El destino era lo menos importante. Fue Galicia, como hubiera podido ser Andorra, tan de moda entonces.
Por no dejar ocho días el coche aparcado en Castellón, nos bajaron a la Estación y allí cogimos el tren hasta Valencia.
Por no dejar ocho días el coche aparcado en Castellón, nos bajaron a la Estación y allí cogimos el tren hasta Valencia.
Allí estaba esperando el grandioso autocar, que confiábamos sería cómplice inseparable de tan deseado viaje, pero ¡ay!... El hombre propone y Dios dispone.
Saludos de la guapa azafata, que nos acompañaría durante el viaje y breve saludo entre los viajeros, compañeros todos de la aventura a realizar.
Apenas eran las nueve de la mañana cuando el vehículo arrancó sus motores y puso dirección hacía Madrid, donde pasaríamos la primera noche.
Emocionados como colegiales, los viajeros mirábamos en todas direcciones no queriendo que ningún detalle escapase a nuestros ojos, ávidos de novedades. Tras una breve parada a medio camino llegamos a Madrid y, previo a nuestra llegada al hotel convenido, el chófer hizo una visita panorámica de los lugares más emblemáticos de la capital, perfectamente explicados por la azafata que nos acompañaba. Después nos llevó al céntrico y lujoso hotel en el que, fuera de lo habitual y justamente por la hora de llegada, estaba contratada la comida en lugar de la cena. La tarde quedaba libre para los viajeros y por consiguiente solo se nos informaba de la hora del desayuno y salida a la mañana siguiente. Tras la correspondiente y gratificante "siesta", con ropa cómoda salimos a conocer la capital. Poco puede hacerse en una sola tarde pero, desde luego, no hubo tiempo para el aburrimiento.
Emocionados como colegiales, los viajeros mirábamos en todas direcciones no queriendo que ningún detalle escapase a nuestros ojos, ávidos de novedades. Tras una breve parada a medio camino llegamos a Madrid y, previo a nuestra llegada al hotel convenido, el chófer hizo una visita panorámica de los lugares más emblemáticos de la capital, perfectamente explicados por la azafata que nos acompañaba. Después nos llevó al céntrico y lujoso hotel en el que, fuera de lo habitual y justamente por la hora de llegada, estaba contratada la comida en lugar de la cena. La tarde quedaba libre para los viajeros y por consiguiente solo se nos informaba de la hora del desayuno y salida a la mañana siguiente. Tras la correspondiente y gratificante "siesta", con ropa cómoda salimos a conocer la capital. Poco puede hacerse en una sola tarde pero, desde luego, no hubo tiempo para el aburrimiento.
Yo ya conocía un poco Madrid e hice de cicerone para mi mujer, especialmente en lo concerniente a preparar una noche inolvidable. No fuimos a ver museos, ni tampoco al anochecer llevé a mi mujer a un gran restaurante, como alguien hubiera podido pensar. Deambulando como estábamos por la capital de España, optamos por una merienda-cena de tapeo, en varios bares del Barrio de Salamanca a cual más especial. Con el hotel a 300 metros de la Puerta del Sol nada quedaba lejos. Espléndidas tapas y fresca cerveza que nos animó para la sorpresa que yo tenía preparada. Mi mujer me miró entre extrañada y divertida cuando le dije que teníamos que ir al hotel para arreglarnos un poco, pues ella pensaba que ya la jornada estaba finalizada. Arreglados bajamos al Hall y ya en la puerta del hotel llamé a un taxi y le dí la dirección: ¡Al Hotel Meliá-Castilla, por favor!.
