Ya nada es como antes. Han desaparecido las "buenas" costumbres y la gente pasa de todo lo que antes era extraordinario. Solo la fiesta y las reuniones alrededor de la mesa se mantienen ¡Ay la mesa! Bendita palabra... Ya lo dice el refrán: ¡Por el pan baila el perro!
Todos los eventos acompañados de comida, tienen un poder de convocatoria extraordinario, algo que no se comprende en un momento como el actual en que se sufrirá de muchas cosas, pero no de hambre. Cualquier inauguración, obligatoriamente debe ir acompañada de un cóctel y mejor todavía si es un lunch. Éxito asegurado. Y no digamos si lo que se ofrece tiene chicha y cuanto más buena mejor. Tampoco hacemos ascos a un buen vinito pero, si es gratis, aunque sea de garrafón igualmente nos relamemos con gusto. ¡Es que esto, lo cuentas y no se lo cree nadie...!
En cualquier ciudad española, una huelga de agricultores no llama la atención si los susodichos no reparten gratis productos de la huerta. ¿Y que es una fiesta popular si no se acompaña de una "torrada" de sardinas en el mediterráneo, de chorizos y morcillas en el norte peninsular o de una paella monumental en tierras valencianas?. Pues nada, una fiesta sin comida no es fiesta ni es nada. ¿Es que acaso se padece hambre y algunos no nos hemos enterado?. Pues será eso, ya que ante cualquier degustación, del producto que sea y aunque apenas te den un pequeña rebanada de pan con aceite, se organiza inmediatamente una cola que da la vuelta a varias manzanas.
Yo ignoro que pasará en otros países, pero en España pasa eso y cuando los convocados son gente mayor, más exagerado todavía. Al parecer, aunque sea inconscientemente, el cerebro tiene grabada aún toda la información del hambre que se sufrió en la posguerra.
Recuerdo de niño el acontecimiento que suponía la llegada a nuestro pueblo del Sr. Obispo. ¡Madre mía de mi vida...! El aviso llegaba a la escuela en la voz del párroco local que, como era pertinente y de obligado cumplimiento, lo hacía saber al Director de la escuela a fin de que se tomaran las medidas pertinentes. Ante visita de carácter tan especial, que solo se producía cada cuatro años para impartir el sacramento de la Confirmación o como acontecimiento extraordinario de tipo pastoral, requería la preparación de un recibimiento acorde con la importancia del personaje, entonces equiparable al de la máxima autoridad gubernativa. A la entrada del pueblo, en la calle Delegado Valera esquina carretera de Zaragoza, un arco de retama y flores de papel recibiría al famoso visitante y otro al inicio de la calle San Vicente le mostraría el camino hacia la iglesia.
Una semana antes de la visita se abandonaba la formación pedagógica del alumnado y empezaban ensayos de los actos de recibimiento y comportamiento en presencia de tan ilustre personaje. La idea de abandonar el estudio y hacer cosas nuevas, siempre era bien recibida por la chiquillería. Algo habitual era la confección de banderitas tamaño folio de papel de colores que, ese día de la llegada, deberían portar todos los alumnos del colegio y agitar al paso del automóvil que traería al Sr. Obispo.
La confección de estas banderitas era el elemento más festivo para los alumnos. Unos cortaban los rectángulos de papel de cebolla coloreado, otros preparaban las cañitas, otros la cola y otros iban montando y pegando las piezas.
Entre unas cosas y otras la semana pasaba sin que se diera clase ninguna y eso siempre lo agradecía el alumnado, los padres no tanto. La organización del evento consistía en mantener un denso grupo de alumnos que una hora antes de la anunciada llegada, esperaría en la plaza de Iglesia. El resto, en dos filas pegadas a ambos lados de la calle de acceso y tan largas como permitieran el número de alumnos, esperarían también y agitarían las banderitas al paso del personaje.
Naturalmente, también las autoridades convocarían al pueblo para que en día y hora determinadas acudieran a recibir tan especial visita a la que seguiría una misa concelebrada, bendición y ágape para las autoridades eclesiásticas y civiles, a sufragar de los fondos locales. No iba a pagarla el cura, solo faltaría...
