Con razón o sin ella, los vecinos de la Ribera de Cabanes han culpado siempre de sus fracasos a las autoridades locales. No creo yo que sean esos dirigentes los culpables del éxodo masivo que, desde siempre, han hecho abandonar a la juventud su Ribera natal. Son muchos los factores y en honor a la verdad no se puede culpar totalmente a nadie en concreto. La culpa es de todos.
Cabanes, y naturalmente La Ribera, han estado permanentemente habitadas por gente muy autónoma, poco predestinada al servicio a los demás, independientes hasta la médula. Justamente esa independencia ha hecho que los habitantes de la Ribera no crearan nunca un solo núcleo; una unidad que, de materializarse en épocas anteriores, hubiera podido conseguir fácilmente su independencia del municipio.
Por el contrario, sin entenderse entre sí y sin un Plan de Ordenación Urbana, cada cual situó su casa allá donde creyó oportuno creándose nada menos que siete núcleos diferentes:
- Borseral,
- Pulido,
- Empalme,
- Torre la sal,
- Venta San Antonio,
- Apeadero o Estación y
- Pardalero o camí d'Albalat.
Desde el punto de vista laboral, cada uno ha ido a lo suyo y con muchas o pocas tierras, poco caso se ha hecho nunca a la instalación, en pueblos vecinos, de fábricas o desarrollo turístico. Es más, en multitud de ocasiones, precisando un vecino de la ayuda de otras personas para la poda de un arbolado o la recolección de una cosecha, han ido a buscar ayuda y se la han denegado. ¡Tengo mucho trabajo, ahora no puedo!, etc.
Escasa ambición y menor interés aún por comprometerse a nada, han hecho que nuestra costa quedara desierta, al tiempo que la de los pueblos vecinos se inundara de actividades de ocio y de rentabilidad para los vecinos. ¿Era eso lo que se pretendía?. Dicen que no, pero nada hicieron por entrar en el juego. Cuando alguien ha hecho una oferta, suspicaces, han preguntado de inmediato ¿cuanto voy a ganar, de qué trabajo se trata y cuantas horas hay que estar en el tajo?... Como es natural esa forma de ser invita poco a los inversores sea cual sea la posible actividad a desarrollar y hace que se mire en otras direcciones. El interés puede y debe tenerse, pero hay que demostrar disponibilidad.
Oropesa, con poco término munipal cultivable y en poder de una cantidad minoritaria de familias, hizo rápido caso al posible desarrollo turístico y ahí está el resultado. Torreblanca, aunque con ideas similares a las nuestras, poco a poco también ha ido desarrollando su potencial turístico y, aunque a mucha distancia de Oropesa, está consiguiendo una demanda importante y empezando a primar el sector turístico sobre el agrícola.
En fin, de momento aquel tren se perdió, veremos que ocurre con los próximos, que sin duda volverán a pasar algún día... Mientras tanto solo caben lamentaciones y ver que la juventud de nuestra querida Ribera marchan contínuamente en un éxodo que parece no tener fin.
Volviendo al tema anterior, quiero decir que siempre pensé que esa antipatía, más o menos acusada y recíproca, que la juventud de La Ribera ha tenido siempre hacia la de Cabanes, terminaría con los años. Ni sé de donde viene ese resentimiento ni, lógicamente, cual será su duración, pero siempre creí que era producto de la incultura y que, por consiguiente, estaba condenado a finalizar a medio plazo puesto que no había ninguna razón de fondo que lo alimentase y la juventud está cada vez mejor preparada y abierta a todo y a todos. Sin embargo me equivoqué. La gota que colmó el vaso y que mantuvo la llama del rencor encendida, se produjo quince años atrás (1.995) cuando, justamente la noche de la verbena de Sant Pere, previa al día de la fiesta del Santo, los encargados y dirigentes de las Fiestas, con las que colabora económicamente (como es de justicia) el Ayuntamiento, decidieron que la entrada al mismo fuera gratuíta para todos, excepto para los jóvenes de Cabanes.
