Implantado por las autoridades el racionamiento, tampoco quienes tenían medios y posibilidad de llevar adelante una mínima cosecha, estaban mucho mejor. Las cosechas eran requisadas y aunque se pudiera arañar un pequeña parte de la misma, no siempre era posible aprovecharla convenientemente. Para llevar el trigo a las fábricas de harina hacía falta un permiso especial de transporte y una Guía de molturación. De no llevarlo todo perfectamente autorizado, caso de pararte la Guardia Civil, los alimentos quedaban requisados. Burlar la vigilancia de las autoridades no era tarea fácil y por lo tanto, como tantas cosas de la vida, solo quien disponía de algún dinero podía aumentar la alimentación de su familia mediante la compra de comida de estraperlo. Tal como indica la palabra, el estraperlo era una especie de contrabando interior. Quien disponía de algún excedente lo vendía a escondidas y el comprador abastecía a sus clientes a cambio de una comisión o de una parte de la materia prima.
En una España sin coches ni carreteras en condiciones, el medio de transporte más habitual era por tren aunque, también muy vigilado. En las redadas era frecuente el lanzamiento del material al terraplén, seguido muchas veces por los mismos estraperlistas. Cuando el viaje se había realizado con normalidad y sin sobresaltos, quedaba una última baza que jugar. En las estaciones de destino esperaban los compinches de los porteadores para recibir la mercancía. Mujeres aparentemente embarazadas transportaban bajo sus faldas algún pellejo de vino o piezas de tocino, mientras la Guardia Civil aguardaba en el andén observando a los viajeros a la espera de vislumbrar alguna cosa sospechosa. Cuando el material acarreado era demasiado voluminoso, antes de llegar el tren a la estación se lanzaba por las ventanillas a cómplices apostados en los terraplenes.
Aprovechando que las velocidades de entonces no eran muy altas, también en el caso de alguna redada durante el viaje, se lanzaba por la ventanilla no solo el material de estraperlo, sino que también los propios porteadores. Naturalmente, aún en el caso de percatarse de la fuga, los Guardias no arriesgaban su físico intentando seguir los pasos de mercancía y delincuente y ni siquiera se tomaba nota del incidente, a fin de no tener que soportar la bronca de sus superiores.
Varias eran las personas de Cabanes dedicadas al estrapelo, pero una de las más valientes y que pudo acabar su "carrera" sin lamentar detención alguna, fue la "tía Soledad la Fandanga" casada con un tal Benito y con domicilio en la Carretera de Zaragoza, esquina a la Avenida José Andino, hoy llamada Avgda. del Maestrat. Valiente y tan descarada como bellísima persona, esta señora, entonces veinteañera, burlaba la vigilancia de "los civiles" con una pasmosa facilidad. Su coraje era tal que, si pillada "in fraganti" no podía solucionar el problema con sus gazmoñerías habituales a los vigilantes de la ley, no dudaba en absoluto en lanzarse ella y mercaderías del tren en marcha. Su casa, una de las más pobres de la localidad, siempre estaba bien abastecida y también su patrimonio se vio aumentado en aquellos años de privaciones para todos. No amasó fortuna alguna porque trabajaba a pequeña escala, pero algunas gentes dedicadas a este menester sí lo hicieron. Acostumbrada a ser pobre, su capacidad de trabajo y generosidad no tenía límites y a buen seguro, la vida le pagó con creces su forma de ser, abierta y presta a hacer un favor a cualquiera que lo demandase.
Los principales años del estraperlo fueron sin duda aquella primera década de 1.940. Al llegar los años 50 las cosas empezaron a cambiar, aunque seguía racionándose el tabaco y algunos alimentos básicos que seguían controlados por la autoridad. El campo empezó a producir en cantidad y el estraperlo apenas era ya necesario. En la segunda década, tras la contienda, ya empezó a haber "de todo" y también Norteamérica empezó a mandar alimentos a cambio de poder instalar en nuestro país sus Bases Militares.
En las escuelas públicas, un buen tazón de leche por las mañanas y un trozo de queso por las tardes estaba garantizado para todos los niños. En ausencia del plástico que aún no había llegado por estas latitudes, en la vieja cartera de cartón había de llevarse un tazón, un trozo de pan y un poquito de azúcar. Lo del Cola-Cao todavía no estaba inventado por aquel entonces... pero no tardaría en aparecer, como tampoco tardó en hacerlo la televisión.
Un gran invento la "tele", no siempre para bien, que hizo aumentar nuestra cultura y el conocimiento. Al principio el televisor fue una especie de espectáculo doméstico, al que acudían familiares y vecinos, para satisfacción y orgullo de los propietarios de tan extraordinario aparato que nos permitía ver lo que acontecía en otros lugares, aunque pocos creían en la inmediatez de lo que nos mostraban. Pero aquellas asistencias masivas acabaron pronto puesto que, quienes disponían de tan portentoso electrodoméstico, se cansaron de soportar a los auto-invitados que les hacían alargar las veladas con ganas y sin ellas. También para los jóvenes era cosa extraordinaria y, en el caso de ausencia paterna, a su alrededor se organizaba alguna cita para pasar la tarde con amigos. Poco a poco, el invento acabó con los cines y los teatros, así como con las conversaciones familiares alrededor de la mesa. Aún hoy, sesenta años después, en muchas casas lo primero que se hace antes de comer no es poner servilletas y cubiertos sobre la mesa, sino conectar el televisor... ¡Así están las cosas!.
RAFAEL FABREGAT
Los principales años del estraperlo fueron sin duda aquella primera década de 1.940. Al llegar los años 50 las cosas empezaron a cambiar, aunque seguía racionándose el tabaco y algunos alimentos básicos que seguían controlados por la autoridad. El campo empezó a producir en cantidad y el estraperlo apenas era ya necesario. En la segunda década, tras la contienda, ya empezó a haber "de todo" y también Norteamérica empezó a mandar alimentos a cambio de poder instalar en nuestro país sus Bases Militares.
En las escuelas públicas, un buen tazón de leche por las mañanas y un trozo de queso por las tardes estaba garantizado para todos los niños. En ausencia del plástico que aún no había llegado por estas latitudes, en la vieja cartera de cartón había de llevarse un tazón, un trozo de pan y un poquito de azúcar. Lo del Cola-Cao todavía no estaba inventado por aquel entonces... pero no tardaría en aparecer, como tampoco tardó en hacerlo la televisión.
Un gran invento la "tele", no siempre para bien, que hizo aumentar nuestra cultura y el conocimiento. Al principio el televisor fue una especie de espectáculo doméstico, al que acudían familiares y vecinos, para satisfacción y orgullo de los propietarios de tan extraordinario aparato que nos permitía ver lo que acontecía en otros lugares, aunque pocos creían en la inmediatez de lo que nos mostraban. Pero aquellas asistencias masivas acabaron pronto puesto que, quienes disponían de tan portentoso electrodoméstico, se cansaron de soportar a los auto-invitados que les hacían alargar las veladas con ganas y sin ellas. También para los jóvenes era cosa extraordinaria y, en el caso de ausencia paterna, a su alrededor se organizaba alguna cita para pasar la tarde con amigos. Poco a poco, el invento acabó con los cines y los teatros, así como con las conversaciones familiares alrededor de la mesa. Aún hoy, sesenta años después, en muchas casas lo primero que se hace antes de comer no es poner servilletas y cubiertos sobre la mesa, sino conectar el televisor... ¡Así están las cosas!.
RAFAEL FABREGAT
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