24 de mayo de 2012

0690- BAKÚ Y EL TEMPLO DEL FUEGO.

Bakú es capital de la República de Azerbaiyán y su principal puerto dentro del Mar Caspio. Algo más de 2 millones de habitantes censados, pero se sabe que son más de 3 millones los que realmente habitan en esta ciudad de refugiados y desplazados internos. 
Curiosamente, el 26 de Mayo de 2012 fue sede del Festival de la Canción de Eurovisión.
Esta ciudad es de construcción relativamente reciente. Aunque se sabe que sus orígenes son del siglo VI d.C., no se tiene constancia escrita de su fundación hasta el año 885 d.C. Tras el terremoto que destruyó la capital del Kanato de Xirván (Shemakha) en el siglo XII, el Kan Ahistán I hizo de Bakú la nueva capital. Con referencia al antiguo kanato, esta región siguió llamándose Shirván hasta principios del siglo XIX cuando fue ocupada por Rusia. Con el colapso del Imperio Ruso, la ciudad de Ganja fue elegida capital de la República Democrática de Azerbaiyán puesto que Bakú estaba bajo control bolchevique. 

De todas formas aquellas libertades solo durarían dos años. (1918-1920). A partir de 1.922 sería República Socialista Soviética y en 1.991 ya se convertiría en República independiente. 
La base económica de la zona es el petróleo, del que se conoce su existencia desde el siglo VIII. A la instalación del alumbrado público en el siglo XV, el combustible para tal fin se extrajo excavando un simple pozo superficial. 
En la segunda mitad del siglo XIX empezó la explotación comercial de este recurso con un potencial de tal envergadura que a principios del siglo XX los campos petrolíferos de Bakú producían la mitad del consumo mundial. 

Durante la II Guerra Mundial, la Batalla de Stalingrado se libró justamente para determinar quien controlaría los campos petrolíferos de Bakú. Sin embargo a finales del siglo XX casi todos los pozos estaban agotados y la zona semi-abandonada, iniciándose nuevas prospecciones hacia el mar Caspio. La principal industria de la zona es la producción de equipamientos para la actividad petrolífera.
Bakú está permanentemente envuelto en una nube blanca. Un polvo entre blanco y gris que todo lo cubre, sin contar el olor aceitoso de origen mineral que todo lo envuelve. Aunque desde el hotel se divise el mar Caspio, la ciudad viene a ser un lugar desagradable al que es difícil acostumbrarse. 

Entremezclados entre los barcos, las grúas y los trenes, enormes hileras de camellos esperan el momento de soportar las enormes cargas que sus dueños les colocan sobre sus espaldas. El mar tampoco tiene una vista idílica, sino tenebrosa. Remolinos de aguas negras que en algunos puntos están presos de las llamas por los gases de la nafta que salen a la superficie. La arena, húmeda y aceitosa, parece jabón y desprende un fuerte olor a petróleo que embota el cerebro del visitante ocasional. Una ciudad de torres petrolíferas se muestra a la vista mientras las máquinas perforan incesantemente día y noche con un ruido ensordecedor. Cada cincuenta segundos un recipiente de 1.200 litros sale a la superficie repleto de nafta, las veinticuatro horas del día. 
Pero ese no ha sido siempre el panorama que ha tenido la zona... 

Fueron compañías extranjeras las que trajeron la prosperidad y el caos existente. Porque hasta pocas décadas atrás en este mismo punto estaba el Santuario del Fuego Eterno de la Antigüedad. Los Macabeos, para purificar ese amado Templo, solo quemaban agua, un agua divina, espesa, diferente a aquella con la que se regaban los campos y de la que bebían humanos y bestias. Estamos pues en aquel mismo sitio que inspiró a los cristianos de la antigüedad sobre la idea poética del fuego eterno. El que ardía solo, sin extinguirse jamás, algo que solo podía calificarse de Sagrado, de origen Divino. Aquellas gentes no tenían conocimiento alguno sobre las propiedades de los fósiles acumulados durante millones de años bajo el subsuelo. Solo sabían de un agua cenagosa a la que le prendían fuego y ardía eternamente, equiparándolo al sol y a la imagen de Dios. Le llamaron Mitra y sus tierras fueron sagradas y adoradas por todos hasta hace bien poco. 

Los Parsis de la India y los Guebros de Persia venían aquí a rezar, junto a otros muchos pueblos de Asia. Jamás hubo para el hombre lugar más sagrado. Los mahometanos iban a 
Medina, pero allí solo encontraban la tumba de Mahoma, mientras que aquí estaba el Fuego Eterno de Dios. Alguien levantó un templo, morada bendita del Sol en la tierra. En sus proximidades celdas y chozas donde alojar a los peregrinos. En cada una de ellas una pequeña llama de nafta iluminaba la estancia de forma permanente. Por si solo, aquello ya era un milagro que nadie conocía en otro lugar de mundo. Era la tierra de Dios. Era divisar desde lejos el Santuario y los peregrinos iniciaban un recorrido de continuas genuflexiones. Califas y Sahs perseguían a aquellas gentes entre las que viajaban de incógnito importantes comerciantes y señores pero ellos, 
mezclados entre la multitud con míseros trajes de advenedizos, preferían correr el riesgo de un trayecto incierto antes que renunciar a su viaje a Bakú para poder adorar la Luz Divina. Millones de niñas fueron bautizadas con este nombre.

Esto sucedía en Yanar Dag o Montaña Divina, a unos 20 Km. de Bakú y donde aún hoy brotan gases inflamables a través de las grietas de las rocas, en un fenómeno que nada tiene de sorprendente si tenemos en cuenta el gas acumulado sobre las bolsas de petróleo que hay en el subsuelo. Pero eso ya acabó...
Allí estaban rezando los fieles cuando de pronto se oyó un estruendoso ruido. América había desembarcado y con ella grandes máquinas que removían en un solo minuto lo que cualquier mortal no podía hacer en un m de duro trabajo. Había llegado la modernidad y el descalabro de aquellas creencias ancestrales. Cayó el templo, la tierra fue removida hasta la extenuación y los fuegos fueron apagados. Guebros y Parsis abandonaron el lugar, para no volver jamás. Perseguidos por los orientales, fueron finalmente los occidentales quienes les echaron del lugar. El Santuario de Bakú ha quedado en una simple leyenda pero, aunque arrinconados en un extremo del país, ellos seguirán siendo creyentes y adoradores perpétuos del Templo del Fuego Divino.

RAFAEL FABREGAT