En España la fabricación de bicicletas tiene sus raíces en la industria armamentística.
A consecuencia del Pleito Armero de 1.923 la industria de Eibar se resintió notablemente y decidió diversificar, dedicando sus esfuerzos a la fabricación de bicicletas.
Las grandes fábricas de armamento vieron en esta máquina un filón que había que aprovechar y buscaron asociarse con quienes ya trabajaban en ello. Modificaron y renovaron sus máquinas para producir a gran escala lo que hasta entonces había sido una producción testimonial.
En cuanto al ciclismo, fue un invento de los fabricantes para dar a conocer el "velocípedo". Los corredores no eran importantes puesto que los fabricantes no tenían interés alguno en promocionar a quienes montaban las bicicletas. La necesidad vital era vender "máquinas". La fábrica española más antigua fue ORBEA que inició su andadura en Eibar (1.860) siendo también la primera que instaló la energía eléctrica en sus talleres en 1.890.
La primera prueba ciclista se organizó el año 1.910 (EIBAR-ELGOIBAR-EIBAR) desconociéndose el ganador. No sería hasta 1.913 cuando se tendría en cuenta en nombre del corredor que ganaba las competiciones, por lo que Cándido Arrizabalaga es considerado el primer ciclista español ganador en competición.
La fundación del primer Club Deportivo Ciclista se produjo en Eibar en el año 1.924 y la primera "Vuelta ciclista a España" se celebró el año 1.935. Aunque ya se fabrican bicicletas en España, es una producción testimonial exclusiva del país vasco (Eibar) que apenas si atiende el consumo de la región. No hay distribución nacional. Posiblemente esta foto es de la primera bicicleta que entró en Cabanes, propiedad del tío Ros de Corona. Fabricada en Francia; llantas de hierro, ruedas de goma maciza, trasmisión por cadena y biela regulable.
Estamos en Cabanes y es verano de 1.925...
Gran deportista, Herminio Fabregat Ribés (mi padre) fue desde muy joven un gran aficionado al ciclismo siendo la suya, a pesar de venir de familia tan humilde, la segunda bicicleta que entró en la localidad. No tenía nada de extraño tal afición puesto que siendo la bicicleta una gran novedad, al menos por estos lares, solo el hecho de subirse en una de ellas era ya una gloria que muy pocos disfrutaban entonces y poseerla el sueño inalcanzable de todos. Por qué y como la consiguió Herminio es de muy fácil explicación: las ganas de trabajar y el tesón puesto al servicio de tan dura meta, obraron el milagro convirtiendo en fácil lo difícil y en posible lo que nunca creyó que lograría. Conseguida la parte económica de aquella singular ilusión quedaba otra difícil meta por lograr, la cual era el hacerse con aquella extraña máquina que tan poco abundaba.
La producción vasca de este tipo de "máquinas" era escasa y apenas si atendía la demanda regional, por lo que no había distribuidores que a nivel nacional facilitasen su compra.
Fue el "tío Ros de Corona” quien se la traería de Francia, aprovechando el cambio de la suya por un modelo recién salido al mercado ¡que llevaba las ruedas "llenas de aire", lográndose de esta forma una conducción de mayor comodidad y consiguiéndose una más alta velocidad con menor esfuerzo, al haberse eliminado el peso y la dureza de las ruedas macizas que era el sistema que se había utilizado hasta aquel momento. Anunciada de antemano la llegada de la diligencia de Castellón, la entrada a Cabanes del tío Ros de Corona fue todo un acontecimiento.
Toda la chiquillería local y buen número de mozos veinteañeros y curiosos en general, esperaban apostados en el Hostal de Amado junto a la Carretera de Zaragoza, la llegada de la Diligencia en la que retornaba el viajero acompañado de las susodichas máquinas.
Parte de aquella chiquillería, impaciente ante el singular suceso que rompería la monotonía de nuestro pequeño pueblo, llegó hasta la Caseta de l'advocat en un afán vanguardista: ser los primeros en divisar el esperado objetivo, que era el acontecimiento de la jornada. La carretera de Zaragoza era en aquella época de machaca cubierta de tierra, convirtiéndose en un barrizal en los escasos días de lluvia y en una descomunal polvareda cuando se circulaba en tiempos secos, aún teniendo en cuenta la escasa velocidad de aquellos vehículos de "gasógeno" que, aunque bastante modernizados, no superaban ni mucho menos los 30 Km. por hora. Hacía ya algunos años que la diligencia había dejado de funcionar con caballos habida cuenta los muchos accidentes sufridos por vuelco, motivados por el desboque de los nerviosos animales, uno de los cuales tuvo lugar en la misma Posta del Hostal de Amado el día 2 de Noviembre de 1.910 y que se saldó con algunos muertos. De ello da fe la estela de cerámica que figura en la fachada de este edificio todavía existente.
En aquel año 1.925 los coches habían aumentado en tamaño y comodidad y también en su velocidad media, puesto que los caballos habían sido sustituidos por el motor de gasógeno (a vapor) y el único material que dicha máquina requería era agua y carbón, siendo muy rápido el repostaje en comparación con el que se necesitaba cuando los coches eran tirados por caballos. Solo el cambiar a los agotados animales, de los que siempre había reserva en las Postas Oficiales, ya era un tiempo considerable que requería casi una hora. A más de 25 km. de la capital, el Hostal de Amado era una de esas Postas oficiales y en ella hubo anteriormente mulos de reserva y actualmente el carbón para abastecer a las nuevas Diligencias. No en balde se dice que en dicho hostal pernoctó incluso el Rey, muchas décadas atrás.
