1 de diciembre de 2009

0023- PASCUA DE RESURRECCION.

Podría ser lunes (1.960), pero no un lunes cualquiera, ya que ayer fue Domingo de Ramos y con él ha comenzado la Semana Santa, siendo la esperada Pascua de Resurrección el premio final que nos habremos de ganar sobradamente los jóvenes, en estos días que faltan todavía. Es día lectivo y "els cagonets" entran en el aula de Doña Teresa que maneja la clase con permanentes gritos de... ¡¡¡Silencio!!!, juntamente con algún pequeño pescuezo.
Yo voy a la de Don Julio que es la siguiente, primera para mayores. Para alguno de mis compañeros de clase ha habido novedades importantes. Una reestructuración del reparto de alumnado ha hecho que, buena parte de quienes íbamos a la clase de Don julio, pasemos a la de Don Paco al que se teme por la frecuencia y dureza de los castigos que impone.

Quedarse sin recreo está a la órden del día y no pasa ninguno sin que saque del armario la regla con la que golpee la mano de alguno de sus alumnos, cuando no la punta de los dedos unidos "en cucurucho", que todavía escuece más. Yo he tenido suerte y no he llegado a sufrir dichos castigos...
Para no sobrecargar en demasía el número de alumnos de este aula, el mismo día de llegada a su clase Don Paco nos ha pedido que levantáramos la mano aquellos que supiéramos dividir, aunque solo fuera por una cifra. Dos o tres levantamos la mano en ese sentido y, sin comprobación previa de que fuera cierto, pasamos directamente a la tercera y última clase ¡la de los mayores! que regenta Don Francisco, el Director del colegio.

El susto inicial ha pasado y la inesperada novedad de pasar directamente, de la primera clase a la tercera, abre un mundo de posibilidades que desconocemos en ese momento.
Don Francisco era el director del colegio. Católico practicante donde los haya, tocaba el armonio de la Iglesia y dirigía el coro parroquial a la vez que era también director de la Banda Municipal. 
Formaba parte de la élite local y era por tanto uno de sus principales dirigentes.
Atendiendo sus órdenes como Director del colegio, la jornada empezaba con el izado de banderas y el cántico de los himnos franquistas, todos en correcta formación en el patio del colegio.

Acto seguido, ya en la clase, un Padrenuestro daba paso a los trabajos del día que solían ser un Dictado sobre efemérides de Religión Católica ó Historia próxima a la fecha del día en cuestión, que indefectiblemente acababa con el tradicional Recreo y la cola para recoger el tazón de leche americana en polvo que nos daban.
Una hora más tarde el toque de silbato indicaba el final del recreo y, prácticamente, de la clase matinal ya que apenas restaba tiempo para rezar el Ángelus y alguna nota preliminar sobre los trabajos a realizar por la tarde. Nada especial puesto que ésta se limitaba a realizar algún dibujo o bien a la lectura del Libro de España y poco más. Un año antes de finalizar el ciclo escolar, entonces hasta los catorce años y dos más después de salir de la escuela, tuve la suerte de que mis padres me permitieran asistir al "repaso" que impartía el maestro que había sustituido un año antes al llamado Don Paco.

Don José Manuel, que así se llamaba aquel maestro natural de Benlloch, que daba clase en aquella segunda aula a la que yo nunca asistí, se recuerda todavía como uno de los mejores maestros que han pasado por el colegio cabanense. Firme en sus convicciones y un poco brusco en los modos, no tenía otro objetivo que el de ejercer su profesión para el máximo provecho de sus alumnos. Hasta los dieciseis años fuí cada día a aquel repaso en el que aprendí cuanto sé y donde algunos de mi edad cursaron incluso estudios medios o las enseñanzas suficientes para acceder a ellos. Pero me he ido por las ramas extendiéndome demasiado en un tema que nada tiene que ver con el título de esta entrada.

En aquella Semana Santa de 1.960 y después de dos días de clase, cuya única asignatura había sido Religión, llegaba el miércoles Santo y con él la obligada Confesión General y los primeros actos eclesiásticos de la Pasión. Los alumnos, en rigurosa fila vigilada por los maestros, marchábamos desde el colegio hacia la Iglesia donde el párroco, ayudado por dos o tres sacerdotes más llegados de fuera, nos confesaba nuestros pecados; principalmente la desobediencia a nuestros padres, alguna falta a misa (pocas) y los pensamientos (y actos) impuros. Con la confesión general realizada y ya libres de todo pecado, nuestras almas impolutas empezaban las vacaciones de Pascua que nos liberaban de obligaciones escolares hasta el martes siguiente a San Vicente. Nada menos que doce días sin clase, aunque con un asunto que atender sin posibilidad de escaqueo: deberes y obligaciones eclesiásticas de las que tendríamos que rendir cuentas a nuestro regreso; y estas obligaciones empezaban sin más dilación, puesto que al día siguiente era Jueves Santo.

Ese jueves, durante el día, no había obligación alguna que realizar salvo la de proveerse de la "maza" que todos los carpinteros de la localidad tenían la "obligación" de regalar a cuantos niños se la pidiesen. Por la tarde los solemnes actos de rigor: Oficis, misa y simbólico lavado de pies a los apóstoles (concejales o "virtuosos" locales), previo pase de la matraca por las calles de la villa acompañada de los niños del pueblo (maza en mano) con el griterío y la típica frase de porta tancá bona massá. La matraca que portaban els coteros y el resto de niños, cada uno de ellos con la maza de madera que el carpintero de turno les había regalado para este fin, entraban en la iglesia ocupando los primeros bancos.

