Beneficioso por tanto en todos los órdenes de la vida. ¿Por qué algunos le tienen pues tanta grima?. No soy un adicto al trabajo, pero estoy convencido de que éste solo trae beneficios al ser humano. Por el contrario, la holgazanería solo produce insatisfacción, estrés y problemas de toda índole. Fomenta los malos pensamientos, quita cualquier ilusión de progreso y apaga la luz del túnel de la vida. Tanto es así que, cuando el trabajador habitual llega a la jubilación, tiene que buscarse una distracción que lo supla. Unos pasean o hacen tertulia con otros jubilados como ellos. Otros se inventan alguna pequeña huerta, cuya producción les cuesta el doble de dinero que si compraran esos mismos productos en el supermercado. Pero no importa.
Al plantar un pequeño huerto familiar, no se persigue la rentabilidad del mismo y consiguiente ahorro. Lo que se persigue y sin duda se consigue, es la distracción que éste proporciona. La pequeña cosecha que pueda proporcionarnos es adicional. No importa el precio al que nos cuesten aquellas hortalizas que de allí podamos sacar. Algunos municipios, incluso han facilitado a los jubilados pequeñas parcelas para que planten su pequeño huerto y pasen la mañana. Los jóvenes, esto no lo entienden e inmediatamente juzgan:
¡Eso no interesa! -dicen ellos sin pensar en la satisfacción alcanzada por aquel que, de una brizna de aquello que parece hierba, ha visto brotar un pimiento, o unos rojos tomates. Tampoco algunos viejos, toda su vida ajenos a la agricultura, ven en eso una forma de distraerse, pero allá cada cual.
Nosotros, los viejos, ya no pensamos en el dinero. Especialmente si con el que disponemos hay suficiente para nuestros gastos. Ya no tenemos planes de futuro.
Tenemos casa, hijos mayores incluso casados y con hijos, que ya hacen su vida. Son ellos a quienes corresponde ahora pensar y luchar por el futuro. Ellos tiene una vida por delante. Nosotros la tenemos por detrás. Basta pues de quejas. ¿Alguien quiere cambiar los papeles?. En fin... El motivo de la entrada era felicitar a los trabajadores y muy especialmente a los jubilados o a los que en este momento estén de vacaciones. Descanso merecido que, ellos más que nadie, disfrutan plenamente. Como todo en la vida, siempre apreciamos muy especialmente aquello que no se tiene de forma habitual.
Son muchas las veces que he comentado con mi señora, las muestras de satisfacción y alegría que vemos en las caras de niños y mayores cuando llegan a nuestras costas cada verano. Me refiero naturalmente a las gentes de interior y muy especialmente a los madrileños que, aún viviendo en una comunidad en la que lo tienen todo, carecen justamente de ese mar que nosotros tenemos al alcance de nuestra mano cualquier día del año. La diferencia es clara. Ellos aprecian la inmensidad del mar y ese sol que parece no abrasar, hasta que has hecho tarde y estás cual rojo langostino. Los chiringuitos de nuestras playas y las fiestas que en sus alrededores se organizan. No es que en Madrid falte la fiesta, pero sí el tiempo para disfrutarla.
Por el contrario, nosotros apreciamos sus museos y sus teatros, abiertos durante la mayor parte del año y en los que los mejores artistas del país expresan todo su arte en espléndidos cuadros, en comedias y musicales.
Nada es perfecto. Nadie lo tiene todo. Ni siquiera el multimillonario que dispone de los mejores coches, yates y hasta jet privado, lo tiene todo. A todos nos falta algo.
Nosotros, los viejos, ya no pensamos en el dinero. Especialmente si con el que disponemos hay suficiente para nuestros gastos. Ya no tenemos planes de futuro.