El tiempo fue pasando y… de pronto un punto negro en el horizonte, que destacaba perfectamente centrado sobre una inmensa nube de polvo. El griterío de la chiquillería apostada en las inmediaciones de la Caseta de l'Advocat fue el detonante que animó a la concurrencia que esperaba impaciente en el Hostal de Amado.
- ¡¡¡ Ja venen, ja venen...!!!
A partir de ese instante y hasta que la Diligencia llegó a la Posta, cargada hasta los topes de chiquillos que se colgaban del mas mínimo asidero posible y seguida a todo correr por aquellos que no tuvieron tanta suerte, todos quienes estaban esperando parecían presos de una extraña enfermedad que les impedía permanecer quietos un solo instante. El más nervioso de todos los presentes era naturalmente Herminio que, aunque no protagonista, era partícipe destacado de aquel acontecimiento. La Diligencia llegó por fin, siendo rodeada de inmediato por todos los allí reunidos. El tío Ros, lleno de polvo pero elegantemente ataviado y calzado con unas alpargatas valencianas nuevas que compró a su llegada a Castellón, puso el pie en el suelo ante el alborozo general, siendo asediado a preguntas por todos los concurrentes.
Propietario de uno de los talleres locales dedicados a la confección de escobas, tenía ganados algunos dineros y siendo como era de carácter estrafalario y un poco intelectual, disertó explícitamente sobre los pormenores del viaje, mientras el ayudante del conductor descargaba los bultos del viajero que iban perfectamente amarrados en lo alto de la baca. Los pertrechos de tan ilustre viajero consistían en una maleta de cartón, cuyo color era casi indefinible por el uso y por las contínuas rozaduras a que había sido expuesta, amén del polvo acumulado durante el viaje; un saco en el que se adivinaban algunas piezas de repuesto y otros artículos de tipo personal, y... ¡perfectamente atadas con una cuerda de esparto y protegidas por una loneta que las envolvía, estaban las dos flamantes bicicletas!.
Para una mayor comodidad en su transporte hasta la casa, para atender la curiosidad de los presentes y para la propia satisfacción del viajero y de su cliente y amigo Herminio, las bicicletas fueron desembaladas en la Posta ante las exclamaciones de los concurrentes y las felicitaciones al viajero y, como no, a Herminio por ser el destinatario de una de ellas.
Cargada con nuevas reservas de agua y atiborrado el calderín de troncos de madera de carrasca, por haber problemas de suministro de carbón, la Diligencia de Gasógeno arrancó en dirección norte. Al mismo tiempo todos los presentes en una piña, cuyo centro eran El tío Ros y Herminio, llevando del manillar las relucientes bicicletas enfilaron el carrer Castelló hacia el centro de la villa, en bulliciosa conversación sobre las cualidades de las mismas y las velocidades alcanzables en teoría. Herminio, agradecido con el tío Ros de Corona, fijó como meta la primera taberna que les saliera al paso, al objeto de tomarse unas "cazallas" que refrescaran al viajero y a los amigos allí presentes.
Esta ronda llegó a los primeros cien metros pero no con cazalla sino con vino, ya que estando a la puerta de su Bodega “el tío Trinqueté”, les pidió que le mostraran las nuevas máquinas traídas de Francia y les invitó a una ronda del mejor caldo de sus toneles. A aquella ronda siguieron otras a cuyo pago quisieron colaborar algunos presentes, y el recibimiento se convirtió en una pequeña fiesta en la que salieron laudes y guitarras y en las que el centro de la misma continuaron siendo las dos máquinas y sus propietarios.
Siguió la comitiva, un buen rato después, hasta la “Fonda de Micalet” y después a “Casa La Perra” y “Café dels Frares” finalizando el recorrido en la “Taberna de Modestet”, donde ya con demasiado caldo en el estómago y habiendo bajado la concurrencia, se pararon a merendar las especialidades de la casa, que no era otras que los callos con patas de cordero y habas secas hervidas acompañadas con salsa de ajos y almendras picadas con perejil.
¡Cabanes tenía ya dos bicicletas...!
Como todas las cosas de la vida, poco a poco esta cifra fue aumentando, convirtiendo nuestra localidad en pionera, lugar de concentración y centro de pruebas comarcales, en las que Herminio fue muchas veces campeón. Dichas pruebas, primero esporádicas, iban siendo cada vez más frecuentes a medida que aumentaba el número de “privilegiados” propietarios de tan rápidas e imponentes máquinas.
Reconocía Herminio tener un rival especialmente capaz de superarle en fortaleza física y, por tanto, en ganarle alguna de aquellas pruebas ciclistas que ellos mismos organizaban. Dicha persona era de la localidad y llamado “Vicent el de La Querala”.
Vicent gozaba efectivamente de una fortaleza física privilegiada y conocida de todos los vecinos de Cabanes. Muchas décadas después, ya con más de noventa años de edad, iba todos los días al campo al apuntar el alba con su carro de mano regresando un par de horas después con el mismo abarrotado de hierba que había segado para alimento de más de doscientos conejos, con los que abastecía a medio Cabanes. Si esa era su fortaleza cuando tenía más que cumplidos los noventa años, es fácil imaginar lo que esta persona sería con veinte. No obstante tal despliegue de fortaleza física, decía Herminio que no se correspondía con el sentido común para administrarla, lo que hacía que saliera disparado al inicio de las competiciones ciclistas y ya semi-asfixiado llegara de los últimos a la meta. Se repetía pues, una vez más, el célebre cuento de la liebre y la tortuga... Pero esa no es la cuestión que nos ocupa en esta entrada. Lo más importante es que, a partir de aquel día en que el tío Ros llegó de Francia, Cabanes ya tenía dos bicicletas.
Para que ese número creciera solo había que esperar. (No mucho, por cierto)
RAFAEL FABREGAT
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