El momento en que simbólicamente moría Jesús, se acompañaba con el enorme estruendo que armaban los niños al golpear con sus mazas los bancos de la Iglesia. 
La intensa emoción del momento y el ruído infernal de las mazas golpeando los bancos, todavía me pone hoy los pelos como escarpias al recordarlo.
El ceremonial religioso era excepcionalmente intenso en aquellos tiempos. 
Varios curas confesando al mismo tiempo, sin poder dar abasto, al tiempo que otros se turnaban en sermones que parecían no tener fin. Las imágenes cubiertas con los morados lienzos y la escasa luz de la Iglesia recreaban la situación que el momento requería.

Al día siguiente, Viernes Santo, más de lo mismo con el añadido de la solemne e interminable Procesión del Entierro, con Ernestín el de Cona vestido de "negro demonio encapuchado" que, armado con un grueso garrote, encabezaba la procesión controlando a la chiquillería que abría la misma. 
La asistencia de fieles era tan grande que cuando buena parte de la procesión ya había sobrepasado la calle de San Vicente, en els cuatre cantons, mucha gente todavía no había salido de la Iglesia. 
La fé (o el miedo a todo y a todos) era mayor en aquellos tiempos pero, como todo en la vida, no duró para siempre. Después llegaba el Domingo de Pascua y renacía la luz y la alegría.

La "paga" en tan solemne fecha, era mayor y más todavía si se recibía triplicada, puesto que (al menos los jóvenes) celebrábamos tres días de Pascua. Con un poco de suerte y si no había algún castigo de por medio, se podía llegar a las 5 pesetas diarias (3 céntimos de euro). Era más que suficiente..., pensaban los padres que "controlaban" las necesidades reales de sus hijos, aunque no el destino real de aquel dinero que era el siguiente:
- 3,60 Ptas. paquete cigarrillos "celtas",
- 0,40 Ptas. una cajita de cerillas y
- 1,00 Ptas. una limonada "roja" del fabricante local (Siurana/Beltrán).
Aunque con saldo cero, las necesidades "más importantes" quedaban cubiertas.
En esta primera etapa, la merienda era temprana y se hacía en la casa de uno de los chicos. Cada uno sacaba lo que buenamente su madre le había puesto; yo tortilla y dos longanizas que llevaba en una pequeña fiambrera de aluminio llena de abolladuras que mi padre había traído de la Guerra Civil; un trozo de pan y la obligada gaseosa "roja" local. Los demás algo parecido. Al finalizar la merienda íbamos a "bailar/jugar" con las chicas y a fumarnos un par de cigarrillos, que nos mareaban y nos hacían toser. Naturalmente, también nosotros teníamos nuestra pandilla de chicas...

Ellas, con 10 años, nos esperaban con los labios pintados de un rojo chillón, entonces de moda, entre sus madres...
Pasaron dos o tres años y las pandillas se ampliaron. Nosotros, con la incorporación de José Antonio "el Teulé", pudimos ¡por fin! bailar sin cantar. (?) El Teulé tenía un transistor y, con música o con las noticias, nosotros bailábamos. Pagando el resto de amigos las pilas, eso sí, pero el que algo quiere algo le cuesta. Algo mayor que nosotros muy pronto tuvo carnet y coche. Un citroen que con solo dos caballos apenas si podía con nosotros. También ahí había que pagar la gasolina, naturalmente, pero la cuestión era viajar. (Hasta la Pobla Tornesa, como mucho).

El fichaje de Pepe el Maquet fué un éxito, mayor si cabe. Entre otras cosas porque éste no pedía nada a cambio. 
Gran persona y propietario de Pick-up trajo a la pandilla la oportunidad de hacer "guateques" como Diós manda, o sea, con música de verdad. 
Entre todos comprábamos discos (la mayor parte de segunda mano, a "Antoniet, el sort de Dotres" y el baile y las chicas estaban asegurados.
Mayores "pagas" de nuestros padres y el corte de "gavells de malea" que implantó "el Maquet" nos permitieron acceder a gastos impensables poco tiempo atrás. Las chicas aportaban merienda o pastas y nosotros la bebida, siempre de alta graduación y pocas veces del gusto de éstas que se quejaban con frecuencia de nuestra afición a comprar brandy y nunca licores dulces. 

No era egoísmo por nuestra parte; el motivo era que la firma FUNDADOR promocionaba la venta de su brandy regalando un disco por cada botella adquirida y ¡claro! había que aprovechar... En esa época las parejas ya no eran las iniciales, aunque no vamos a dar más detalles sobre el particular...
Pandillas de chicos y chicas ya no eran compañeros inseparables. La nuestra organizaba "guateques" con dos o tres pandillas diferentes de chicas y lo mismo hacían ellas, que se dejaban "querer" por otras tantas pandillas de chicos. Cosas de la adolescencia.
Los "60" estaban en todo su apogeo. Ya no había que esperar a la Pascua de Resurrección para organizar bailes y meriendas. Estábamos en plena adolescencia y había una vida que vivir. Como han hecho los jóvenes de siempre, nos dejamos llevar... ¡y fuimos a por ella!

RAFAEL FABREGAT

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