En Agosto y con estos calores habrá que hacer una revisión del menú familiar. Totalmente aparcados los cocidos y los guisos, que no tienen razón de ser durante el verano. En esta época del año se imponen las comidas ligeras, no exentas de sabor y muy agradables a la vista. También en verano un buen desayuno es fundamental para comenzar bien el día. No hay que olvidar que, tanto en la playa como en la montaña, siguen practicándose las excursiones y los deportes. Hay que seguir comiendo pero, justamente por su frescura y sabor, las ensaladas no pueden faltar en ninguna mesa, incluso conteniendo legumbres y cereales.
No olvidemos que éstas pueden prepararse con los mejores productos de la huerta pero también con las abundantes y diferentes frutas que tenemos en esta época del año. A la hora de preparar comidas y cenas, los aperitivos fríos siempre son bien recibidos, sobre todo si van bien acompañados de un vino blanco o rosado a baja temperatura. Para los amantes del vino tinto, les aconsejo prescindan de la tradición de tomarlo a temperatura ambiente y que lo lleven al frigorífico un ratito antes de comer. Personalmente nunca tomo vino tinto a más de 16ºC. De hecho es casi nunca tomo tinto, pues me gusta el trago largo.
Tener el vino fresco en pleno verano no es posible conseguirlo de forma natural, si no se dispone de una cueva al efecto. Para eso están los frigoríficos, pero tengan presente que enfriar con prisas no es aconsejable. Las cosas bien hechas requieren su tiempo y con el vino sucede lo mismo. Lo ideal es que la temperatura del lugar en el que estén las botellas tenga una temperatura constante. No vale tenerlo almacenado en zona de temperatura elevada y ponerlo en el congelador cinco minutos antes de servirlo. Las levaduras necesitan su tiempo y el vino debe enfriarse de forma lenta y progresiva.
Habrán notado cuando han realizado la visita a una bodega o a unas cavas, que ese vino o ese champán con el que suelen invitarnos al final de la visita sabe a gloria. Aparentemente la botella de la que sirven esas copas, con las que agasajan a los clientes, son las mismas que puedes encontrar en cualquier supermercado, pero nunca has tomado nada tan especial. Naturalmente lo que te sirven no tienen nada de especial y efectivamente en la propia bodega o en cualquier tienda del ramo puedes encontrar ese vino que tanto te ha gustado. El secreto es darle la temperatura exacta que a ti te han servido y que ellos conocen tan bien.
Volviendo a las comidas veraniegas, todos no tenemos la sapiencia y el buen hacer de un chef de alta cocina, pero si conocemos la vieja ensalada de nuestra abuela del pueblo. No es nada complicado. En un tiempo en el que es difícil encontrar lechuga tierna, se imponen los tomates de huerta, la cebolla tierna, los espárragos, las olivas al gusto, el huevo duro y las salsas o mahonesas de nuestro agrado. Después solo hay que echarle imaginación. En una ensalada cabe casi todo... La ventresca de atún, anchoas del Cantábrico, pasta, fruta de todas clases, patatas, frutos secos, embutidos, jamón, queso...
De la huerta cabe casi todo, pero también del mar o de la montaña. Unas setas, unas tiras de pechuga de pollo, de pato, de codorniz en escabeche... Mmmmmm. Todo, todo cabe, en una comida fría de verano. Para los más sufridos anfitriones cabe también una barbacoa en terraza o jardín al efecto, junto a la piscina y teniendo siempre a mano esa bebida fría de la que antes les hablaba. Un buen pan, tierno, ligero, acompañado con salsas de tomate y aceite de oliva. ¿Para qué complicarnos la vida?. Desde luego no le haremos ascos a un buen jamón ibérico, sea o no pata negra, a un buen queso. Sandía, melón, mango, melocotones, uva, piña. La lista es interminable.
Para terminar, fruta, mucha fruta y para los golosos, los helados son un mal necesario, cómodo de servir y de comer. Después un café con hielo, una copa, o ambas cosas, es el punto final para una estupenda cena en familia o amigos. Y después caminar o, mejor aún, bailar. Feliz verano a todos y hasta siempre.
RAFAEL FABREGAT
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