6 de junio de 2010

0088- ANTIGUOS OFICIOS DE CABANES.

Acabada la guerra civil española pocos años atrás, la escasez era tan grande que nada, absolutamente nada de cuanto entraba en la casa, podía tirarse. Lo comestible se comía o se trasformaba en estiércol y el resto de bienes se reparaba hasta el infinito y cuando esto ya no era posible, se reciclaba vendiendo el material a "Danielet el carreté" que lo compraba todo, o casi todo. Hierro viejo, botes de conseva vacíos, huesos, trapos, papel y cartón, pieles de conejo, etc. Los casquillos de bombilla era lo que mejor pagaba... Un casquillo "dos quincets foradats". En el patio descubierto que tenía en la parte trasera de su casa había varios montones, según el tipo de material. El de huesos de diferentes animales eran tan grande que todavía hoy no puedo imaginar de donde los sacaría. Dudo que pudiera cargarse en un remolque de tractor. Claro que entonces había mulos y todo tipo de animales en todas las casas y de vez en cuando se morían de viejos. Eso será...

Un oficio bastante común era el de cabaseros y sarieros, aunque pocos con el oficio en exclusiva.
Eran los encargados de confeccionar todos los artículos de palma y/o esparto. "Cabaços, sarietes, sembradoras, etc." que toda la gente utilizaba para los diferentes trabajos del campo. Sin embargo en muchas ocasiones ellos solamente se encargaban del trabajo de cosido de la pieza.
Cuando llovía o hacía mal tiempo, la gente aprovechaba esas jornadas perdidas en hacer pleita o llata y sacarse una ayuda para la economía de la casa.
Su nombre viene de las tiras o rollos que, de palmito o esparto, eran previas y necesarias para confeccionar posteriormente los capazos de uso cotidiano y la Sarieta para los animales de labor.
Teniendo gran parte de las casas animal de labranza, pero careciendo muchos del dinero necesario para adquirir el carro correspondiente, algunos de ellos acostumbraban a llevar el "Matxo amb saria".
Esta especie de capazo de palma alargado se ponía a lomos del animal y colgando casi un metro por cada lado, formaba dos grandes receptáculos o "cornalons" donde poner cualquier tipo de carga. Era la solución ideal para los agricultores con menos posibles.

El dicha "saria" se colocaba el abono para la siembra, la simiente, agua y comida para dueño y para el animal y ya de regreso, podían transportar cualquier tipo de cosecha o leña para la casa. En la parte alta del animal se solía poner el arado y las barras, mientras que el labrador iba normalmente a pie con el animal cogido del ronzal. Con pedidos o sin ellos el primer trabajo del "cabassero" era preparar todas las "brazas" necesarias de "pleita o llata" para después realizar el difícil trabajo de coser a medida, aquello que se les encargaba: "cabasos per a la taronja" "per a escampar fem" "per a les armeles", etc. y naturalmente las grandes "sarias" o "sarietes".
Normalmente el trabajo de cosido o confección de las piezas era a cargo de los hombres, mientras que la "llata" solÍan hacerla las mujeres, más rápidas y habilidosas.

A falta de plástico y goma, era mucha la demanda de diferentes productos elaborados con estos materiales, con base de "llata" con palmito de la zona, aunque también se hacían algunas cosas con esparto. Sin embargo la competencia era dura puesto que eran muchas las casas que trabajaban el palmito y muchas también las que, con mejor o peor resultado, se hacían ellos mismos los capazos para la casa. Los profesionales de mayor importancia en Cabanes eran "Elietes el de Peleto", llamado también "el Sariero" con taller en el carrer de Castelló y casa adyacente; el "tío Nelo el Pardo", hacía lo propio en el carrer Capitán Cortés, hoy carrer de La Font y "José el Pardo", en la calle de San Antonio

