Es de todos conocido el uso del "burka" musulmán, los obligados pañuelos en la cabeza y las vestiduras a ras de suelo para que solo el marido vea el pelo y el color de la piel de su esposa. Mientras las mujeres del "primer mundo" salen a la calle gritando consignas que apenas tienen ninguna razón de ser, en otras partes del planeta todo sigue como estaba hace cientos, miles de años atrás. Se necesitan agallas para que las mujeres de aquí, nuestras mujeres que mandan en todas las casas tanto o más que el marido, salgan a la calle pidiendo derechos superiores a los que ya tienen (que los tienen todos) mientras en el resto del mundo la mayor parte de "sus camaradas" están sin voz ni voto en la casa, en la calle y menos aún en los servicios del estado que las cobija. Es lo que pasa siempre. Se tenga lo que se tenga, nadie está contento con lo que tiene. El problema es que, cuando se tiene todo, nada se aprecia y pierde por tanto el valor que se le supone cuando se carece de ello.
Mientras aquí hay asociaciones que despotrican pidiendo igualdad de salario y oportunidades con respecto al hombre, millones de niñas y mujeres están en el resto del mundo sin derechos tan fundamentales como la educación y la salud. Es más. No están protegidas judicialmente ni representadas a ningún nivel gubernamental y se les niegan las oportunidades laborales. Ellas no es que quieran cobrar el mismo sueldo que los hombres, sino tan solo disfrutar de la libertad que ellos tienen. Y es que en el ámbito laboral, según estudios realizados al respecto, el sexo femenino es bastante menos rentable que el femenino por una simple cuestión física. Ya no se refiere a "esos días" en que una mujer puede estar en baja forma, sino en todos los días que se pierden a lo largo de su vida laboral por los embarazos, molestias pre o post parto, lactancia y crianza en los primeros meses de los hijos, etc., etc.
A pesar de ese hándicab y digan lo que digan los colectivos feministas, la presencia laboral de la mujer europea es elevada. Y eso que el hombre no pierde una sola jornada mientras que la mujer suele perder bastantes. Ya no digamos cuando, alegando molestias reales o ficticias, hay mujeres que desde el mismo día en que se enteran que están embarazadas dejan de acudir al trabajo. Yo conozco alguna que -sin problema alguno de salud- con dos semanas de embarazo dejó de trabajar... ¡y hasta hoy!. Según mis noticias pare dentro de 15 días y seguirá sin acudir al trabajo Dios sabe hasta cuando, siempre dentro de la legalidad más absoluta. Vale, eso no es lo normal, pero cuando a un empresario le sale una de esas que le echa morro al cobro sin trabajar, ya no contrata a ninguna más. Golfos de esos también los hay en el sexo masculino, eso está claro. Eso no niega en absoluto que, a día de hoy, en una gran parte del mundo la mujer siga estando esclavizada por el hombre.
Mucho se habla de los derechos humanos pero muy poco lo que se hace, en esos países, respecto a los derechos de la mujer que parece acostumbrada o resignada a ello. Con voto, pero sin voz ni derecho a elegir. En la mayor parte de los países musulmanes, normalmente ubicados en África y Asia, la mujer va tres pasos detrás del marido y no sale a la calle sin compañía. Ni siquiera a las mezquitas puede ir con su marido, sino que las mujeres deben rezar en lugares separados. No pueden beber, ni fumar, ni tomar algo en un bar, ni siquiera ir solas al mercado. El hombre y la mujer viven juntos si, pero separados. En multitud de países las niñas siguen sufriendo la ablación del clítoris para que no experimenten placer alguno con el sexo, garantizándose el hombre la fidelidad de la misma mientras él disfruta con varias mujeres y (además) tiene cuantas otras le apetecen. También en ese aspecto se sobrepasa con mucho la justicia y la igualdad que debería imperar.
Bien es verdad que las mujeres del mundo tienen motivo de queja, pero no en nuestras latitudes. Mientras aquí se piden derechos inalcanzables y prácticamente injustificados, en el resto del mundo dos millones de niñas son dedicadas a la prostitución anualmente por sus propios padres o proxenetas que las han adquirido a cambio de unas monedas. Algunas de ellas, al llegar a una edad adulta, son abandonadas o vendidas a bajo precio para seguir ejerciendo una prostitución de bajo nivel.
Aunque se vislumbran algunos avances, en buena parte del mundo la mujer sigue siendo maltratada de todas las formas posibles. Al menos una de cada tres mujeres ha sido apaleada, ha tenido relaciones sexuales bajo coacción, o ha sido maltratada por alguna persona de su entorno cercano. Muchas de ellas tampoco tienen acceso a una educación que permita una sexualidad controlada y un trabajo acorde a su valía.
El resultado de todo ello es un gran número de embarazos no deseados en la juventud o de mujeres que resultan portadoras del VIH sin tener relación sexual fuera del matrimonio. En pleno siglo XXI, algunos países de Sudamérica y especialmente en Argentina, un tercio de las muertes de mujeres por cuestiones de maternidad lo son por culpa de abortos realizados en malas condiciones de seguridad, algunos de forma horrorosamente tercermundista, impensable en estos tiempos.
Aparte de esas interrupciones del embarazo totalmente aberrantes, el 30% de las mujeres (38 millones) que viven en países en desarrollo, llegan al parto sin ninguna atención prenatal. Cada año mueren 500.000 de esas mujeres por complicaciones, perfectamente subsanables con una atención adecuada. No estamos hablando en este momento de países subdesarrollados, sino también en aquellos países latinoamericanos con grandes desigualdades sociales. Mientras estas injustas condiciones se sufren en la mayor parte del mundo, las feministas europeas y norteamericanas todavía protestan, no digo que sin razón, pero me pregunto yo, ¿por qué piden más, justamente las que menos necesitan hacerlo?.
RAFAEL FABREGAT
No hay comentarios:
Publicar un comentario