Naturalmente su descubrimiento llevaba aparejado algún fundamento más ya que, catalogar como de importancia excepcional a la que se llamó Ley de Newton sonaba entonces un poco a risa. Sin embargo, en principio, no había gran cosa más que añadir al hecho acontecido.
El hombre acostado sobre la británica yerba, a la sombra de un manzano y panza arriba como correspondía a un inventor y gran artista de su tiempo, vió por primera vez lo que millones de seres ya habían visto miles de años atrás... ¡una manzana madura que caía del árbol! La diferencia estuvo en que sus antepasados se la comieron sin más, mientras que a él le dió por preguntarse el por qué de su caída.
- Si la luna no cae, ¿Por qué caen las manzanas...? -se dijo.
Repito que, visto así, la cosa parece de risa pero nadie entonces supo responder a esta simple pregunta. Bueno lo de simple nos parece ahora cuando, gracias a Newton, todos conocemos la Ley de la Gravedad y sus consecuencias pero, como he dicho antes, nadie entonces supo responder a su pregunta, es más, anteriormente ni siquiera se la había planteado nadie.
Naturalmente poco sentido tiene seguir hablando de Newton y de la Ley de la Gravedad. Es un tema demasiado conocido. Sin embargo si que puedo hacerlo de otra "gravedad", la de la vida. Una variante que muchos ignoran porque esquivan las obligaciones para con sus mayores.
Para el conocimiento de esta "Ley" hay que reunir dos requisitos: Ser viejo y haber cuidado a muchos viejos. Es en ese contexto cuando se sabe lo que es la vida y lo poco que vale. Es triste, para la gente de bien, ver que buena parte de la gente no muere porque su vida haya llegado al final...(?)
La gente se muere de cansancio. Les faltan las ganas de vivir porque se dan cuenta de que ya no son necesarios, ni útiles, ni queridos. Se mueren por falta de amor, en una sociedad materialista que les da la espalda cuando su presencia es de todo punto prescindible. Esta realidad suele vislumbrarse alrededor de la jubilación pero, sin embargo, a esa edad nadie quiere todavía morirse. La razón es simple, son aún autosuficientes.
La persona mientras puede valerse por si misma, quiere vivir. Es consciente de que nadie ya le tiene en cuenta, pero mientras es capaz de autogestionarse la existencia no tiene el más mínimo interés de abandonar lo único que tiene, la vida.
Sin embargo el reloj sigue avanzando y el tiempo transcurre a otro ritmo. Aunque nadie sabe donde está la meta, ya no se mira lo que falta, sino lo que queda. Hay pocas ilusiones y las que hay, por una u otra causa, son arrebatadas. Unas veces por falta de salud, otras porque la falta de cariño hacia ellos se hace patente.
Nuestra generación, oído esto a muchas de las personas con las que me relaciono, no ha tenido suerte. Hemos pillado el cambio de roles generacionales. Criados de nuestros padres y de nuestros hijos.
En nuestra época no se nos estaba permitido a los jóvenes conversar con los mayores y mucho menos opinar. Había un respeto y nuestros padres, por el solo hecho de serlo, tenían siempre la razón o había que dársela.
Hoy, cuando nos encontramos a las puertas de ese trágico umbral, en el que la juventud se ha alejado de nuestras vidas, tampoco podemos opinar porque los hijos nos lo impiden. Más que nunca, el viejo estorba.
Yo también fui joven un día no tan lejano pero entonces, como he dicho anteriormente, las cosas funcionaban de otra manera. Resulta chocante que sea justamente el progreso el que traiga este sinsentido. Es el progreso el que aparta de la sociedad al trasto viejo que para nada sirve.
El viejo, hasta ahora confiado, habrá de fortalecerse para defender ¡nada menos que su vida! ya que está visto que de la sociedad poco puede esperar.
RAFAEL FABREGAT
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