Este es el emplazamiento del que fue en su día un importante Monasterio, fundado el año 635 por San Fructuoso, que junto con el de Santa María de Carracedo era el más poderoso entre los bercianos. El conjunto inicial sería sin duda paupérrimo, puesto que solo sus manos y las de su joven discípulo Baldario fueron las que dieron luz a la obra. Era sin duda un simple oratorio que dedicaron a San Pedro Apóstol y ubicado frente al antiguo Castro Rupianensi. Con los años y junto a este oratorio se construiría más tarde el primigenio cenobio. Tras la muerte de San Fructuoso los monjes, ya entonces en más cantidad, siguieron con la vida monacal hasta la llegada de San Valerio, buscando la soledad y la oración como únicas disciplinas.
La llegada de San Valerio no fue bien aceptada por la comunidad, pero la interposición real les obligó a aceptarle y poco a poco se ganó su confianza hasta lograr que lo nombrasen Abad del lugar.
Bajo su dirección se amplió el cenobio y sus alrededores, dotándolo además de una gran huerta y jardines que mejoraron la habitabilidad de los monjes.
El monasterio de San Pedro era cada día más importante, quizás no en lo económico pero sí en cuanto a dominios.
Lo de las rentas era otra cosa puesto que, entre la realeza y los distintos señores que dominaban aquellos territorios, les usurpaban sus rentas y en muchos momentos se temió incluso por la supervivencia de los monjes. Parece ser que, en aquellos tiempos y en estos lugares, la Iglesia no tenía la fuerza y protagonismos que tuvo más tarde.
A principios del siglo VIII los musulmanes invadieron el Bierzo, destruyendo muchos de los monasterios de la comarca y lógicamente también el que nos ocupa. Prácticamente no quedó piedra sobre piedra y fue en 895 cuando San Genadio y doce discípulos procedentes del Monasterio de Ageo lo encontraron en completa ruina y decidieron darle nueva vida. Con tanto ahinco se emplearon que, en poco más de un año, habían conseguido llevar a cabo la suficiente restauración que les permitió instalarse en el lugar. Tan encomiable labor mereció la atención del obispo de Astorga que le nombró Abad del monasterio otorgándole la Regla de San Benito, que sustituía la de San Fructuoso y que permaneció hasta la obligada exclaustración promulgada por la Desamortización de Mendizábal de 1835.
El Monasterio de San Pedro, sus propiedades y rentas pasaron a la familia Valdés, político, prestamista y rentista, de las que apenas una década pudo disfrutar de ello.
En 1846 un gran incendio acabó con el Monasterio y su entorno, dejándolo en completa ruina.
A finales del siglo XX y haciéndose pasar por fraile suizo, un tal Carlo, apoyado por un grupo de jóvenes inexpertos, dijo querer restaurar el tejado de la iglesia y su campanario y se apropió de diferentes piezas históricas que nunca fueron recuperadas.
A principios de 2007 fue robada la lápida fundacional del año 905, fecha de su consagración oficial. Los trabajos de reiniciaron posteriormente y la restauración prosigue, a la espera de que algún día pueda recuperarse este antiguo e importante complejo monacal para disfrute de las gentes de hoy, que sin duda se verían complementadas por ávidos turistas y viajeros, amantes de la Historia.
Que así sea.
RAFAEL FABREGAT