Mi mujer me miraba sorprendida... ¡Ya teníamos hotel!. Lo que ella no sabía era que el Meliá-Castilla, es algo más que un hotel. Este complejo hotelero, de la máxima categoría en Madrid, además de un extraordinario hotel tiene en sus bajos cualquier servicio que uno pueda desear y entre ellos el de una sala de espectáculos con la opción incluso de restauración, al que no se puede acceder sin la correspondiente americana y corbata. Lo que yo ya tenía contratado de antemano era la mesa para el espectáculo, lo cual incluye el acceso a la sala, acomodación en mesa próxima al bajo escenario y el mejor cava de la casa Codorniu. Innecesario comentar el extraordinario ambiente que allí se respiraba. Un elegante camarero en perfecta etiqueta nos acomodó en la mesa reservada, dándole yo un billete de 100 pesetas que resultó altamente rentable. De inmediato, como si nadie más hubiera en la sala se apresuró a traernos una champañera y nos sirvió las dos primeras copas de cava. Mi mujer, entonces en la treintena, estaba radiante y encantada con el espectáculo y con todo aquello que suponía una sorpresa que no había podido imaginar. La noche se desarrolló como yo había previsto y viéndola feliz yo lo era más todavía. Al finalizar el espectáculo, ya de madrugada y en un ambiente nocturno extraordinario, hubo tiempo para un última copa tras la que nos encaminamos hacia el hotel...
No voy a cansar al lector en los pormenores de un viaje, sin duda brillante, que nos llevó por las tierras de Castilla-León hacia la frondosa y espléndida Galicia.
Orense, Tuy-Valença, Vigo, Pontevedra, Santiago de Compostela, La Coruña, Lugo... El románico, los viejos castillos, las espectaculares mariscadas y los exuberantes paisajes hicieron que aquellos días se nos antojaran cortos y fugaces. Había que volver a Madrid, donde nos esperaba la última noche de aquellas cortas vacaciones. Desde Lugo el autocar emprendió retorno por Ponferrada y Astorga; por Benavente y Arévalo en un rápido viaje que, aunque paramos a comer, nos dejaría nuevamente en el madrileño Hotel a media tarde. Como ocurriese el primer día de la llegada a Madrid, la tarde quedaba libre para los viajeros y nosotros tras un breve descanso salimos a dar un paseo. Al atardecer, iniciamos la repetición de la cena de tapeo por los alrededores, pero yo no estaba demasiado bien. De hecho la idea era acabar el viaje con una noche de teatro y ante mi malestar mi mujer propuso irnos al hotel, cosa que yo acepté encantado.
Nos acostamos y pronto las cosas se precipitaron. Unos fuertes retortijones de barriga me llevaron al baño y allí estuve postrado durante un largo tiempo en el que pensaba morir. De allí a la cama y de la cama nuevamente al baño fue la romería interminable de una noche sin fin, mientras horrorosos dolores me sacudían de forma continuada durante horas. Finalmente llamamos al médico del hotel que dictaminó un cólico de campeonato, posiblemente por alguna comida en mal estado. Un ATS me puso un par de inyecciones y también me dieron otras medicinas por boca que fueron calmando los fuertes dolores; no así las deposiciones que en mayor o menor medida se repetían con cierta frecuencia. A la mañana siguiente yo seguía malísimo. Con necesidad de ir al baño, cada media hora a lo sumo, no podía regresar a casa.
Mi mujer me miraba sorprendida... ¡Ya teníamos hotel!. Lo que ella no sabía era que el Meliá-Castilla, es algo más que un hotel. Este complejo hotelero, de la máxima categoría en Madrid, además de un extraordinario hotel tiene en sus bajos cualquier servicio que uno pueda desear y entre ellos el de una sala de espectáculos con la opción incluso de restauración, al que no se puede acceder sin la correspondiente americana y corbata. Lo que yo ya tenía contratado de antemano era la mesa para el espectáculo, lo cual incluye el acceso a la sala, acomodación en mesa próxima al bajo escenario y el mejor cava de la casa Codorniu. Innecesario comentar el extraordinario ambiente que allí se respiraba. Un elegante camarero en perfecta etiqueta nos acomodó en la mesa reservada, dándole yo un billete de 100 pesetas que resultó altamente rentable. De inmediato, como si nadie más hubiera en la sala se apresuró a traernos una champañera y nos sirvió las dos primeras copas de cava. Mi mujer, entonces en la treintena, estaba radiante y encantada con el espectáculo y con todo aquello que suponía una sorpresa que no había podido imaginar. La noche se desarrolló como yo había previsto y viéndola feliz yo lo era más todavía. Al finalizar el espectáculo, ya de madrugada y en un ambiente nocturno extraordinario, hubo tiempo para un última copa tras la que nos encaminamos hacia el hotel...