Tenemos casa, hijos mayores incluso casados y con hijos, que ya hacen su vida. Son ellos a quienes corresponde ahora pensar y luchar por el futuro. Ellos tiene una vida por delante. Nosotros la tenemos por detrás. Basta pues de quejas. ¿Alguien quiere cambiar los papeles?. En fin... El motivo de la entrada era felicitar a los trabajadores y muy especialmente a los jubilados o a los que en este momento estén de vacaciones. Descanso merecido que, ellos más que nadie, disfrutan plenamente. Como todo en la vida, siempre apreciamos muy especialmente aquello que no se tiene de forma habitual.
Son muchas las veces que he comentado con mi señora, las muestras de satisfacción y alegría que vemos en las caras de niños y mayores cuando llegan a nuestras costas cada verano. Me refiero naturalmente a las gentes de interior y muy especialmente a los madrileños que, aún viviendo en una comunidad en la que lo tienen todo, carecen justamente de ese mar que nosotros tenemos al alcance de nuestra mano cualquier día del año. La diferencia es clara. Ellos aprecian la inmensidad del mar y ese sol que parece no abrasar, hasta que has hecho tarde y estás cual rojo langostino. Los chiringuitos de nuestras playas y las fiestas que en sus alrededores se organizan. No es que en Madrid falte la fiesta, pero sí el tiempo para disfrutarla.
Por el contrario, nosotros apreciamos sus museos y sus teatros, abiertos durante la mayor parte del año y en los que los mejores artistas del país expresan todo su arte en espléndidos cuadros, en comedias y musicales.
Nada es perfecto. Nadie lo tiene todo. Ni siquiera el multimillonario que dispone de los mejores coches, yates y hasta jet privado, lo tiene todo. A todos nos falta algo.
El problema mayor es, sin embargo, cuando te falta todo. Sin embargo, aún en esos casos extremos, la vida te da, si quieres verla, una salida, un alivio, una mano amiga donde agarrarte, aunque se trate de otra mano tan desgraciada como la tuya.
Cuando todo falla, aún queda hurgar la basura en busca de unos cartones para vender.
Este fin de semana mi mujer y yo decidimos echar la casa por la ventana e ir a uno de esos chiringuitos a cenar junto a las olas del mar.
Cuando todo falla, aún queda hurgar la basura en busca de unos cartones para vender.
Este fin de semana mi mujer y yo decidimos echar la casa por la ventana e ir a uno de esos chiringuitos a cenar junto a las olas del mar.
Nada de tonterías, no... ¡Mariscada por todo lo alto!. Habíamos dejado el coche bastante lejos del local y al regresar paseando, vimos a un hombre joven que con una furgoneta hurgaba en la basura recogiendo todas las botellas de cristal que, no seleccionadas, estaban mezcladas con los desperdicios normales.
Le miramos admirados y casi avergonzados. Pensé en aquel que, no teniendo más que una manzana, se lamentaba de su mala suerte, hasta que al darse la vuelta vio como otro iba detrás comiéndose las mondas que él había tirado antes.
Ese joven se ganaba así la vida porque no tenía otra forma mejor de hacerlo. No estaba robando, ni pidiendo limosna, ni manifestándose indignado. A la una de la madrugada y mientras los demás estábamos de fiesta, él luchaba por aportar unos euros a su economía familiar, sin duda precaria a más no poder. ¿Puede eso parecerle a alguien indigno?. Yo creo que los indignos son los otros, muy especialmente los golfos que viven del cuento y del trabajo de los demás.
Le miramos admirados y casi avergonzados. Pensé en aquel que, no teniendo más que una manzana, se lamentaba de su mala suerte, hasta que al darse la vuelta vio como otro iba detrás comiéndose las mondas que él había tirado antes.
Ese joven se ganaba así la vida porque no tenía otra forma mejor de hacerlo. No estaba robando, ni pidiendo limosna, ni manifestándose indignado. A la una de la madrugada y mientras los demás estábamos de fiesta, él luchaba por aportar unos euros a su economía familiar, sin duda precaria a más no poder. ¿Puede eso parecerle a alguien indigno?. Yo creo que los indignos son los otros, muy especialmente los golfos que viven del cuento y del trabajo de los demás.
RAFAEL FABREGAT
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