La de Espardenyer, era una profesión de características similares a las señaladas en el oficio anterior ya que, formada la alpargata de "pleitas" de cáñamo y esparto picado, el trabajo seguía parecidos pasos y materiales. Realizada la pleita que debía tener las brazas necesarias según el número a calzar, un operario, en este caso el "tio Serengue el Boix", junto a su propia barbería, procedía a la confección y cosido de la suela que, aunque era lo menos visible y agradecido, era sin embargo el trabajo más comprometido puesto que de su exactitud en largo y anchura derivaba la posterior comodidad del usuario. Confeccionada y acabada la suela la "tía Natalia", su mujer y madre de Diego y Adela, cortaba y cosía a la suela la "careta i talonera" así como las cintas que servían para atar la alpargata a la pierna, dejando ésta terminada.

La de "Llandero o quinquiller", era otra profesión, ya en desuso que, en Cabanes, adquiría su máxima expresión en la "tía Bienvenida la Llandera" que tenía establecimiento abierto al público en los bajos de la casa de Borrás en la plaza del Generalísimo, hoy "dels Hostals" y que posteriormente se trasladó a la calle de San Vicente, donde vendía los diferentes utensilios de barro cocido (ollas, cazuelas, peroles, etc.) así como los artículos de latón o de zinc (cubos, cacerolas, paellas, etc.) ofreciendo también el "servicio técnico" o reparación de aquellos mismos cacharros, que llevaba a cabo su marido y posteriormente su hijo Pepe. También en la parte trasera de la Iglesia había dos hermanos "Pepe y Manolo els quinquillers" que siguieron el antiguo oficio de sus padres. Sin embargo, ante la falta de trabajo, prontamente se dedicaron a trabajar como asalariados en los diferentes talleres de confección de escobas de la localidad.

Los dos hermanos trabajaron para el padre de este servidor, aunque en aquella época era normal que cambiaran de taller con mucha frecuencia. El trabajo de "quinquiller" era el escalón más bajo de la profesión, ya que ellos nada tenían para vender y su oficio era la sola reparación (sin venta) de cualquier cacharro de barro o metal y que en Cabanes siempre habían desempeñado sus padres. Como se ha dicho anteriormente vivían detrás de la Iglesia y allí tenían también su taller, aunque también iban por las casas con un infiernillo de carbón estañando los cacharros metálicos y grapando los de barro más grandes como lebrillos y tinajas de todos los tamaños. También arreglaban las sillas de cuerda o anea. Manolo y Pepe, no siguieron el oficio de los padres y se dedicaron a hacer escobas a destajo, a la vez que también se dedicaban a encalar fachadas, primeramente con brocha atada a una larga caña y posteriormente con máquina de sulfatar.

"Granerer o granerero", era otro de los oficios de la gente pobre de entonces, aunque ha resultado ser más longevo de todos, debido a su fácil transformación en distribuidor de artículos de limpieza.
De hecho, quien esto escribe nació en uno de estos talleres y ha vivido de ello durante toda su vida, traspasando el negocio de distribución a una de sus hijas.
Este trabajo estaba un escalón por encima de los anteriores, puesto que era ya una actividad industrial con una cierta inversión en materias primas.
Para ejercer esta actividad a escala profesional era necesario el stocaje con almacén suficiente y una inversión económica que no todos los pobres podían afrontar.
Palma y mangos son productos de temporada que había que comprar en su momento y almacenar en cantidad suficiente para trabajar todo el año, lo que precisaba de local y capital suficientes.
Aparte lo anterior, el "granerer" necesitaba un mínimo de 6/8 operarios para desarrollar la labor al por mayor, pues constaba de varios trabajos perfectamente diferenciados, a saber:

