En primer lugar agradezco de corazón el interés que cientos de personas han demostrado al interesarse por mi salud. Gracias de verdad. No sabía que fueran tantas. ¡Gracias, gracias, gracias!.
Ya sé que me repito, como el ajo en el estómago de muchas personas pero, a pesar de estar a las puertas del mes de Agosto, quiero empezar a escribir nuevamente y después del zarpazo sufrido en mi salud, son pocas las ideas que se me ocurren y todas ellas con falta de interés.
Empiezo con un tema muy machado en este Blog, pero que forma parte importante de la vida de muchas personas de mi edad o similar:
El cine-teatro Benavente de Cabanes, cementerio de elefantes que nadie tiene interés en recuperar, debido seguramente a que sus actuales dueños participaron muy poco de todas las alegrías que allí se vivieron...
Todo se diluye en el tiempo. Cabanes nunca fue pueblo de abundancias, sino más bien de estrecheces, lo cual no quiere decir que se pasara hambre. También había familias adineradas y hasta incluso algún que otro "rico" pero eran pocos y pasaban casi desapercibidos pues gastaban menos que las familias que se dedicaban cada día a ganarse el jonal trabajando para los primeros.
A pesar de tanta escasez había una serie de "gastos fijos" que, también para los pobres, eran de obligado cumplimiento: Atender el recibo bimensual de la luz (14 pesetas); Recibo anual de la Contribución (aprox.40 Ptas.). Etc., etc.
Los domingos por la tarde, mientras las mujeres limpiaban casa y cacharros de la comida dominical, los hombres solían salir dos o tres horas, abarrotando todos los bares del pueblo con las acostumbradas partidas de cartas. Posteriormente, para los aficionados, partido de fútbol y recogida de la mujer y los niños para ir al cine. No ir al cine era como estar enterrados en vida. No se pòdía caer más bajo... Téngase en cuenta que aparatos de radio solo habría en 30 casas como mucho y, com o ahora, había que desconectar de la mucha política que entonces se "comía" a todas horas.
Obligatoriamente los niños tenían que estar en casa a esa hora puesto que era la única forma de ir al cine gratis, entrando con un adulto, especialmente si iba con los padres. Pasar la puerta de entrada a la sala era como entrar en otro mundo. De hecho, un espeso cortinaje separaba la antesala del patio de butacas y, para niños y mayores ya empezaba a fiesta.
Ante el lleno absoluto que había todos los domingos, los niños no podían ocupar una butaca y, a tal efecto, las tres primeras filas de cada lado de la sala, no eran de butacas, sino de bancos corridos donde se acomodaba la chiquillería que no habían pagado entrada. Para controlar esta indomable "clientela" el titular del cine (Laureano Boira) tenía contratado al tío Viçent el Teulé que nos mantenía callados un par de minutos y que, al cabo de un ratito, tenía que volver a poner paz, ante las quejas de los mayores próximos.
Llegada la hora se apagaban las luces de la sala y empezaba la proyección, con el natural griterío de los más jóvenes y el siseo de los mayores demandando silencio.
Como era de obligado cumplimiento, antes de la película se proyectaba el NO-DO, un documental de carácter político que ensalzaba lo acontecido en España la semana anterior así como las inauguraciones llevadas a cabo por el Jefe del Estado.
Aunque se supone que dicho local debía tener previsto un suministro eléctrico acorde a sus necesidades, raro era el día en que no se fuera la luz un par de veces o más. Un griterío ensordecedor (OHHHHH) y un ¡AHHHHH!, a la vuelta del suministro diez minutos después, ponía punto final al apagón. Los espectadores estábamos acostumbrados a ello por lo que no dábamos impotancia. En estos episodios nos dábamos cuenta todos, eso sí, del poco caso que los fumadores hacían a los cartelitos que, repartidos por toda la sala, rezaban PROHIBIDO FUMAR. En primer lugar porque, estando a oscuras, cientos de brasas de los cigarrillos se hacían visibles por toda la sala y en segundo lugar porque en aquellos años en los que todos los hombres fumaban, toda la sala era una intensa neblina que hacía que todos saliéramos del cine con los ojos enrojecidos.
Mientras un tal Paulino cobraba las últimas ventas del "ambigú" se emitía un corto de dibujos animados y posteriormente empezaba la película, invariablemente del Oeste, Historia Sagrada o alguna Comedia española que hacía olvidar al personal las penurias del resto de la semana.
Con escasas lluvias y nulos abonos, el campo daba poco de sí y solo el hecho de poner algo dentro de la olla ya era un alivio para los más desfavorecidos... Unas patatas, unas cebollas, tomates y unas hojas de laurel más una pizca de pimientón aliviaban el hambre y daban esa sensación de guiso que no era tal porque, naturalmente, la carne brillaba por su ausencia...
En fin, esa era la vida en los pueblos que teníamos la suerte de tener una sala de espectáculos como el Teatro-cine Benavente de Cabanes, hoy totalmente en ruinas...
En otros pueblos más pequeños, o con peor suerte si cabe, las mujeres, se conformaban con charlar con sus vecinas tras la limpieza de chacharros y cocina en general, bien en la entrada de la casa o en la propia acera de alguna de ellas, viendo como sus maridos marchaban acicalados camino de su bar de costumbre.
RAFAEL FABREGAT
Un abrazo a los lectores y muchas gracias.
Gracias por estar con nosotros de nuevo!!!
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