Lo de ¡Más se perdió en Cuba! es una frase mil veces repetida y (en mi caso) oída a mis mayores hasta la saciedad. Incluso llegué a oírla a un excombatiente de aquella parodia de guerra que supuso el fin del Imperio Español en ultramar. Fue a principios de la década de los 50 cuando aquel anciano cabanense, abuelo de los hermanos José, Rosita y Dionisio (els de catarro), nos contaba las peripecias vividas en aquella guerra en la que no tenían la más mínima posibilidad y que más bien parecía que llevaban corderos al matadero. Para los norteamericanos aquello era una especie de maniobras, en las que la flota española era el blanco para sus prácticas de tiro. Barcos obsoletos condenados a hundirse antes de entrar en combate. Una auténtica vergüenza para aquellas aves de rapiña que, en nombre de la Democracia y la libertad, invaden naciones y expolian sus riquezas.
Una vez más los yanquis iban a lo suyo y, con una excusa que no teniéndola la provocaron, destrozaron los "barcos de papel" de los españoles para lograr sus propósitos de expolio. Hacía demasiado tiempo que los norteamericanos iban tras el control de Cuba y demasiadas las negativas de cesión, recibidas por parte de España. Cuando por poder y proximidad las posibilidades son mayores que las tuyas, es una simple cuestión de tiempo que la zorra asalte tu corral y se adueñe del gallinero. Eso y no otra cosa es lo que pasó en 1.898 con las posesiones de España en ultramar.
Cuatrocientos años de esfuerzos y penurias, así como miles de vidas y barcos perdidos en la conquista, creación y mantenimiento de una riqueza sin igual, fueron robadas a España no para dárselas a sus legítimos dueños que eran los descendientes de los aborígenes que poblaban Cuba a la llegada de Colón, si no para beneficiarse ellos del sudor de los nativos y del de los españoles, en un acto que nada tenía que envidiar a los famosos Piratas del Caribe.
Aquellos militares del tío Sam, bien trajeados, tenían mucho en común con los sanguinarios filibusteros haraposos de pata de palo y parche en el ojo, que tantas veces hemos visto en el cine y a los que España consiguió tantas veces alejar. Sus intenciones eran las mismas, pero estos lobos iban bien pertrechados y disfrazados de cordero. No es el hábito el que hace al monje, sino los actos que realiza. Estos modernos piratas atacaban a traición y en una lucha desigual, aprovechándose de la proximidad de su territorio y de su potencia centuplicada por la debilidad política del adversario. Al igual que las religiones, una cosa es lo que se predica y otra muy distinta lo que se hace. Aunque la modernidad ya empezaba a vislumbrarse los piratas han existido y existirán siempre, pero especialmente peligrosos son aquellos que, en nombre de la libertad, invaden constantemente territorios ajenos, con el solo fin de adueñarse de sus riquezas.
Nuestros mayores, para restar importancia a una pérdida sobre la que nada se podía hacer, tenían costumbre de decir esta frase:
- No pasa nada... ¡más se perdió en Cuba!
Como es fácil suponer se referían a la guerra de Cuba y a la vergonzosa derrota que los españoles sufrieron, no a cargo de los propios cubanos si no de los norteamericanos que aprovechándose de la debilidad de ambos contendientes se convirtieron momentáneamente en los dueños de la situación y del territorio. No era simpatía, como algunos creían, hacia el pueblo cubano, si no el afán de aprovecharse de la situación y de las riquezas de ambos contendientes. Si bien es cierto que costó a los norteamericanos el barco de segunda clase (Maine), que norteamérica mandó a la isla con el pretexto de "salvaguardar sus intereses en la isla", el precio no fue tan caro ya que, con la excusa de la voladura que ellos mismos llevaron a cabo, accidental o premeditadamente, robaron todos los territorios españoles de ultramar: Cuba, Filipinas, Puerto Rico y Guam. ¡El Maine quedaba bien amortizado!. (Foto Maine hundiéndose)
Descubierta Cuba por Cristóbal Colón el 27 de Octubre de 1.492, la habitaban en aquel momento alrededor de 100.000 indígenas, que se creen procedentes del continente y llegados a la isla a través del cabo de Florida o a partir de la desembocadura del Orinoco. Su población vivía de la caza, pesca y de los diversos frutos naturales de la región, así como del cultivo de la yuca.
España colonizó la zona, construyendo siete villas entre las que designó a Santiago de Cuba como sede del gobierno. Los colonos se comprometieron a cubrir todas las necesitades de los aborígenes a cambio de su trabajo, explotando también algunas minas de oro que prontamente se vieron agotadas, por lo que la ganadería se convirtió en la riqueza principal.
Se diversificó la producción agrícola con los cultivos de tabaco y caña de azúcar, con lo que se consiguieron mejores cosechas y una situación más acomodada.
