1 de agosto de 2017

2461- EL ASESINATO DE RAMSÉS III.

Egipto es un pozo sin fondo. En un tiempo en el que viajar a la tierra de los faraones es casi imposible por su inseguridad e inestabilidad política, un nuevo capítulo se escribe en la historia de la más célebre de las civilizaciones antiguas. Ya hace algunos años que se reveló que Ramsés III fue asesinado en un complot confabulado por su esposa Tiya y varias concubinas. Por lo que se ve no todos creían a pies juntillas que el faraón era hijo de RA, dios del sol y señor del universo. Esposas y concubinas lo sabían bien, pues conocían de primera mano sus limitaciones. De todas formas, matar al faraón no era acabar con un hombre cualquiera y de eso también eran conscientes. No es que temieran romper el equilibrio cósmico, pero sí debilitar la estabilidad del Estado, que no era poco.

Era tanto el miedo ante el castigo divino por el asesinato del faraón, que las leyes apenas contemplaban una forma de castigo por llevarlo a cabo. Matar al faraón era simplemente impensable. Sin embargo en las profundidades del harén real, una de sus esposas urdió el plan macabro y varias de sus concubinas la apoyaron haciendo "favores" a guardias y funcionarios. Era un gran reto al más allá pero aquel faraón encumbrado en lo más alto del trono del Imperio Nuevo en Egipto, regía con mano de hierro desde 1184 a.C. haciendo la vida insoportable para muchos y el complot no se hizo esperar. A pesar de ser ya un anciano, el año de 1153 a.C. la situación se hizo insoportable y en un momento de descuido un cuchillo seccionó su garganta y acabó con su despotismo. 

No por justificado el asesinato quedó sin castigo y tanto quienes lo urdieron como quienes lo llevaron a cabo fueron condenados a muerte y al Damnatio Memoriae, borrado de toda huella sobre la tierra para acusados y descendientes.
Ramsés III, segundo faraón de la XX Dinastía, había reinado sobre Egipto unos treinta años dejando una interesante huella de su paso por la Tierra. Heredó un país en bancarrota y al borde de la guerra civil pero, educado al estilo castrense, supo enfrentarse a las graves amenazas de inestabilidad y aniquilar a los ejércitos libios e hihitas que perturbaban la tranquilidad de sus fronteras. Su reinado tampoco estuvo exento de construcciones populares y mastodónticas, templos dedicados mayoritariamente a Amón. Ya viejo le dio por gobernar de forma despótica uniéndose a ello una crisis que impedía a muchos comer todos los días. Ya septuagenario su estado de salud se volvió precario y su corazón no aceptaba apenas esfuerzo alguno. Ramsés III se refugió entonces en el alcohol y en las bondades que le ofrecía su harén real. Para colmo de males mucho antes ya había elegido dos esposas reales y no una como era la costumbre. Tyti era la Gran Esposa Real y Tiya la segunda en discordia. 

De ambas tenía hijos varones y las dos pretendían que su primogénito fuera sucesor en el trono, pero Tiya sabía que el suyo (Pentaur) no tenía ninguna posibilidad y los celos la martirizaban día tras día. Tyti era madre del que sería Ramsés IV y, aunque aquello era imposible de cambiar, Tiya luchó con todas sus fuerzas para que el destino fuera otro. En el harén la atmósfera era explosiva. Debido a los malos momentos por los que atravesaba el país, a la conspiradora no le resultó difícil encontrar fieles seguidores, incluso oficiales de alto rango. Con motivo de la conmemoración de los 30 años de reinado de Ramsés III, llamada Fiesta de Renovación Real, el faraón salió a la calle intentando demostrar una fortaleza física que ya no tenía y entre vítores y aplausos alguien le cortó el cuelo cayendo al suelo fulminado. Los embalsamadores le pusieron en el cuello un amuleto destinado a curar la herida letal en el más allá.

Sin embargo su hijo, el que después sería proclamado faraón Ramsés IV, se hallaba cerca y detuvo al asesino y más tarde a los conspiradores de toda la trama, proceso que quedó reflejado en el llamado "Papiro de Turín". Diez jueces egipcios y dos chambelanes extranjeros juzgaron a los culpables, habida cuenta que alguno de los confabuladores no era egipcio de nacimiento. Aunque alguna de las acusadas consiguió atraer a parte de los jueces a su casa, en orgía premeditada, ninguno de los culpables escapó del castigo. Veintiocho de los acusados fueron condenados a muerte y otros seis lo fueron a suicidarse. No se conoce el destino de la principal instigadora, aunque se supone que sería uno de los ajusticiados. Con Ramsés III murió el último de los grandes faraones de Egipto. El trono fue ocupado por Ramsés IV, quinto de los hijos del faraón pero cuyos hermanos mayores habían fallecido previamente. Murió tras un corto reinado de seis años, siendo enterrado el la tumba KV2 del Valle de los Reyes.

RAFAEL FABREGAT

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