Letra (griega) Psi, asociada a la psicología. |
Desde luego, el hombre es uno de los seres que más débil llega al mundo. La mayor parte de los animales caminan a los pocos minutos de nacer o, al menos, son capaces de llegar por sí solos a las tetas de su madre o de recoger y tragar la comida que sus progenitores les traigan. ¡Para qué, tanto orgullo...!.
De todas formas, pocos acaban su vida con tanta prepotencia pues, a medida que uno se hace mayor, va dándose cuenta de que aquella dependencia inicial regresa al ocaso de la vida para ya no abandonarte jamás. Es entonces cuando el ser humano se da cuenta de que, a pesar de todos los éxitos personales que haya podido cosechar a lo largo de su vida, para las cosas más elementales no tiene el dominio que realmente debería para poder considerarse realmente fuerte. Lo es, mucho más que cualquier animal del planeta, pero no siempre lo suficiente como para dejar de creer en los dioses y en el más allá.
Hemos de aprender incluso a comer, han de enseñarnos a caminar, a comunicarnos con los demás... No es que pase nada, por tener esas limitaciones que precisan de la ayuda de nuestros progenitores. No se trata de eso, sino de valorarlo y de recordar en algunas ocasiones, cuando la prepotencia nos haga saltar sobre los demás, que ninguno de nosotros es lo suficientemente fuerte como para no necesitar esa mano amiga que nos ayude a levantarnos si caemos. Quizás por soberbia, el ser humano tiende a querer ocultar sus debilidades. No queremos que nadie se dé cuenta de que también nosotros somos frágiles. Uno es consciente de su propia debilidad pero quiere impedir a toda costa que los demás se den cuenta de ello. Pensamos que es algo personal, que todos los demás están mejor y no queremos estar por debajo de las expectativas que los demás tienen de nosotros. Sin embargo todos estamos inmersos en las limitaciones del ser humano y con esta actitud hacemos de nuestra vida una mentira.
Al reconocer sus limitaciones el ser humano se siente inferior a los demás, porque ignora que los demás también están como él. Ante este dilema puede incluso sentirse avergonzado de esa debilidad y eso le lleva a querer ocultarlo. Siendo hombre o mujer heterosexual no puede hablar públicamente de la belleza de alguien de su mismo sexo, para que nadie piense que pueda ser gay. Toda su vida es una especie de comedia pues en la mayor parte de los casos no puede expresar sus sentimientos con libertad, siempre pensando en el qué dirán. Así de atado está el ser humano ante la sociedad que le rodea. Afortunadamente no todos en la misma intensidad, porque no hay dos personas iguales, pero ahí andamos todos siempre más pendientes de lo que piensen los demás que en lo que pensamos nosotros mismos. Lástima de vida. ¿No seríamos más felices siendo como somos y haciendo siempre lo que realmente nos apeteciera, siempre que no perjudiquemos a nadie?.
En algunos casos, bien por capacidad de reacción o por resignación ante lo inevitable, una persona puede llegar a reconocer sus limitaciones e incluso a aceptarlas, pero al hacerlo muy pocas veces es consciente de que aceptar el problema no es creer en el mismo. Es difícil que una persona, siendo joven o teniendo una excelente salud, sea capaz de reconocer las debilidades de su cuerpo, que son las suyas propias. Afortunadamente el ser humano nace lo suficientemente inteligente como para no sufrir (antes de tiempo) unas debilidades que no ha experimentado todavía. No es tonto, las conoce y las acepta como inevitables pero, ¿para qué sufrir antes de tiempo?. Cuando lleguen ya veremos qué se hace. Querer torear el toro antes de llegar a la plaza no sería una actitud inteligente, sino más bien una locura innecesaria. Los problemas hay que afrontarlos cuando llegan, no antes.
Todos sabemos que algún día hemos de morir y muy probablemente con dolor o, al menos, con una agonía más o menos larga pero, ¿hemos de obsesionarnos con ese destino inevitable, impidiendo una posible felicidad presente?. Naturalmente que no. Desenredemos el ovillo de la infelicidad y aprovechemos la oportunidad de estar en este mundo y teniendo a nuestro alrededor gente que nos quiere. Lo inteligente es vivir el día a día, disfrutando de lo que tenemos y en la seguridad de que, a pesar de las estrecheces que podamos tener en un momento dado, con salud la felicidad siempre es posible. La simple vista de unas flores silvestres, unos pájaros que trinan o unos niños que juegan en el parque, ya es motivo de felicidad. Ya no digamos si esas flores están en nuestro jardín, o esos niños que juegan son el fruto del ligue que unos años atrás llevamos a cabo con un bombón que se paseaba por la calle, la playa, o la discoteca y del que nos quedamos prendados convirtiéndolo en nuestra compañía inseparable. Siempre, siempre hay un motivo para ser feliz. Tanto es así que gente discapacitada, afectada por minusvalías insalvables, también lo son.
Aprovechemos la vida que se nos ha dado y... ¡Vivamos!, que ser feliz es gratis y lamentablemente en periodos muy cortos de tiempo.
RAFAEL FABREGAT
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