Evangelio de Lucas, capítulo 15, versículos 11-32.
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Escribas y fariseos murmuraron ante la parábola de Jesucristo sobre el hijo pródigo...
"Éste acoge a los pecadores y come con ellos..."
La narración decía en extracto lo siguiente:
Un padre tenía varios hijos y uno de ellos salió de la casa paterna, marchando a destino desconocido y haciendo su vida como quiso.
Pasado un tiempo, cansado de su aventura, pensó que su idea no fue buena pues había pecado contra Dios y contra quienes le habían dado la vida y le querían de verdad.
De todas formas, pensó que todavía estaba a tiempo de rectificar y se puso en camino hacia la casa de sus padres y hermanos, teniendo previsto decirles que no merecía su compasión y sí todas cuantas recriminaciones pudieran manifestarle.
El hijo pródigo inició su camino hacia la casa familiar y cuando todavía estaba muy lejos de alcanzarla lo vieron sus padres y corrieron hacia él abrazándole efusivamente...
Pero ellos dijeron a sus siervos: "Traed el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en sus pies. Traed el novillo cebado, matadlo y comamos. Celebremos una gran fiesta porque nuestro hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado.
Y comenzaron la fiesta...
Sus otros hijos estaban trabajando en el campo y, terminada la jornada, al acercarse a la casa oyeron la música y la fiesta, preguntando a los criados el motivo de tanto jolgorio. "Vuestro hermano ha vuelto y vuestro padre ha matado al novillo para celebrar que el hijo desaparecido ha sido recuperado sano y salvo..."
Los hermanos se alegraron y se sumaron a la fiesta, abrazando al hermano descarriado. Con estas palabras Jesús quiso demostrar que nada hay tan placentero como ser misericordiosos con los pecadores arrepentidos y su alegría por el cambio de actitud.
El enfoque de la parábola del hijo pródigo, no es el hijo joven extraviado y posteriormente arrepentido, sino los padres que -por encima del tiempo y el sufrimiento soportados- esperan que más pronto o más tarde se dé cuenta de su negativo proceder y, si todo acaba bien, corren con los brazos abiertos a darle la bienvenida al hogar. Los padres, ante la rebeldía de sus hijos, si hay arrepentimiento jamás dudarán en absoluto de perdonarles y acogerles en el seno familiar. Es lo lógico y natural, pues son carne de su carne y sangre de su sangre. Pecadores somos todos y en más de una ocasión decimos y hacemos cosas de las que más pronto que tarde estamos arrepentidos. Siendo así, no necesitamos ser Jesucristo para perdonarle a un hijo sus faltas. Normalmente, si hay castigo, no es a cargo de los padres, sino resultado indirecto de sus malas acciones.
Lo que mal se hace, mal suele acabar, pero, no por castigo de los padres a los pecados de los hijos, sino porque el negativo proceder siempre suele traer consecuencias del mismo calado. En este caso el arrepentimiento suele ser sentimental pero, sea como fuere, los padres siempre perdonan de forma incondicional. Es entonces cuando el buen hijo llega al arrepentimiento real, pues ve en los padres el amor real y desinteresado. La familia es ejemplo de toda la humanidad. Con discrepancias o sin ellas, unos hijos se someten a la voluntad de los padres y otros se alejan de ellos cogiendo el camino de la independencia, aparentemente más satisfactoria. Sin embargo las imposiciones de los padres siempre buscan la enseñanza y el bienestar de los hijos. Eso es lo que, más pronto o más tarde, el hijo debe reconocer.
RAFAEL FABREGAT
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