No es tampoco desdeñable el cinturón de asteroides que, en su parte más exterior, gira también abrazándolo todo.
Más importante aún es el hecho de que uno de esos planetas solares, el llamado Tierra, albergue vida de las formas más variopintas, animal o vegetal y tanto terrestre como marítima.
También los cielos, el aire, es surcado diariamente por millones de pájaros de todas las especies imaginables.
A nosotros los humanos estos hechos nos parecen "normales" pero, por lo visto, no lo son tanto puesto que muchos son los modernos aparatos que escudriñan el Universo y todavía no se ha detectado vida en ningún otro punto del espacio.
Naturalmente todo lo expuesto anteriormente poco o nada tiene que ver con el centro del Universo, máxime cuando sabemos feacientemente que este Sol, al que le debemos la vida, es simplemente una de las 200/400.000 millones de estrellas que se estima contiene nuestra galaxia (la Vía Lactea) y que ni siquiera estamos en el centro de la misma ya que nuestro Sistema Solar se encuentra a 30.000 años/luz de ese centro que, por lo visto, es muy probable que sea un "agujero negro". Lo que vemos en la fotografía adjunta es simplemente un cúmulo del cual, uno de esos puntitos, podríamos ser nosotros. Total, que de centro... ¡nada de nada! y nuestro inmenso sol... una mierdecilla, ¡poco más que la cabeza de una cerilla barata!. De todas formas, por si alguien se ha quedado con alguna duda, cabe decir que nuestra inmensa galaxia (100.000 años/luz de diámetro) es tan solo una de las cien mil millones (100.000.000.000) de galaxias que hay en el cielo observable, pero claro, cabe imaginar que más allá del cielo que los simples terrícolas podemos observar, seguirá habiendo más y más.
LBN 468 y PV Cephei |
Para el cerebro humano, no cabe la palabra ilimitado. En nuestro mundo todo tiene un final, de la misma manera que todo tuvo un principio. Sin embargo nadie sabe si el Universo, del que formamos parte, acaba en alguna parte.
Todo son conjeturas sobre su principio, el famoso Big Bang, y más aún para determinar si el Universo tiene final. Porque, si lo tiene, ¿Que hay más allá del final?. Sin embargo esta entrada, que habrá mareado a más de cuatro lectores, no estaba preparada para hablar del Universo celestial, sino del que hay encerrado en nosotros mismos. Para nuestro cerebro, el centro del universo somos cada uno de nosotros y son los demás los que giran a nuestro alrededor alegrándonos o destrozándonos la vida, nuestra vida, para nosotros la única. Ninguna vida tiene sentido si no somos capaces de verla, de analizarla, de odiarla o de amarla. No existe. Los demás no son nadie, si no forman parte de nuestro entorno próximo o lejano. Dicen y es verdad, que los viajes siempre enriquecen. La explicación es sencilla. Cuando se viaja, siempre se contacta con personas a las que no se conocía con anterioridad. Esas personas dejan de ser anónimas para convertirse en seres que entran a formar parte de nuestro universo. Compañeros de viaje con los que se comparten alegrías, conocimientos y hasta alguna intimidad que los integra a nuestro mundo, de la misma forma que nosotros nos integramos en el suyo.
Universalmente una vida no es prácticamente nada. Cuando un agricultor saca el tanque de pulverizar y lo llena de agua y productos químicos para atacar determinada plaga, no es consciente de que va a acabar con miles, millones de vidas que, para cada uno de los insectos a los que matará, son más importantes que la suya. El agricultor, en este caso, no es otra cosa que el Hitler de los pulgones, de las cochinillas, de las orugas, de la mosca de la fruta, etc. Un asesino en masa que no valora el holocausto que será capaz de provocar, para conseguir su beneficio. ¿Hay acaso, para esos minúsculos bichitos, algo más importante en el mundo que su propia vida?. Ellos también nacen sin pedirlo y buscan los tiernos brotes en los que alimentarse para llegar a la plenitud de sus vidas, en las que se relacionan con las hembras de su especie, se aparean y posteriormente (aunque el hombre no los mate) acaban muriendo. Una vida como otra cualquiera. La única diferencia es el poderío del ser humano, su capacidad de crear, de transformar y también de matar.
Cada uno de nosotros tenemos nuestro propio universo interior. Ni aún cuando miramos a otra persona a la que creemos superior a nosotros, somos capaces de verle como algo fuera de nuestro mundo. Todo gira alrededor de nosotros mismos, los que son más y los que son menos que nosotros. El centro del universo es el yo de cada cual. Los demás son simples satélites, seres irrelevantes que pueden aportarnos calor o felicidad y también penas y sufrimiento, pero siempre desde un prisma de lejanía. Ni siquiera los hijos y los nietos, elementos más próximos a nosotros mismos, forman parte de nuestro universo personal. Aunque sean lo que más podamos querer, también son satélites nuestros, como nosotros lo somos de ellos. Si esto sucede en el cerebro del más capacitado de los animales que pueblan nuestro planeta, ¿que no sucederá en el de los animales irracionales?. Aunque claro, ¿quien sabe si los indefensos animales no serán más inteligentes que nosotros...? ¿Acaso sirve de algo construir rascacielos de 823 m. (Burj Khalifa) de altura o coches que superen los 400 Km./hora?. ¿Acaso sirve para algo ir a Marte si no sabemos vivir en paz y armonía en la Tierra...?
Universalmente una vida no es prácticamente nada. Cuando un agricultor saca el tanque de pulverizar y lo llena de agua y productos químicos para atacar determinada plaga, no es consciente de que va a acabar con miles, millones de vidas que, para cada uno de los insectos a los que matará, son más importantes que la suya. El agricultor, en este caso, no es otra cosa que el Hitler de los pulgones, de las cochinillas, de las orugas, de la mosca de la fruta, etc. Un asesino en masa que no valora el holocausto que será capaz de provocar, para conseguir su beneficio. ¿Hay acaso, para esos minúsculos bichitos, algo más importante en el mundo que su propia vida?. Ellos también nacen sin pedirlo y buscan los tiernos brotes en los que alimentarse para llegar a la plenitud de sus vidas, en las que se relacionan con las hembras de su especie, se aparean y posteriormente (aunque el hombre no los mate) acaban muriendo. Una vida como otra cualquiera. La única diferencia es el poderío del ser humano, su capacidad de crear, de transformar y también de matar.
Cada uno de nosotros tenemos nuestro propio universo interior. Ni aún cuando miramos a otra persona a la que creemos superior a nosotros, somos capaces de verle como algo fuera de nuestro mundo. Todo gira alrededor de nosotros mismos, los que son más y los que son menos que nosotros. El centro del universo es el yo de cada cual. Los demás son simples satélites, seres irrelevantes que pueden aportarnos calor o felicidad y también penas y sufrimiento, pero siempre desde un prisma de lejanía. Ni siquiera los hijos y los nietos, elementos más próximos a nosotros mismos, forman parte de nuestro universo personal. Aunque sean lo que más podamos querer, también son satélites nuestros, como nosotros lo somos de ellos. Si esto sucede en el cerebro del más capacitado de los animales que pueblan nuestro planeta, ¿que no sucederá en el de los animales irracionales?. Aunque claro, ¿quien sabe si los indefensos animales no serán más inteligentes que nosotros...? ¿Acaso sirve de algo construir rascacielos de 823 m. (Burj Khalifa) de altura o coches que superen los 400 Km./hora?. ¿Acaso sirve para algo ir a Marte si no sabemos vivir en paz y armonía en la Tierra...?
RAFAEL FABREGAT
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