La reacción de la juventud cabanense no se hizo esperar y, viendo que todos entraban gratis y a ellos se les pretendía cobrar, nadie sacó su entrada. Todos en una piña se trasladaron al cercano Bar Folk organizándose tal macro-fiesta que nadie cabía en el local, al tiempo que más de doscientos jóvenes bailaban y bebían en la calle del citado bar, para sorpresa y agrado de su propietario. Mientras tanto, en el lugar destinado a la citada verbena, apenas dos docenas de jóvenes de la Ribera que una hora después, viendo que "la fiesta" estaba en el Folk, también se trasladaron allí dejando a la orquesta totalmente abandonada, al solo acompañamiento de cuatro pandillas de gente mayor. Eso viene a demostrar que el rencor es infundado, que no tiene fondo y que poco duraría si los mayores no alimentaran en las nuevas generaciones la llama de la animadversión. Nunca más se ha vuelto repetir acción tan injusta y negativa y posteriormente el acceso a esa verbena ha sido siempre gratis, para todos cuantos han acudido a ella.
Sin embargo aquella juventud cabanense, que en la actualidad cuentan 40/50 años de edad, aunque tenían el acceso gratis, jamás volvieron a ese baile. Lo lógico y natural es que nuevas generaciones vuelvan a intentar esa reconciliación, pero no hay signo alguno que permita asegurar que eso vaya a producirse en breve. Con estas actitudes, está claro que pocos acercamientos se pueden producir y pocas oportunidades económicas se pueden presentar. Los posibles empresarios, interesados en instalar una industria o unos servicios hosteleros, ante esta clase de respuestas huyen despavoridos a otras localidades donde todo son ayudas y largas colas para acceder a esos puestos de trabajo que se ofrecen. En aquellos años, en los que todo eran oportunidades y las gentes de Cabanes y de la Ribera no las aprovecharon fueron muchas y variadas las ofertas que tuvo el municipio y núcleo de La Ribera.
Algunos achacan a los dirigentes locales de la época, la exclusiva culpabilidad de la pérdida de esas oportunidades pero, en honor a la verdad, hay que reconocer que (aunque alguna pudieron tener) no la tuvieron toda, ni mucho menos.
La gente de Cabanes, y la de La Ribera también, eran y son demasiado "gallos", demasiado exigentes, demasiado autónomos.
Ante esta actitud general de los mayores, siempre quejándose por todo pero incapaces de hacer nada para corregir el problema, obligaron a la juventud a marcharse buscando fuera las oportunidades que no tenían en su tierra natal. Instalados principalmente en Torreblanca, Oropesa y Castellón, unos se instalaron como albañiles, otros como fontaneros, otros en hostelería y otros muchos estudiaron y sacaron una carrera que les permitió alejarse de un lugar sin futuro.
Pero eso no ocurrió solamente en la Ribera de Cabanes, también el pueblo tuvo un importante descenso de la población que llegó a ser preocupante.
Ante la escasa rentabilidad de la tierra y el duro trabajo que nadie quería realizar, se impuso el abandono de los campos y de la zona.
Solo la proximidad a la costa y a la capital provincial, nos salvó a todos del abandono de la villa y de sus núcleos de población. Aunque muchos se fueron, otros vinieron a ocupar su lugar y la población se ha visto incluso aumentada pero... ¡ese no es el argumento de esta entrada...!
Tenía yo poco más de 16 años de edad cuando pernocté por primera vez en La Ribera. Al ser mi madrastra hermana de Encarnación París, casa lindante con la conocida "Venta de Germán" en el núcleo del mismo nombre y regentando su hijo Daniel París un taller de bicicletas en los bajos de la misma casa, me invitaron a bajar a las tradicionales "Festes de Sant Pere".
Yo no desaproveche la ocasión y primeramente en la casa de "mi tía" y posteriormente en la de alguna de sus hijas, pasaba allí el día de "Sant Pere" y el de la víspera, de igual o mayor importancia.
