Demasiadas veces el premio es la mediocridad y claro, para acceder a eso ya estamos bien con lo que tenemos. Personalmente son muchas las personas que he tenido durante años en el lugar más alto del pedestal, del retablo de mis sentimientos, y más pronto que tarde se ha demostrado que no merecían el lugar que yo les había asignado. Cuando menos te lo esperas la vida te brinda la posibilidad de ponerles a prueba y siempre resultan estar por debajo de lo que en principio pensabas. Nadie merece estar en altar ninguno. Ante la ausencia de imágenes de Dios todas las demás sobran, porque los santos jamás han existido. Todos los que conocemos como santos, han sido políticos corruptos y avariciosos charlatanes de feria. Todos metidos en política, civil o eclesiástica, embaucadores de inocentes y charlatanes vendedores de humo. Esos son los santos que subieron a los altares y que todos conocemos.
Está claro pues que, para vivir bien, el mejor método es la cultura del desenfado. No todos pueden acceder a ella puesto que, para conseguirlo, hay que ser un tanto especial. Pero merece la pena intentarlo. Uno no puede evitar que le pongan zancadillas pero la respuesta correcta, si no tienes las armas adecuadas para responder de forma contundente, no es maldecir e intentar devolver la jugada a lo bruto. Lo inteligente es aparentar que pasas del sinvergüenza y esperar. Saber esperar es fundamental. Cuando alguien abusa de nosotros todos tendemos a enfadarnos, pero arreglar las cosas a la fuerza no es el mejor camino. Es preferible esperar y si es posible, hacerlo trabajando. Los nervios de la espera han hecho ricos a más de cuatro. Más pronto o más tarde es posible que la vida te dé la oportunidad de devolverle el "favor" al bellaco, incluso con intereses. Y si no se presenta la ocasión no pasa nada, mejor todavía, eso ganas en salud.
Las personas de bien lo dan todo sin buscar nada a cambio. Sin embargo no son de piedra y sufren, más que los demás, porque nunca encuentran reciprocidad a sus sentimientos.
Les preocupa la falta de amor de los demás, pero no saben qué hacer para conseguirlo. Parece que no esperen, pero esperan.
¿Ignorantes?. Puede, pero no son tontos. Saben que no pueden confiar en los demás pero, aún así, confían.
La persona de bien siempre está sola, no sabe de comedias, no encaja en una sociedad dedicada a la crítica del que pasa por la calle o del que marcha en primer lugar de una tertulia.
No entiende el cinismo y la ruindad de quienes manejan según qué conversaciones. A menudo se le llama antisocial, porque solo hace autocrítica y quien le escucha no tiene donde agarrarse.
Es la teoría del que te odia porque te envidia...
Las personas desenfadadas y sin mala intención, no encajan en la sociedad actual. A pesar de su enorme escasez, son insaciables de amor. Para colmo de males, el suyo no saben darlo con la efusividad necesaria para hacerse entender. Siempre temen molestar. De tanto esperar, no saben demostrar lo mucho que esperan. No duermen bien y en esas horas en vela piensan como salir de ese pozo en la que se hallan inmersos.
Para ellos el túnel no tiene salida, porque la sociedad no es consciente de su necesidad. Ellos no aparentan necesitar nada y aunque te lo den todo, difícilmente puede nadie atenderles en una necesidad que se desconoce. Los demás los ven fuertes y hasta incluso superiores, en una realidad que solamente es virtual. Todo fachada, mientras su interior está demasiadas veces al borde del precipicio. Esa gente desenfadada en la que se puede confiar, que nunca te causará daño en conciencia y a la que ves fuerte y segura de sí misma, también tiene sus debilidades y sus deficiencias. Nada es lo que parece. En la oscuridad de la noche, también el espanto ocupa sus pensamientos. No temen al diablo, pero tampoco creen en ningún dios al que puedan acogerse. A menudo ven más fantasmas que realidades, pues no creen en las personas que lo saben todo, ni en los que dicen que te amarán siempre. Ellos saben que la palabra eternidad siempre es una mentira piadosa.
Es una utopía, como amar bajo la lluvia. La cultura del desenfado es tener amor y fe en los demás pero, en los tiempos que corren, ¿cómo tenerla sin estar loco?.
Para ellos el túnel no tiene salida, porque la sociedad no es consciente de su necesidad. Ellos no aparentan necesitar nada y aunque te lo den todo, difícilmente puede nadie atenderles en una necesidad que se desconoce. Los demás los ven fuertes y hasta incluso superiores, en una realidad que solamente es virtual. Todo fachada, mientras su interior está demasiadas veces al borde del precipicio. Esa gente desenfadada en la que se puede confiar, que nunca te causará daño en conciencia y a la que ves fuerte y segura de sí misma, también tiene sus debilidades y sus deficiencias. Nada es lo que parece. En la oscuridad de la noche, también el espanto ocupa sus pensamientos. No temen al diablo, pero tampoco creen en ningún dios al que puedan acogerse. A menudo ven más fantasmas que realidades, pues no creen en las personas que lo saben todo, ni en los que dicen que te amarán siempre. Ellos saben que la palabra eternidad siempre es una mentira piadosa.
Es una utopía, como amar bajo la lluvia. La cultura del desenfado es tener amor y fe en los demás pero, en los tiempos que corren, ¿cómo tenerla sin estar loco?.
El que confía en los demás, juega a coger el mar, a retener de por vida el amor, a resignarse ante la adversidad de una palabra injustamente pronunciada.
En ese momento negativo por el que todos pasamos hay que valorar más que nunca el amor que los demás te dan.
Cuando caen las primeras gotas de lluvia el olor a tierra mojada impregna el ambiente y te lleva a recuerdos de juventud, a primeras experiencias nunca olvidadas...
Cuando caen las primeras gotas de lluvia el olor a tierra mojada impregna el ambiente y te lleva a recuerdos de juventud, a primeras experiencias nunca olvidadas...
Al leve ruido que levanta el arroyo al escapar entre las piedras, al beso fugaz de tu primer amor, a la dulce sensación de complacencia tras una experiencia amorosa con la persona amada.
Esas pequeñas cosas que algunos olvidan son justamente las más importantes, las que hacen que la vida merezca la pena.
Esas pequeñas cosas que algunos olvidan son justamente las más importantes, las que hacen que la vida merezca la pena.
Si las recordásemos cada día al levantarnos, la cultura del desenfado sería general y haría posible la felicidad.
La sonrisa presidiría nuestra cara a todas horas y todos los días del año pero, ¿hay alguna posibilidad de que eso pueda suceder?.
Naturalmente ninguna, esa es nuestra cruz.
Yo no sé si hay un Cielo al que acudir después de la muerte, pero de lo que si estoy seguro es de que al Infierno no iremos ya que, sin duda alguna, el Infierno es donde ahora estamos...
RAFAEL FABREGAT