10 de febrero de 2010

0041- ANTIGUOS MEDICOS DE CABANES.

Está claro que actualmente no tiene mayor importancia que el médico de tu pueblo sea una u otra persona, máxime cuando es tan frecuente que vayas a la consulta y te encuentres a alguien que lo está sustituyendo.
En la S.S. nunca sabes quien te atenderá y cuantas veces tendrás que contar tus problemas para que éstos se vean atendidos. Eso sin contar la relativa frecuencia en que, por una u otra causa, el médico titular renuncia a su puesto y cambia de destino.
Antiguamente a falta del servicio de S.S. que ahora conocemos, con un contrato verbal o Iguala médica, te atendía el médico titular en su consulta diaria y servicio de 24 horas para causas urgentes, iguala que se pagaba mediante recibo mensual. Nacías con un médico y hasta su muerte o jubilación siempre tenías el mismo. Esto se agradecía porque entre médico y paciente había un perfecto conocimiento, físico y psíquico y una complicidad en todos los órdenes.
Sabía si "funcionabas" bien o mal, en exceso o en defecto y más de una vez le habías incluso enseñado alguna hemorroide. Ya no digamos aquellos solteros maduros que acostumbraban a ir de vez en cuando en busca de "compañía" y volvían a sus casas con picores en "salva sea la parte"... Ningún problema había entonces por contarle tus problemas a una persona a la que conocías desde siempre. Además, las soluciones eran mucho más simples que las de ahora y no era pues necesario que también el farmaceútico se enterara de tus miserias.

Si el diagnóstico al dolor o picor de culo era una "almorrana" te decía...
- Això no és res, fica el cul dins d'una safa amb aigua freda mitja hora al matí i mitja a la tarda i amb dos o tres dies ho tindràs rebaixat.
Si acudías a la consulta por algún mareo sin justificación...
- Això no és res. Massa núvia, massa núvia!. Menjar més i festejar menys!
Si estabas con un fuerte catarro...
- Això no és res, però ves al tant... l'altre dia a Vilanova es va morir un home d'això, així que al llit i bones tasses de brou.
Solución para todo... y casi siempre sin medicamento alguno.
Lo de "salva sea la parte" era un poco más complicado puesto que ya requería varias inyecciones de penicilina, pero él mismo te las ponía y todo quedaba "en casa".
Los médicos de entonces realizaban cirugía básica, arreglaban una luxación y hasta rotura de huesos, sanidad en escuelas y cementerios, atendían partos, ponían vacunas y asistían al moribundo hasta el final de sus días.
Ahora... ¡Madre mía ahora...!
- Açò no ho veig molt clar, aneu a Castelló.

Pero ¡será posible despropósito mayor! ¿Es que los médicos actuales solo sirven para recetar, al igual que los farmaceúticos solo sirven para dispensar (vender) medicinas? Antes el médico diagnosticaba y trataba; la visita al hospital era solo en caso de grandes complicaciones o enfermedades mayores. Su profesionalidad (veteranía) era tal, que con una simple mirada sabían lo que te pasaba y el tratamiento que debían darte.
No siempre, puesto que en cierta ocasión... ¡Ay que risa...!
Por un simple catarro, que entonces era común solucionar con dos o tres días de cama, Montse, mi mujer, llamó a Don José María Borrás que en poco rato se prestó a visitarme. Nuestra casa, nueva y a la moda de entonces, tenía luz indirecta en todas las piezas y concretamente en la habitación principal, en la que yo me encontraba, con fluorescentes azules. Borrás entró en la habitación y al verme la cara, asustado le dijo a mi mujer que había que trasladarme de inmediato a Castellón. Mi mujer, asustada también por el tono empleado por el doctor, cogió el teléfono que había sobre la mesita de noche y se dispuso a marcar el número que Don José María le daba para pedir una ambulancia a la mayor urgencia posible; sin embargo, de repente una idea se cruzó por su mente y accionando el interruptor que había en la cabecera de la cama, encendió la lámpara de techo que también la habitación tenía.

Cuatro bombillas de 60 W inundaron la habitación de luz blanca y potente y Borrás aliviado vio como el rostro del enfermo pasaba de moribundo a sonrosado, anulando la llamada indicada.
- ¡Que susto me habéis dado bandidos! -dijo sin poder contenerse.
- ¿Nosotros? -dijo mi mujer sin comprender.
- Bueno, bueno. En fin... que se tome este jarabe y cuando se lo acabe ya estará bien -dijo Borrás algo mosqueado por el patinazo profesional. Y dando las buenas noches marchó hacia su casa.
La complicidad entre médico y paciente estaba en el conocimiento y en la confianza. Pero, claro, siempre hay fallos... ¡Aunque sean de iluminación!.
Nuestro primer médico familiar fue Don Enrique. 
Entrar en su consulta era como hacerlo en un santuario. Semi-penumbra que propiciaba la intimidad, una mesa de atención al paciente y otra llena de cachivaches médicos, en la que podías encontrar el aparato de tomar la tensión arterial, el cacharro para quemar las agujas para una eventual inyección (entonces no las había de un solo uso), quemador de alcohol para desinfectar la aguja usada en el paciente anterior y otros muchos potingues, así como una camilla para exploraciones varias. En un rincón un antiguo aparato de rayos X y un sillón tipo barbería.

