9 de agosto de 2010

0129- EL UNIVERSO DE LOS DESFAVORECIDOS.

Pocas familias hay en Cabanes que puedan presumir de riquezas. 
A lo sumo habrá una docena mal contada de fortunas que yo llamaría de clase media alta, si nos atenemos al patrimonio catastral de rústica, que quedan rebajadas a media o media-baja por la escasa rentabilidad de la agricultura actual y la falta de interés general de la juventud en todo aquello relacionado con este tipo de actividad, de duro trabajo y escasos beneficios.
Apenas 20/30 años atrás, tener un huerto de naranjos era la aspiración de muchas familias, el orgullo de quienes lo poseían y la envidia, sana o no, de quienes tenían el referente como meta. De hecho, los que podían, tenían como meta el poder comprarlo algún día o transformar sus fincas de secano en regadío y poder así plantar el insuperable cultivo.

Hoy, al menos por estos lares, nadie vive de la agricultura y aquellas familias (no más de diez) que mantienen sus campos perfectamente cuidados, son gente jubilada o tienen otros ingresos principales. La agricultura, independientemente de la clase de cultivo y situación, ya no es rentable y, más lamentable aún, no creo que esto tenga vuelta atrás. La élite de los antiguos elegidos es ahora gente del montón. Claro que, desde un punto de vista elitista como el suyo, podrían llamarse el universo de los desfavorecidos. Hace pocas décadas los hombres, en bares y tabernas, no tenían otro tema de conversación que la agricultura y sus afines. El tiempo, los precios de los diferentes productos, si había o no cosecha sobre los árboles, o si determinada plaga se combatía con este o aquel producto. 

Se invirtieron grandes fortunas, teniéndolas o no, en trasformaciones de fincas, instalaciones de goteo, plantaciones de todo tipo y perforación de pozos subterráneos que permitieran la irrigación automática en zonas hasta entonces de secano. 
No faltaron quienes, en medio de una reunión o cena con los amigos, sacaban su teléfono móvil para, vía satélite, poner en marcha un riego por goteo, alardeando así de la riqueza y adelanto de sus instalaciones.
Pero pocas cosas hay que cien años dure y, aunque justamente por su cercanía nos parece increíble, aquellos sueños se han desvanecido. Los que no tienen otros medios de subsistencia, resisten como pueden el embate de las circunstancias trabajando como negros para mantener medianamente decentes sus instalaciones con el menor gasto posible, ingresando una rentabilidad anual totalmente escasa cuando no inferior a los costos anuales desembolsados.

En las actuales cenas o tertulias se puede seguir hablando del tiempo; del calor o frío inusuales, de si habrá más o menos setas y de los incendios que hay o puede haber por nuestra comarca, pero nadie menciona si la cosecha de almendras es alta o baja, de si la naranja ha cuajado en buena proporción ni, por supuesto, de si hay o no hay corredores que ya pregunten por ella. Yo lamento muchísimo la coyuntura actual, naturalmente que sí, pero los que no tenemos huertos de naranjos ya podemos entrar en conversación con los amigos, somos uno más en la tertulia. Es más, incluso diré que si queremos, que va a ser que no, podemos hablar de mil cosas más que aquellos que, queriendo o sin querer, nos dejaban de lado en un tiempo no tan lejano. ¿O es que no se daban cuenta de ello?. Para esta gente desencantada, ya no es tema de conversación los kilos de fruta que pueda haber sobre los árboles ni el precio que pueda alcanzar pero, siendo grave, esto no es lo peor. Lo peor, repito, es que no hay vuelta atrás. 

Con la globalización el minifundismo está muerto y enterrado, como lo están un sin fin de negocios pequeños y medianos que, hasta ahora, nos permitían a muchos ganarnos el sustento. Que nadie se ría, pues habrá palo para todos.
- Cuando las barbas del vecino veas pelar, pon las tuyas a remojar. -dijo quien lo dijera.
Tampoco es tema de conversación el otrora famoso Marina d'Or. El pescado de los pobres está vendido (y cobrado). Las ofertas millonarias ya no existen y nadie sabe si algún día regresarán. Desde luego es muy difícil que los mayores lo veamos. A algunos que decían recibir ofertas millonarias (de euros), les pasó el tren que no quisieron tomar, pero que nadie desespere. Ya vendrán tiempos mejores, no hay mal (ni bien) que cien años dure. La empresa Marina d'Or, que con gran desencanto vemos abandonado a su suerte, en un mar tormentoso y revuelto, puede volver incluso con mayor fuerza si cabe y los que ahora lloran pueden volver a reír. 

Los socios capitalistas podrán volver a "reunirse" con los magnates del turismo de ocio en las grandes salas de cenas y reuniones y sus acciones, hoy papel mojado que nadie compraría a precio alguno, volverán a salir del abismo en el que ahora están inmersos y volverán (o no) a cotizarse como oro en paño. 
Solo un problema veo en el horizonte: para cuando esto ocurra los que ya tenemos una edad no estaremos para verlo y, se diga lo que se diga, lo que no ves... ¡No existe!. 
La gente de mi edad, unos mejor y otros no tanto, ya lo tenemos claro. Pero detrás viene pisándonos los talones una juventud que aún no sabe de que vivirá, ni si podrá hacerlo siquiera. 
Hasta la llegada de la crisis, más de cuatro de esos jóvenes creían que podían comerse el mundo, como antes lo creímos otros. 
En estos momentos alguno de ellos, los más listos, ya se han percatado de que la realidad es muy distinta y que salir se podrá salir pero, contrariamente a lo que ellos y nosotros preveíamos, no será sin esfuerzo.

RAFAEL FABREGAT

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