El comercio imperial estaba monopolizado por la Casa de Contratación de Sevilla lo que hizo despertar las envidias de algunas naciones europeas. Con esta información en su poder la piratería de diversas procedencias no se hizo esperar y fueron muchas las incursiones que socavaron la tranquilidad de la isla durante más de un siglo. Para resguardar sus intereses, España organizó grandes flotas que obligatoriamente hacían escala en la Habana, a la vista de las cuales los corsarios franceses, holandeses e ingleses abandonaron la zona.
Durante la Guerra de los siete años, (1756-1763) los ingleses conquistaron La Habana, ocupándola durante once meses. Este tiempo fue suficiente para poner de manifiesto las posibilidades reales de la economía cubana, hasta entonces anquilosada por el colonialismo de los españoles. Carlos III restableció el dominio español y puso en marcha numerosas construcciones civiles y militares, así como la catedral de La Habana. Mejoró las comunicaciones interiores y el comercio exterior realizando también el primer censo de la población (1.774) que arrojó un resultado de 171.620 habitantes. A finales del siglo XVIII se llevó a cabo un notable aumento de la producción basada en la llegada de esclavos y mano de obra de distintas procedencias, con lo que el censo de 1.841 ya superó el millón y medio de habitantes.
El desarrollo de la isla creó diferencias de intereses y favoreció corrientes políticas que propugnaban el independentismo. Las conspiraciones se sucedieron pero aún tardarían algunos años en fructificar.
El movimiento estalló el 10 de Octubre de 1.868 al levantarse en armas el abogado Carlos Céspedes, que fue nombrado Presidente (1.873), pero fue el general Máximo Gómez el que condujo al ejército libertador y el que, teniendo diferente criterio, depuso a Céspedes. Dos años después las presiones sobre las tropas españolas fueron fulminantes, pero las luchas internas se suceden y los objetivos de los independentistas se debilitan.
Este debilitamiento coincide con el restablecimiento de la monarquía española (1.876) tras las conmociones políticas que habían proclamado en 1.868 la I República Española. La desfavorable correlación de fuerzas, fuerza la firma (1.878) de una paz, sin independencia, propuesta por el general español Martínez Campos que no todos aceptan. Quedaba patente la voluntad del pueblo cubano por continuar la lucha por la independencia. La esclavitud fue abolida en 1.886 por orden de las autoridades españolas.
No sería hasta el 24 de Febrero de 1.895 cuando el Partido Revolucionario Cubano, constituido en 1.892 por José Martí, desencadenó la llamada "Guerra necesaria". Martí y el general Máximo Gomez dirigieron una nueva e imparable revolución, vista con simpatía por el pueblo norteamericano, lo que hizo que Washington se involucrara en la contienda a favor de los independentistas.
Cediendo a las presiones estadounidenses, España otorgó a Cuba la autonomía, pero la medida no surtió el efecto esperado. Los revolucionarios siguieron luchando con apoyos norteamericanos en la sombra.
En Febrero de 1.898 se produjo en el puerto de la Habana la explosión del acorazado Maine, lo que permitió a Estados Unidos intervenir directamente en la guerra. Estudios posteriores dictaminaron que la explosión había sido provocada desde el interior de la nave y por consiguiente totalmente ajena a los españoles. La flota española quedó bloqueada en Santiago y fue aniquilada por la superioridad de las fuerzas navales norteamericanas. El mando español tuvo que rendirse. Como consecuencia de ello, se firmó el "Tratado de París" por el cual España tuvo que ceder a los norteameicanos Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam. Debido a la destrucción de la flota española y a su lejanía para defender sus intereses en Asia, España vendió a Alemania el resto de sus posesiones (islas Marianas, Carolinas y Palaos) por 25 millones de pesetas. Con esta última operación, el Imperio Español quedaba liquidado.
Cinco décadas después y con la dictadura de Franco en pleno vigor, el "Plan Marshall" llegaba a los españoles. Aunque fue ideado para la restauración de los países afectados por la II Guerra Mundial, en la cual España no participó, también nuestro país recibió ayuda material y económica de norteamérica. El claro objetivo, era apoyar una dictadura que convenía a sus intereses. Con cuatro migajas se impedían influencias soviéticas y se favorecía la instalación de Bases Militares Norteamericanas en nuestro territorio. ¡Pensarían sin duda que los españoles tenemos poca memoria y habríamos olvidado el robo de nuestras colonias! Pues bien, no se equivocaron. Una pequeña financiación y unos contenedores de leche en polvo, mantequilla y queso de bola y objetivo conseguido. España "lo olvidaba todo" y recibía agradecida, las ayudas del "Tío Sam".
Aquel mismo país que apenas 50 años atrás nos había dejado en la ruina más absoluta, instaló todo su arsenal militar en nuestra península, a cambio de aquel tazón de leche que los niños recibían cada mañana en la escuela y aquel trocito de queso o mantequilla que nos daban por la tarde. ¡Algo más recibiría España, que no sabemos ni queremos saber...! Puro y duro imperialismo yanqui, que no tenía otra intención que la de controlar Europa, frente al Telón de Acero.
¿Es que alguien llegó a pensar, que lo hacían por caridad...?
RAFAEL FABREGAT
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