No voy a cansar al lector en los pormenores de un viaje, sin duda brillante, que nos llevó por las tierras de Castilla-León hacia la frondosa y espléndida Galicia.
Orense, Tuy-Valença, Vigo, Pontevedra, Santiago de Compostela, La Coruña, Lugo... El románico, los viejos castillos, las espectaculares mariscadas y los exuberantes paisajes hicieron que aquellos días se nos antojaran cortos y fugaces. Había que volver a Madrid, donde nos esperaba la última noche de aquellas cortas vacaciones. Desde Lugo el autocar emprendió retorno por Ponferrada y Astorga; por Benavente y Arévalo en un rápido viaje que, aunque paramos a comer, nos dejaría nuevamente en el madrileño Hotel a media tarde. Como ocurriese el primer día de la llegada a Madrid, la tarde quedaba libre para los viajeros y nosotros tras un breve descanso salimos a dar un paseo. Al atardecer, iniciamos la repetición de la cena de tapeo por los alrededores, pero yo no estaba demasiado bien. De hecho la idea era acabar el viaje con una noche de teatro y ante mi malestar mi mujer propuso irnos al hotel, cosa que yo acepté encantado.
Nuestra primera llamada fue a recepción a fin de quedarnos al menos un día más por ver si mejoraba. La respuesta fue taxativa. Allí no podíamos permanecer más allá de las doce de la mañana...
El Hotel estaba especializado en viajes de Agencia y todas las habitaciones estaban contratadas de antemano para un nuevo grupo que entraría por la tarde. Había que irse a un Hospital, buscar otro hotel, etc. Bien medicado y con el problema en vías de solución, opté por regresar en tren. Tras una última visita al servicio, nos arreglamos y cogiendo un taxi nos encaminamos a la Estación de Atocha.
Salía en breves minutos un expreso Madrid-Valencia-Barcelona, pero solo había billetes hasta Valencia, no hasta Castellón.
No lo dudamos y tomándolos nos subimos al tren que partió unos instantes después. Yo me sentía enfermo y fueron no menos de cuatro las veces que fui al servicio durante el trayecto; por fin llegamos a Valencia y ante una breve parada de apenas cinco minutos, mi mujer aprovechó para bajar a sacar billetes hasta Castellón. Le volvieron a decir que el tren estaba completo y no había billetes. Yo no estaba en condiciones de bajar y seguimos viaje a la espera de acontecimientos. Tras levantarnos un par de veces del asiento, ante la petición del viajero que mostraba el billete con el número de asiento que ocupábamos, llegamos a Castellón. Ningún revisor nos pidió los billetes, pero espero no tener que repetir nunca más esta dura experiencia...
RAFAEL FABREGAT
No lo dudamos y tomándolos nos subimos al tren que partió unos instantes después. Yo me sentía enfermo y fueron no menos de cuatro las veces que fui al servicio durante el trayecto; por fin llegamos a Valencia y ante una breve parada de apenas cinco minutos, mi mujer aprovechó para bajar a sacar billetes hasta Castellón. Le volvieron a decir que el tren estaba completo y no había billetes. Yo no estaba en condiciones de bajar y seguimos viaje a la espera de acontecimientos. Tras levantarnos un par de veces del asiento, ante la petición del viajero que mostraba el billete con el número de asiento que ocupábamos, llegamos a Castellón. Ningún revisor nos pidió los billetes, pero espero no tener que repetir nunca más esta dura experiencia...
RAFAEL FABREGAT
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