28 de febrero de 2013

0937- PINCELADAS DE KATHMANDÚ.

Miles de años atrás el Valle de Kathmandú era un importante lago (Nagdaha), drenado seguramente por algún movimiento sísmico. 
Hasta ocho ríos bajan de las montañas que rodean el valle, convergiendo todos ellos en la ciudad de Kathmantú. La leyenda dice que fue Manjushree, el sabio que con un golpe de espada abrió la garganta de Chobar, a unos 8 Km. de Kathmandú, y fue por allí por donde marcharon las aguas del inmenso lago y las del río Bagmati en busca del sagrado río Ganges. Según esta leyenda es justamente el templo de Jal Binayak el que, situado en lo alto del angosto cañón, conmemora esta gesta prodigiosa. Es en estas tierras, rodeadas por las montañas de Mahapharat, donde nacieron y murieron grandes reinos dando forma al arte nepalí, como lo demuestran los bellos templos y palacios, algunos ruinosos, que se mantienen altivos ante la mirada atónita de los curiosos de la historia oriental. 

Los numerosos terremotos sufridos en la zona y la alta polución han hecho estragos en los bellos edificios del valle, aunque muchos de ellos se han restaurado y muestran todo su esplendor al visitante. El valle, sembrado de pagodas y stupas, está dotado de un encanto especial que atrae a turistas de todo el planeta con una fuerza invisible. A 1500 metros de altitud y encajonado entre las montañas de la India y el Tíbet, el valle de Katmandú es de gran belleza no solo por sus templos, sino también por el inmenso vergel que allí representa la agricultura. Resulta chocante que junto a los grandiosos templos, repletos de historia y belleza, se pueda ver a los habitantes de la zona trabajando las fértiles tierras con un simple arado de madera tirado por búfalos. No significa esto que las gentes de la zona sean ajenas a los monumentos que allí se encuentran y al significado de su construcción, todo lo contrario. 

Fieles creyentes, adoran a los dioses que estos templos encierran y agradecen generosamente su salud y las cosechas recogidas de sus campos cercanos. 
Durante los primeros siglos de nuestra era, el budismo primero y el hinduismo después arraigaron profundamente en estas tierras de Nepal. Sin embargo es a partir del siglo XI y bajo la dinastía de Los Malla, cuando en el valle de Katmandú se reafirma su original arquitectura. 
Nacen las plazas urbanas de Bhatgaon, Patan y Katmandú, al tiempo que emergen prolíficas las estupas budistas de Swayambu y Bodnath o los templos hindúes de Pashupati y Changu Narayan. En el siglo XIV y en un país dividido, Bhatgaon y Patan son enemigos acérrimos al tiempo que todo el Nepal sufre varias invasiones extranjeras, la más importante (1349) la de los musulmanes procedentes de Bengala. La dinastía Malla se unifica ante el enemigo común y defiende con uñas y dientes el territorio. 

A finales del siglo XIV, el país consigue liberarse de todos sus enemigos y unidos los tres reinos alcanzan su momento de mayor esplendor. Las tres ciudades aludidas son fiel testimonio del brillante periodo que se vivió en esas tierras durante los siglos de unidad. Luchas dinásticas internas hacen que la paz no sea definitiva y a principios del siglo XVI las ciudades de Bhatgaon, Patan y Katmandú vuelven a ser capitales de tres reinos diferentes que se castigan continuamente en luchas estériles. A finales del siglo XVIII los rajputas, llegados de Ghurka, aprovechan esa debilidad dinástica de los Malla para conquistar el país que, a partir de ese momento, se llamará Nepal. La torre de nueve pisos de Basantapur fue construida en esa época. Los Ghurka se mantendrán en el poder hasta la independencia del país que sobrevendrá en 1947 tras la II Guerra Mundial.

Antes de eso y concretamente en 1814-1816 Nepal entraría en guerra con los Británicos por los abusos de la Compañía de las Indias Orientales, que finalizaría por medio del Tratado de Sugauli y con la pérdida de un tercio del territorio nepalí. 
Desde 1806 a 1837 el primer ministro nepalí Bhimsen Thapa usó y abusó de su cargo matando a todo aquel que se interpuso en su camino, incluidos los miembros de la corte y sus familias. 
Finalmente, odiado y acorralado se suicidó cortándose el cuello con un khukuri. 
Sus enemigos se negaron a darle la sepultura habitual; su cadáver fue descuartizado y expuesto en varios sitios de la ciudad para, finalmente, lanzar los restos para alimento de buitres y chacales. 
Toda su familia, hasta entonces beneficiada por el dictador, fue encarcelada y confiscados todos sus bienes. A continuación fue decretado que ningún portador del apellido Thapa podría acceder a empleos públicos durante siete generaciones.

RAFAEL FABREGAT

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