Un día fui a su consulta.
- Què te pasa? -me dijo bajito, como si estuviera confesándome.
- Don Enrique, es que mire... ahí baix del labi m'ha eixit una verruga. 
- Eso no es nada. Siéntate en el sillón -dijo Don Enrique al tiempo que sacaba de un armario una pequeña varilla de 15 cm. de largo y 2 mm. de grosor, terminada en punta plana y sujeta a un mango y cable eléctrico.
Enchufóe l aparato a la red y cuando la punta de la aguja se puso al rojo vivo me la arrimó a la verruga de la que salió una humareda y fuerte olor a carne quemada.
- Aaaaay! aaaay! -chillé yo abrasado vivo y espantado por el dolor.
- Bah, bah... Eso no es nada. ¡Vaya hombres que tiene Franco! -rió Don Enrique, al tiempo que arrimaba de nuevo la aguja candente.
- Aaaaay!...aaaay! -chillé de nuevo con la verruga medio asada.
- Ya està, ya està... ya puedes levantarte -dijo Don Enrique sonriendo.
- A redeu! ja està be, ja!... que m'ha fet pols! -exclamé dolorido.
- Ahora te pones esta cremita y si te vuelve a salir, vienes de nuevo y la volveremos a quemar...
- Uns collons tornaré jo! Si torna a eixir que isca, però jo no torne -respondí achicharrado.
- Vale, vale... Je, je. Bueno, hasta la otra, que vaya bien -dijo Don Enrique a modo de despedida y con una sonrisa de oreja a oreja...

Don Enrique se jubiló y ocupó su puesto Don Paco, ya más moderno en el trato, en el diagnóstico y en el tratamiento. Con él ya empezó la delegación de algunas problemáticas a la capital provincial, atendiendo de forma directa solamente los problemas menores.
También atendía de forma particular a cambio de pagarle la correspondiente Iguala y aunque unos años más tarde ya se implantó la Seguridad Social, al parecer Don Paco no estaba obligado a atender fuera del horario de consulta, por lo fuera de éste y especialmente por las noches, solo atendía a sus clientes privados que seguíamos siendo todos. La mensualidad no era excesiva y como es natural, dentro o fuera del horario oficial eras atendido con mejor predisposición. Enterado de las quejas que algunos vecinos manifestaban por el trato interesado de Don Paco, se animó a ejercer en su pueblo natal el médico Don José María Borrás, que ejercía hasta entonces en Villanueva de Alcolea. Naturalmente la titularidad de la S.S. seguía teniéndola Don Paco, por lo que Borrás hubo de implantar su correspondiente Iguala privada que rápidamente se vio repleta de clientes, a pesar de que éste no podía recetar con volantes de la S.S. Mucha gente se borró de la Iguala de Don Paco, aunque iban igualmente a su consulta de la S.S. y, al mismo tiempo, se dieron de alta en la de Borrás para poder estar atendidos dentro y fuera de horario. Con una sola Iguala tenían dos médicos y atención de 24 horas. 

Pero Don Paco no era tonto y esta situación le agradó poco por considerarla injusta, hasta el punto de retirar el saludo a alguno de aquellos prófugos a los que, aunque con poca alegría, atendía igualmente en su consulta de la S.S. pues era la única forma de que la gente pudiera obtener las medicinas con receta oficial.
Aquella situación no duró demasiado puesto que Don José María Borrás, con buenas influencias en todos los medios provinciales, realizó las gestiones necesarias y en poco tiempo pudo igualmente recetar a sus clientes, siempre particulares, a través de los volantes pertinentes de la S.S. por lo que éstos no quedaban discriminados económicamente y a partir de entonces cada cual atendió a sus clientes sin más problemática.
Con los años, ambos se jubilaron y se instaló en el pueblo un ambulatorio local por el que han pasado ya varios médicos y alguna médica, más o menos guapa. Nada es como antes en lo que respecta al trato directo y a la complicidad entre médico y paciente, pero la medicina se ha modernizado y la gente está mejor atendida que antaño, desde el punto de vista técnico. También los médicos y personal sanitario es muy amable.
Solo que... ahora es más difícil enseñarle el culo al médico, con o sin hemorroides. Especialmente si el médico es una mujer, ¡joven y guapa...! Ya sabemos que también ellas van a la consulta ginecológica de médicos varones, pero es que los hombres... ¡Somos tan tontos!.

RAFAEL FABREGAT

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