dejar el mío.
- Mal empezamos -dije para mis adentros. Sin embargo la parte llana, junto a los coches, observé que no había sido buscada. Menos mal...
Iniciamos la búsqueda mi mujer y yo cada cual por su lado, como suele ser habitual, para confluir en un punto central muy bueno para la salida de "llanegas". De todas maneras, habiendo otras gentes buscando por delante de nosotros, convinimos ir cada cual por su cuenta y actuar tal como nuestra "veteranía" nos diera a entender. Yo hice el recorrido habitual, con regular suerte. Nadie me los había pillado pero observé que apenas habían salido setas nuevas y que las encontradas eran las dejadas la semana anterior. Al llegar al punto de encuentro con mi mujer, ésta no estaba por las inmediaciones y, siguiendo el plan convenido, fui a dejar al coche la media cesta de setas que llevaba y cambié de lugar. La cosa estaba grave. El coche aparcado junto al nuestro resultó ser de varios jóvenes del sur de Cataluña, muy conocedores de las diferentes variedades de setas comestibles y nos llevaban más de una hora de ventaja. Cuando contacté con ellos, más de una hora después, ellos ya bajaban hacia el coche para marchar.
Ellos con las cestas a tope y yo con apenas una docena de ejemplares. A mí siempre me gusta charlar y hasta incluso bromear con las gentes que encuentro por la montaña.
- ¡Cojones... por eso no encontraba ninguno, los lleváis todos vosotros...! Otro día tendré que madrugar más...
- Eso, eso amigo. ¡Al que madruga Dios le ayuda...! -me dijeron con una sonrisa de oreja a oreja. Marcharon hacía los coches y yo seguí hacia arriba, aunque bastante descorazonado. De inmediato reaccioné...
- No hay nadie que los vea todos -me dije a mí mismo. Y seguí buscando, esta vez poniendo más atención en los matorrales y sitios menos visibles a primera vista. Pronto obtuve los primeros frutos. Estos jóvenes (yo suelo hacer lo mismo) recorren mucho trayecto en poco tiempo y solo van cogiendo todas las setas más visibles.
Un sistema no demasiado recomendable puesto que necesitas mucho terreno para buscar y también te cansas mucho más. Al final, los que buscan más despacio y con meticulosidad, recogen la misma cantidad en la mitad de superficie y por lo tanto sin cansarse. En fin, cada "maestrillo" tiene su librillo... Yo al ver que se trataba de gente entendida en la materia comprendí que lo de buscar a tontas y a locas, como tengo por costumbre, no valía para ese día y cambié de táctica. Lentamente y buscando las zonas más espesas y tupidas de musgo y pinocha empecé a encontrar buenos ejemplares y en familias, que es lo que cunde a la hora de llenar la cesta. En menos de una hora rovellones y llanegas la llenaban hasta el borde y me fuí hacia el coche pues nada sabía de mi mujer. Cuando llegué, ella me esperaba con la cesta llena. Los jóvenes catalanes se habían marchado, pero otro vehículo había ocupado su lugar.
- ¡Coño! -le dije a mi mujer.
- Esto parece el mercado de Abastos. ¡Éramos pocos y parió la abuela!.
Pensaba yo que aquel trocito de paraíso no lo sabía nadie y ¡plas! dos coches en una misma mañana.
- Pues este último no volverá nunca -dijo riendo mi mujer- Entre unos y otros hemos dejado el monte más limpio que un cáliz y pensará que aquí no salen setas...
Me reí por la ocurrencia y subiendo al coche, marchamos al lugar que teníamos pendiente de buscar. Era tarde. Entre unas cosas y otras se habían hecho las doce...
El lugar es complicado por la mucha pendiente. Mi mujer suele quedarse, buscando a uno y otro lado del camino, mientras yo voy a buscar el punto bueno pero difícil. Aquel al que no suele llegar casi nadie. Efectivamente mi mujer apenas encontró media docena porque, aparte de no ser una zona muy buena, suele estar buscada.
Justamente por ello los que llegan, constatan la escasez de setas y marchan sin encarar la pendiente. Quienes lo intentan, tampoco encuentran premio al llegar al primer rellano de la montaña y abandonan definitivamente. El premio está en los rellanos superiores, pero eran las 12,30h. y a la 1´30h. el señor que nos vende las patatas ya ha comido y marcha a jugar la partida de cartas al bar. Había que recogerlas sin falta ese día pues seguramente era el último que subíamos a buscar setas. Busqué media hora, nervioso y con prisas, sin la tranquilidad que requiere una zona de esa dificultad y distintas variedades, como el finísimo "fredolic", de sabor incomparable. Sin llegar a la mejor parte de la zona y con solo dos tercios de cesta, regresé al coche.
Sabía que allí quedaba una parte de mi particular "paraíso" pero no había tiempo para más.
Como despedida, ayer volvimos al Maestrazgo. Nos quedaba una zona de grandes posibilidades por buscar y todavía no habíamos recogido las patatas que teníamos encargadas al productor. Mi mujer estaba convencida de que íbamos a ese lugar idílico donde no suele ir nadie pero yo, hechizado por el resultado de semanas anteriores, no puede evitar el dirigirme al mismo sitio que habíamos ido hasta entonces. Es algo que me ha pasado siempre. Cuando en una campaña, uno de los sitios habituales de búsqueda nos funciona bien me cuesta mucho cambiar de lugar. Pues bien. Si la pasada semana tuvimos compañía, esta más todavía. Cosa que no nos había sucedido desde hace más de diez años, cuando llegamos al pinar había un todo-terreno parado en el sitio exacto que suelo dejar el mío.
