21 de septiembre de 2011

0496- EL SUEÑO DE LOS JUSTOS.

REEDICIÓN.
Ese sueño, que se presume idílico y placentero, es el que duermen muchos de los PAI que invadieron el pueblo de Cabanes (Castellón) ESPAÑA y el mundo en general a comienzos de siglo XXI. Porque el boom de la construcción no fue una cosa local, ni siquiera algo limitado a las zonas costeras de nuestro país o de cualquier otro. Cual si de una epidemia se tratara y como si el dinero cayera del cielo -que caía- la expansión urbanística lo inundó todo y nos embarcó a todos en ese viaje que aparentaba ser fantástico y que unos años después se evidenciaría imposible y de consecuencias asfixiantes. Los milagros no existen ni han existido jamás. Solo los listos los pregonan y solo los tontos se los creen. Al final resultará que aquellos seres que consideramos mucho más inteligentes que nosotros, por el solo hecho de gobernarnos y no morir en el intento, también se equivocan.

Porque desde mi humilde punto de vista, la crisis que padecemos como consecuencia de haber estirado más el brazo que la manga, suele tener históricamente estos finales de quebranto y desesperación. 
La única diferencia es que, normalmente, estas actitudes y finales suelen tener como protagonistas a avariciosos descontrolados o calaveras de buen vivir que gastan lo que tienen y lo que no tienen, arruinando su vida y la de quienes tienen cerca. 
Sin embargo lo ocurrido en esta ocasión fue muy diferente. 
Lo comparo yo a la caza de pájaros con trampa, en la que muchos se acercan y nadie se determina a picar; hasta que uno de ellos lo hace y tras él van todos los demás. Aquí y a lo largo de todo el mundo, pasó algo parecido, pero yo contaré lo que sé de primera mano...

Hace ya cerca de 40 años a alguien se le ocurrió la idea -yo creo que para bien- de que nuestro pueblo no podía ser menos que los demás y necesitaba su zona industrial. 
El primer paso fue conseguir que el gobierno estatal expropiara a todos los vecinos de determinada zona rústica (Gaidó) para que, por cuatro perras y sin derecho a queja, vendieran sus campos. 
Convertidas las tierras en un erial, los años pasaron sin que el gobierno desarrollara el proyecto que motivó las citadas expropiaciones. 
Expropiar es fácil para los políticos, pero desarrollar los garabatos hechos sobre el papel es harina de otro costal. Finalmente el gobierno central anuló el proyecto y todo quedó en manos de la Alcaldía de Cabanes.

Diez años después, aunque por conveniencias particulares que no vienen al caso, el polígono industrial se desarrolló. Demasiado tarde, puesto que la actual crisis que todos padecemos lo pillaron a medio despegue y ahí ha quedado hasta el fin de los tiempos. 
Pero eso es solo un grano de arena en el desierto. Cientos de fincas fueron vendidas (y afortunadamente cobradas) en aras a convertir a nuestro pueblo en ejemplo de bienestar mundial. Solo en el terreno industrial se pusieron en marcha no menos de seis PAI, alguno de ellos con más de un millón de metros cuadrados. Fincas buenas y perfectamente cultivadas fueron convertidas en campos yermos, hogar de ratas y serpientes. Otros tantos estaban proyectados para primeras y segundas viviendas en nuestra localidad que también quedaron paralizados. En la zona costera de nuestro querido Cabanes y que se denomina "La Ribera", un megaproyecto de 16 millones de metros cuadrados (Marina d'Or) quedó colgado de ese hilo invisible de la crisis.

La mitad de esas fincas, lo mejor de nuestro término municipal y envidia de todos los pueblos vecinos por sus aseguradas cosechas de naranjos y almendros, Todo quedó "durmiendo el sueño de los justos"se vendió de una u otra forma para ese hipotético proyecto faraónico. Unos cobraron, otros se asociaron con el promotor... hubo de todo pero, a día de hoy, todo está paralizado. Y lo que es peor. Nadie -o casi nadie- escapó de la ruina más absoluta. Los que vendieron y cobraron, teniendo otras fincas que tenían previsto vender con posterioridad, gastaron lo que sacaron inicialmente sin miramiento y lo pendiente ya no se vendió. Otros a quienes las cosas les iban viento en popa, arriesgaron ampliando sus negocios, en previsión de más abultadas ganancias, que no se produjeron. Cuando todo quedó en cuestión de días paralizado, nadie escapó al devastador embate del embravecido mar de la crisis. Solo los pobres de solemnidad quedaron como estaban y solo los prudentes, que vendieron y guardaron sin más ambiciones, quedaron a salvo de las olas. Para los demás, aquellos que no tenían otro tema de conversación que los millones que esperaban alcanzar, todo acabó.

Aquella maraña de grúas, que surcaban el cielo cargadas de todo el abanico de materiales que la construcción de los edificios demandaba, cesaron en su trabajo. Unas fueron desmanteladas, otras quedaron allí en lo alto, incapaces las quebradas empresas de abonar ni siquiera los costes de su desmontaje. Cientos de urbanizaciones a medio construir salpican el territorio español, como imagino salpicarán también el de otros países porque, repito, esto no fue un problema puntual sino global. A día de hoy en Cabanes -yo hablo de la realidad de mi pueblo- cientos de familias, que por una u otra causa no vendieron en su momento aquellas tierras recalificadas como urbanizables, se ven afectadas por los impuestos urbanos que este suelo genera. Lo que ellos saben pero no quieren saber es que esas fincas, hoy semi abandonadas o sin rentabilidad, son suelo urbanizable con posibilidad de valer una fortuna el día que las condiciones negativas presentes desaparezcan.

Lo justo no es pedir que les eximan del pago de los impuestos que como suelo urbano les corresponden, sino que se les dé la posibilidad de retornar a la calificación anterior de rústica. No sería la primera vez que esto sucede pero, tampoco serían los primeros en arrepentirse de su decisión. Todo, señores, no se puede tener. Otros episodios habrán ocurrido a lo largo de la historia, pero dudo mucho que hayan afectado de forma tan masiva al conjunto de la población. En este momento, directa o indirectamente, todos estamos afectados. La inseguridad está socavando a la población en general frenando las compras. Como pez que se muerde la cola, si no hay consumo no hay trabajo, pero si no hay trabajo no puede haber consumo...

RAFAEL FABREGAT

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