El día anterior a "Sant Pere" era (y es) tradicional la famosa verbena que entonces se hacía siempre en el grandioso comedor de La Venta, habilitado como Pista de baile, claro que las cosas no eran como ahora... Por una simple cuestión económica, casi todos los años la orquesta contratada era el Conjunto Ildúm, vecinos todos de Cabanes.
Manolo Bonet a la batería, Pepe el de Légido al saxo tenor, Pepe el Merdero de vocalista y acordeón, Octavio el Ferré a la trompeta y Javier el de Cano al saxo bajo, hacían las delicias de la concurrencia al compás de "El manisero", al tiempo que todas las madres de las chicas presentes en el baile, en una perfecta circunferencia, rodeaban el salón sentadas en sillas al efecto vigilando la proximidad con que chicos y chicas bailaban. Una mirada y una subida de cejas de la madre eran suficientes para que el casi imperceptible roce de tu pareja contigo desapareciera, para disgusto de unos y otras. Sin embargo ellas, más listas que nosotros y necesitadas del mismo roce, intentaban bailar en la otra parte del salón, alejadas de las miradas de sus madres que, como tortugas, levantaban las cabezas y hasta su culo de las sillas intentando averiguar el paradero de sus hijas.
El Merdero desgranaba las notas de La Hiedra, un bolero que invitaba a las parejas a reducir distancias, ante la preocupación de las madres presentes. ¡la carne es tan débil...!
Abrázame, abrázame mi amor,
igual que la hiedra...
Vivo loca por tí,
en plena juventud,
a tí me ligaré
y a ti consagraré, mi vida...
Claro, con esas letras y con esos ritmos, las madres preocupadas. ¡Y con razón!. En un núcleo sin luz pública y terminándose el baile de madrugada, cuando no había madres por medio era obligado acompañar a las chicas a su casa. Pobrecitas... ¡estaba tan oscuro!. Para el siguiente día, festividad del Santo, era obligado quedar para la mañana de playa o bien al guateque que también las pandillas de allí organizaban por la tarde. La noche de los sábados y la tarde-noche de los domingos y días festivos en el Bar Julve, había sala de proyección y el cine o el baile estaban asegurados.
Allí acudíamos los que las chicas del pueblo no nos hacían el caso que nosotros demandábamos. Para entonces ya tenía yo 18 años y en la zona de La Ribera las chicas, más modernas por su cercanía al litoral y ante el incipiente turismo, no eran tan recatadas y las cosas funcionaban mejor.
Los ligones de la pandilla éramos Enrique el de Concha y un servidor, aparentemente los más necesitados y las chicas, siempre tan condescendientes y maternales, al vernos tan necesitados...
Sin embargo, cosas de la vida, mis pensamientos quedaban en Cabanes puesto que allí estaba el amor de mi vida, claro que aquel amor solo tenía 14 años y apenas empezaba entonces a despertar a la vida y a ese tipo de inquietudes. El hecho de ser un bombón tampoco me ayudaba en absoluto puesto que allí por donde pasaba todos le decían alguna cosa y ella, lógicamente, se lo creía un poquito y con razón.
Mi vecindad, puesto que nuestras casas estaban unidas por la parte de atrás y viéndonos todos los días en la casa o fuera de ella, unido ello a mis requiebros permanentes, terminó por desatar en ella el amor que ya en mí hacía tiempo que existía... ¡y la naturaleza hizo todo lo demás!
Con aquel sí, que se produjo a sus dieciséis años (yo veinte) finalizaron mis viajes a la Ribera de Cabanes y a cualquier otro lugar.
Ella me dio tres hijas maravillosas y éstas (hasta ahora) otras tantas nietas tan guapas como su abuela lo fue... ¡y lo es todavía!.
Ahora tenemos además un nieto, el más espabilado del colegio (a mi entender) porque, claro, qué vamos a decir los abuelos... ¡Pues eso!.
RAFAEL FABREGAT
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