- Mal empezamos -dije para mis adentros. Sin embargo la parte llana, junto a los coches, observé que no había sido buscada. Menos mal...
Iniciamos la búsqueda mi mujer y yo cada cual por su lado, como suele ser habitual, para confluir en un punto central muy bueno para la salida de "llanegas". De todas maneras, habiendo otras gentes buscando por delante de nosotros, convinimos ir cada cual por su cuenta y actuar tal como nuestra "veteranía" nos diera a entender. Yo hice el recorrido habitual, con regular suerte. Nadie me los había pillado pero observé que apenas habían salido setas nuevas y que las encontradas eran las dejadas la semana anterior. Al llegar al punto de encuentro con mi mujer, ésta no estaba por las inmediaciones y, siguiendo el plan convenido, fui a dejar al coche la media cesta de setas que llevaba y cambié de lugar. La cosa estaba grave. El coche aparcado junto al nuestro resultó ser de varios jóvenes del sur de Cataluña, muy conocedores de las diferentes variedades de setas comestibles y nos llevaban más de una hora de ventaja. Cuando contacté con ellos, más de una hora después, ellos ya bajaban hacia el coche para marchar.
Ellos con las cestas a tope y yo con apenas una docena de ejemplares. A mí siempre me gusta charlar y hasta incluso bromear con las gentes que encuentro por la montaña.
- ¡Cojones... por eso no encontraba ninguno, los lleváis todos vosotros...! Otro día tendré que madrugar más...
- Eso, eso amigo. ¡Al que madruga Dios le ayuda...! -me dijeron con una sonrisa de oreja a oreja. Marcharon hacía los coches y yo seguí hacia arriba, aunque bastante descorazonado. De inmediato reaccioné...
- No hay nadie que los vea todos -me dije a mí mismo. Y seguí buscando, esta vez poniendo más atención en los matorrales y sitios menos visibles a primera vista. Pronto obtuve los primeros frutos. Estos jóvenes (yo suelo hacer lo mismo) recorren mucho trayecto en poco tiempo y solo van cogiendo todas las setas más visibles.
Un sistema no demasiado recomendable puesto que necesitas mucho terreno para buscar y también te cansas mucho más. Al final, los que buscan más despacio y con meticulosidad, recogen la misma cantidad en la mitad de superficie y por lo tanto sin cansarse. En fin, cada "maestrillo" tiene su librillo... Yo al ver que se trataba de gente entendida en la materia comprendí que lo de buscar a tontas y a locas, como tengo por costumbre, no valía para ese día y cambié de táctica. Lentamente y buscando las zonas más espesas y tupidas de musgo y pinocha empecé a encontrar buenos ejemplares y en familias, que es lo que cunde a la hora de llenar la cesta. En menos de una hora rovellones y llanegas la llenaban hasta el borde y me fuí hacia el coche pues nada sabía de mi mujer. Cuando llegué, ella me esperaba con la cesta llena. Los jóvenes catalanes se habían marchado, pero otro vehículo había ocupado su lugar.
- ¡Coño! -le dije a mi mujer.
- Esto parece el mercado de Abastos. ¡Éramos pocos y parió la abuela!.
Pensaba yo que aquel trocito de paraíso no lo sabía nadie y ¡plas! dos coches en una misma mañana.
- Pues este último no volverá nunca -dijo riendo mi mujer- Entre unos y otros hemos dejado el monte más limpio que un cáliz y pensará que aquí no salen setas...
Me reí por la ocurrencia y subiendo al coche, marchamos al lugar que teníamos pendiente de buscar. Era tarde. Entre unas cosas y otras se habían hecho las doce...
El lugar es complicado por la mucha pendiente. Mi mujer suele quedarse, buscando a uno y otro lado del camino, mientras yo voy a buscar el punto bueno pero difícil. Aquel al que no suele llegar casi nadie. Efectivamente mi mujer apenas encontró media docena porque, aparte de no ser una zona muy buena, suele estar buscada.
Justamente por ello los que llegan, constatan la escasez de setas y marchan sin encarar la pendiente. Quienes lo intentan, tampoco encuentran premio al llegar al primer rellano de la montaña y abandonan definitivamente. El premio está en los rellanos superiores, pero eran las 12,30h. y a la 1´30h. el señor que nos vende las patatas ya ha comido y marcha a jugar la partida de cartas al bar. Había que recogerlas sin falta ese día pues seguramente era el último que subíamos a buscar setas. Busqué media hora, nervioso y con prisas, sin la tranquilidad que requiere una zona de esa dificultad y distintas variedades, como el finísimo "fredolic", de sabor incomparable. Sin llegar a la mejor parte de la zona y con solo dos tercios de cesta, regresé al coche.
Sabía que allí quedaba una parte de mi particular "paraíso" pero no había tiempo para más.
Marchamos con la conciencia de que dejábamos allí más de una cesta de rovellones, pero había que hacerlo. Cuando llegamos al pueblo, efectivamente el señor ya había comido y nos proporcionó los tres sacos de patatas que le habíamos encargado. Le pagamos y nos fuimos a comer. Ese día había, entre otras cosas, ciervo con rovellones. ¡Puaggg!. En un tiempo no quiero ni verlos. Yo pedí espárragos con jamón de Teruel y chuletas de cordero con patatas nuevas, rosado de Cariñena, postres caseros, café y copa. Ya de vuelta, no oía el ruido del motor. Yo diría que el coche bajaba solo... Je, je.
RAFAEL FABREGAT
RAFAEL FABREGAT
No hay comentarios:
Publicar un comentario