Estamos en pleno invierno y una escarcha descomunal blanquea los campos del entorno del pueblo y las plantas que hay en los jardincillos del colegio. El Sr. Obispo tiene prevista su llegada a Cabanes hacia las once de la mañana. Llegado ese día las niñas con su faldita por encima de la rodilla y los niños en pantaloncito corto y con las piernas amoratadas por el intenso frío, apenas acceder a la escuela y tras haber cantado el "cara al sol" y rezado el pertinente padre nuestro, salen en rigurosa formación hacia la Iglesia, con su correspondiente banderita de papel. Son las nueve y media y hay un par de grados bajo cero, pero el Sr. Obispo no puede esperar, hemos de ser nosotros quienes nos anticipemos... Ya casi son las diez cuando una parte de los niños ocupan la plaza de la Iglesia y el resto se reparten a lo largo de la calle San Vicente. Mientras tanto el Sr. Alcalde, el Sr. cura, el Director del colegio y el sargento de la Guardia Civil, están calentitos en el bar de Xulla tomándose su café con leche y bizcochos a la espera de la llegada del Sr. Obispo, cuya recepción oficial se hará en la Plaza del Generalísimo.
La organización era perfecta. Por orden gubernativa, todos los balcones de las casas del recorrido se han engalanado para la ocasión con magníficas colchas de puntillas y bordados o mantones de Manila y la calle luce gallardetes de papel de todos los colores y formas. Los niños llenan el acceso principal a la Iglesia, controlados por los maestros y algunos vecinos empiezan a copar las bocacalles no queriendo perderse el acontecimiento. Dos números de la Guardia Civil están a la expectativa en la entrada de la plaza, frente al Bar Tony, prestos a divisar la llegada de la comitiva. Las autoridades civiles, militares y eclesiásticas, instaladas en el citado bar que está situado en la misma plaza, fuman excelentes cigarros que el Sr. Alcalde ha repartido celebrando la ocasión. Tras la gran puerta acristalada, controlan perfectamente el panorama, al tiempo que disfrutan del calorcillo que despide la estufa de leña que tiene el local.
De pronto se vislumbra un cosquilleo en la población y un número de la Guardia Civil entra informando al sargento que por la calle Delegado Valera están subiendo los primeros coches de la comitiva.
Las autoridades salen apresuradamente del bar y se dirigen hacia el centro de la plaza. Tres primeros coches entran lentamente en la misma y pasan de largo hacia la calle de Ramón y Cajal. Detrás un cuarto automóvil negro, de dimensiones muy superiores, para en mitad de la plaza allí donde las autoridades esperan. El chófer, elegantemente uniformado y con su gorra de plato en la mano, baja apresuradamente y abre la puerta trasera en un gesto reverencial.
El griterío y los aplausos se acentúan al ver que parsimoniosamente el Sr. Obispo desciende del vehículo impartiendo bendiciones a la multitud que se agolpa enfervorizada. Saludos a las autoridades y besamanos por parte de todos. El cielo se ha encapotado y el frío persiste. Mientras tanto, los niños de la calle San Vicente y de la plaza de la iglesia siguen con sus desnudas piernecitas amoratadas esperando que todo esto termine de una bendita vez. Tras los saludos las autoridades y el visitante inician el recorrido hacia la calle de San Vicente y los niños empiezan a agitar las llamativas banderitas.
El Sr. Obispo imparte sonrisas y bendiciones, a la vez que efusivas felicitaciones a las autoridades por la organización y singular recibimiento.
También los niños tienen ya mejor cara, puesto que la actividad les ha hecho entrar un poco en calor y en compacta comitiva se dirigen todos hacia la Iglesia, donde el grueso del alumnado aclama enfervorizado al ilustre personaje. Desde las escaleras de la casa de Dios el Sr. Obispo se gira hacia los vecinos y lanza una última bendición que todos recogen santiguándose y seguidamente inicia la entrada al templo seguido de la multitud. La avalancha de fieles es tal que se decide que los niños queden afuera. El Sr. Obispo habida cuenta la temperatura reinante, en un acto de misericordiosa caridad, dispensa a los niños de la espera exterior y acompañados de sus maestros vuelven hacia la escuela contentos y agitando las banderitas a modo de juego. ¡Bendita inocencia...!
RAFAEL FABREGAT
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