30 de agosto de 2011

0474- ESPECTACULOS EN EL CABANES DE LOS AÑOS 50.

Tras el final del conflicto bélico internacional de la II Guerra Mundial, en el mundo eran tiempos de cambio y esperanza. 
Sin embargo, en España y muy especialmente en el mundo rural las cosas seguían estancadas, ancladas en la pobreza y la rutina. 
Una monotonía solo aliviada por la llegada de algún comediante que, con un trapecio de escasas dimensiones anclado al suelo mediante estacas y una simple cuerda de esparto para sujetarlo, deleitaba a chicos y mayores en alguna noche veraniega. 
No faltaba un tambor, una vieja trompeta y el perro saltarín. En el caso de Cabanes, el evento era en la "Placeta de la Farola", entonces Plaza de José Antonio Primo de Rivera, que también era lugar para las diferentes atracciones de Feria y los eventos taurinos en las Fiestas Patronales.
Me aparto de la cuestión pero es que, en aquellos tiempos y con el fin de no entorpecer el paso a los diferentes autobuses que recogían a los muchos viajeros sin otro medio para viajar a la capital provincial, las autoridades locales organizaban estos eventos festivos en la citada plaza, entonces con piso de tierra. 
Pero, en fin, sigamos...
Hay que decir que no todos los funambuleros contaban con tan sofisticados elementos circenses y algunos de ellos no traían otra cosa que un mono, una cabra y una pequeña escalera de mano, que mono y cabra subían y bajaban sin descanso. 

El mono bien ágil que estaba, pero niños y mayores mirábamos extasiados como la cabra subía pausadamente la empinada escalera a golpe de tambor con el que su domador y propietario marcaba sus pasos. 
Tras algunas vicisitudes, las cuatro patas se posaban sobre el último peldaño y aplausos del personal al que todo le parecía importante.
¡Qué tiempos aquellos, en los que cualquier cosa nos parecía altamente meritoria.
¿Acaso no tiene su mérito conseguir que una cabra camine a cierta altura sobre un diminuto alambre?. 
El problema actual es que estamos demasiado acostumbrados a verlo todo y nada nos parece importante ni suficiente.
Normalmente se trataba de gentes de raza gitana que, deambulando por todo el territorio nacional, aparecían por nuestro pueblo de improviso, con sus carretas tiradas por mulos y burros, acampando a las afueras de la localidad en una pequeña caseta que el Ayuntamiento había construido al efecto junto a una de las paredes del Calvario.

Mucho tiempo y escasa comida les proporcionaba tiempo suficiente para conseguir que una cabra caminase sobre un alambre... ¡Y más que hubiesen logrado si se lo hubieran propuesto!.
Una forma de mitigar el hambre sin tener que llevar a cabo fechoría alguna.

Al atardecer del día de su llegada a la población la "compañía", no más de dos o tres personas y los citados animales -una cabra y un mono- recorrían el pueblo a toque de tambor para anunciar el evento que se preparaba para la noche. 
Los niños, ya se sabe...
- Mare, done'm una peseta per anar al circ. -pedíamos.
- Dos bofetades et donaré. Ale a jugar!.
- Mare es que...Paquito també va a vorer-lo.
- Per vorer, ulls -pero la peseta no la soltaba.
Claro que el no va más se producía cuando llegaba el cine ambulante. 

Este evento, necesitado de luz eléctrica y de la correspondiente conexión que el Ayuntamiento proporcionaba, se realizaba en la "Plaça de la Font", oficialmente Plaza del Generalísimo Franco y hoy "dels Hostals". 
El lugar exacto era el llamado "Racó dels Frares", rincón que se formaba entre las casas números 2 y 3 de la citada plaza.
El número uno era la tienda "Tejidos Cuevas", mientras el número dos era el "Café dels Frares", prolongación de línea de fachada de la casa número uno, propiedad de los Hnos. Cuevas. La fachada de la casa número tres, garaje de Autos Mediterráneo en los bajos y prolongación del citado "bar dels Frares", en la parte alta, se hallaba retirada unos cinco metros en diferente línea de calle.
En esos cinco metros de fachada que miraban hacia el sur, era donde se colgaba la pantalla del cine ambulante.
En esa época se construyó la carretera que va al Arco Romano y se asfaltó la carretera de la Ribera, así como las calles de Cabanes que pertenecen a la misma y que eran la del "General Sanjurjo" (hoy la Cava), Ramón y Cajal, Avda. de José Andino (hoy Maestrat) y la de la propia Plaza del Generalísimo (hoy Hostals) hasta entonces todas ellas de tierra. 

Grandes montones de piedras y posteriormente "machaca", se esparcían a uno y otro lado de las calles pendientes del asfaltado. Toda la parte este de la plaza, a excepción del espacio para maniobrar y acceder los autobuses hasta el garaje, estaba ocupada por un largo cordón de piedras lo que indicaba que no toda la plaza se arreglaba, si no solo la parte afectada por ser carretera y por lo tanto a cargo de la Diputación Provincial. 
Más tarde se arreglaría también el resto.
Aquel espacio vacío que necesitaban los autobuses para acceder al garaje era lo que los espectadores ocupaban a la hora de ver el cine.
Por la tarde "Emilio el alguacil", con una de sus trompetillas, había hecho el bando correspondiente y apenas el "coche de línea" había sido guardado en el garaje, los feriantes colgaban la pantalla e instalaban la pequeña máquina de cine y los altavoces. 

A las diez, tras la cena, viejos y menos viejos acudían a la plaza con sus sillas, mientras los niños nos sentábamos delante en el suelo o detrás sobre los montones de piedras que nos servían a muchos de asiento.
El precio era la voluntad, que era mucha, pero el dinero escaso y muchas veces nulo. 
Las farolas de alumbrado público eran tan pobres (25 W cada 100 metros) que no molestaban.
Las películas se pasaban en dos rollos, momento de cambio que los feriantes aprovechaban "per passar el plateret". 
Normalmente un viejo sombrero en el que cada uno ponía según su voluntad y posibilidades.
El "tío cinero", a fin de que se escaparan el menor número de parroquianos sin pagar, tenía dos métodos bien diferentes pero que, combinados entre sí, daban sus buenos frutos. El primero era decir a todos que, aquellos que no tuvieran dinero podían igualmente ver la película. El segundo era afrentarlos después para que todos pagaran. 

Al acabarse el primer rollo de la película y a la voz de... "¡S'acabat la botifarreta!", los niños salíamos disparados hacia la oscuridad de aquellas calles sin apenas luz.
- No marchar, no marchar, que los niños son gratis -decían ellos para evitar la desbandada. 
Pero posteriormente pasaban la gorra por delante de todos (niños también) y a quien no daba algo le afrentaban diciéndoles que ellos también tenían que comer, lo cual era una verdad como un templo.
Sin embargo, si en el bolsillo del pantalón no había nada, nada podíamos dar. 
Alguna palabra malsonante, alguna maldición y finalizada la colecta la película empezaba de nuevo. Normalmente aquellas películas casi siempre solían ser de indios y vaqueros. Por cierto, ¿saben ustedes a qué jugábamos los niños al día siguiente?. Pues eso mismo.

RAFAEL FABREGAT

No hay comentarios:

Publicar un comentario