Mujeres para hacer los manojos de palma, escoberos para atar las escobas y otros para limpiar y darles a las escobas el correcto acabado; pelar los mangos de caña, cepillar el palmito, cortar el sobrante, empaquetar las escobas a doce unidades, etc.
Esta cantidad de operarios podía aumentar, en número no proporcional, siempre y cuando alguno de ellos supiera realizar varias funciones.
Las ventas, siempre a mayoristas, precisaban de un sistema de transporte y forma de cobro aplazado, a pactar previamente. A pesar de todas las dificultades señaladas, en el Cabanes de posguerra llegó a haber más de diez escoberos simultáneamente. Eso sin contar a algunos agricultores que, conociendo también el oficio, hacían alguna cantidad en los días que por alguna razón no iban al campo. Esta gente trabajaban con su propio material o bien lo recogían del almacén, al cual le vendían después las escobas terminadas.

La de Corretxer, era otra profesión más especializada y lucida que, en nuestro municipio, llevaba adelante el "tio Perfecto el corretxer" para mayor admiración de su clientes locales y foráneos que siempre disfrutaban la finura y buen gusto de sus trabajos. 
A ningún hijo de Cabanes le puso su madre un nombre tan apropiado: ¡Perfecto!.
El perfecto cortado y cosido de las pieles y la multitud de dorados clavos, deslumbraban al vecindario que multiplicaba día a día sus encargos. A
nte la compra de un nuevo carro o cambio de caballería, hacían su aparición "el millor colleró, silla y corretxot, cabesó" y todos los arreos en general que, indefectiblemente, llevaban la firma de las habilidosas manos del tío Perfecto. 
Sus clientes, orgullosos por la adquisición de tan brillantes piezas de marroquinería, mostraban satisfechos a sus vecinos el perfecto acabado de los artículos adquiridos. 
Aunque los últimos años de su oficio los llevó a cabo en la casa familiar de la Calle Delegado Valera, situada junto a lo que actualmente era el Bar Luis, creo recordar que anteriormente tenía su taller en lo que ahora es la casa de Hortensia, también en esa misma calle del carrer de Castelló.

También la de Afilador, era otra profesión que iba con la época.
Solían llegar al pueblo en bicicleta, y al llegar a las primeras casas ya hacían sonar aquel silbato tan característico que recogía no menos de 8/10 notas.
Con las ruedas de amolar sobre el portamaletas, el sillín de la bicicleta era giratorio.
Plantaban la bicicleta sobre un caballete al efecto y sentados mirando hacia atrás pedaleaban sobre aquella rueda trasera que provista de una polea hacia girar las muelas. Unas décadas después ya llegaban en moto y todo se hizo más cómodo para el sufrido amolador, puesto que con el motor al ralentí las muelas rodaban sin esfuerzo ninguno, pero no llegaron a disfrutar del interesante adelanto técnico puesto que, en pocos años, la industria se modernizó y ya valía más dinero amolar un cuchillo o unas tijeras, que comprarlos nuevos.

Con el Capador finalizaremos este repaso a los oficios antiguos de Cabanes y su comarca. A su llegada al pueblo hacía sonar un instrumento parecido al del amolador, si no era el mismo. Lo de capador era principalmente para los cerdos que, de esta forma, se hacían más grandes en menor tiempo. Tanto en machos como en hembras, se trataba de hacerles un pequeño corte en "salva sea la parte" y extraerles los órganos reproductores, cosiéndolo después y echándoles un buen chorro de mercromina o similar. Para los mulos o "matxos", dada la fuerza de estos animales, el procedimiento era tirar entre varios hombres al animal en el suelo y tras atarle convenientemente las cuatro patas con una cuerda, darle varias vueltas a la "bolsa" del animal rompiéndole el conducto erpermático; había algunos que también cortaban y extirpaban. Todos los sistemas empleados, tanto en los cerdos como en los mulos, eran siempre "en vivo" sin tipo alguno de anestesia...
¡Pobres animales...!
Afortunadamente todo eso ha pasado a la historia... ¿O no?. Uffff, los pelos se me ponen de punta solo de pensarlo, pues lo he visto en vivo y en directo...

RAFAEL FABREGAT

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